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Arte

Renoir, la íntima alegría de vivir

El Thyssen Bornemisza ofrece una retrospectiva del pintor impresionista que invita a descubrir su obra con todos los sentidos

"Baños en el Sena", uno de los cuadros de Renoir que pueden verse en la muestra del Thyssen.

Apenas diez años dedicó Pierre Augusto Renoir al impresionismo -movimiento artístico surgido en Francia en torno a 1870- pero fueron suficientes para que algunos de los lienzos pintados en esa década pasaran a la historia como referentes de una corriente, capitaneada por Claude Monet, más interesada en los efectos de la luz que en la narración de la escena. El impresionismo situó entre los grandes a Renoir (1841-1919), por el que Picasso sentía verdadera fascinación, pero en la larga trayectoria plástica del francés hubo otras etapas pictóricas como recoge la exposición "Renoir: intimidad", la muestra inaugurada el pasado 18 de octubre en Madrid que abarrota desde entonces el Museo Thyssen-Bornemisza. Son 78 lienzos procedentes de museos y colecciones privadas de todo el mundo, la primera retrospectiva del artista en nuestro país, donde podrá verse hasta el 22 de enero.

El recorrido por la exposición descubre la facilidad de Renoir para captar la atención del espectador, que muy pronto se siente uno más de los invitados a los almuerzos en las orillas del Sena o a las reuniones placenteras del jardín familiar. Todo en su pintura, próxima y cálida, parece dispuesto al disfrute intimista.

Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la muestra, utiliza el calificativo de "táctil" para describir no sólo el interés del pintor por el volumen y las texturas sino también por la sensación de cercanía que incorpora a sus lienzos en los que el contacto físico de los personajes son una constante añadida al protagonismo de la luz y la naturaleza, elementos que realzan una demostrada atracción por la figura humana, tan presente en su trayectoria. Las mujeres de Renoir, con ropa o sin ella, se llevan una buena parte del protagonismo, son el punto fuerte de escenas recogidas en una intimidad sobre la que gira toda la exposición.

Renoir muestra las vivencias de sus personajes con un realismo resplandeciente, es su forma de vida lo que vemos, su alegría de vivir, instantes cotidianos, momentos de felicidad y de disfrute con amigos o en familia. Un buen ejemplo lo tenemos en pinturas como "El almuerzo de los remeros", de 1875, o "Baños en el Sena", esta última pintada en una zona de ocio cercana a París, en 1869. En estos como en muchos otros lienzos de diversión al aire libre ofrece una realidad feliz, una manera de entender la pintura a la que se refiere cuando admite que para él "un cuadro debe ser algo amable, alegre y hermoso...".

Las escenas de dicha compartida forman parte de un capítulo que se complementa con el interés por la poética de los cuerpos desnudos, los jardines repletos de flores, el retrato y la intimidad familiar, motivos todos ellos generosamente representados en la exposición. En estos apartados brillan algunas de las obras más célebres del pintor: "La gran bañista", "Mujer con sombrilla en un jardín", "La trenza" o "Niño con manzana", donde retrata a su hijo, Jean, en brazos de Gabrielle, la niñera que serviría de modelo al pintor en muchas obras.

En todo su proceso creativo la luminosidad vibrante que imprime a su paleta tiene un papel esencial, es notable el protagonismo que adquiere la luz tanto en retratos como el realizado a la mujer de Monet -elegido como cartel de la muestra- como en paisajes florales y escenas familiares. Padre tardío, Renoir hizo muchos retratos de sus tres hijos, algunos tan peculiares como los que dedica a Jean (con el tiempo afamado director de cine) al que pinta como un niño de melena rojiza y lazo en el pelo. Hay aquí una luz muy diferente a la que emplea en obras como

"Después del almuerzo", de su etapa impresionista, donde los tonos naturales empleados se volverán fríos y suaves a medida que se aleja del impresionismo para acabar desembocando en colores cálidos, las tonalidades rojizas de la etapa de madurez que destacan en algunos retratos como el que le hace a "Gabrielle vestida de argelina" o en "Costureras bordando". También a ese momento pertenecen muchas de las obras que parten de la intimidad familiar como sucede con "Alain Renoir amamantando a su hijo" y algunos retratos de los niños.

Junto al lienzo de "Alain Renoir amamantando a su hijo" se muestra el boceto de esta obra, perteneciente a la colección del empresario astur-mexicano Pérez Simón, propietario además de otros dos lienzos que se pueden ver en la muestra: "Paisaje de Normandía", de 1895 y "Paisaje Roche-Guyon, de 1887. Propiedad del empresario son también dos pasteles sobre papel incluidos en la muestra.

La exposición, que viajará tras su paso por el Thyssen al Museo de Bellas Artes de Bilbao (del 7 de febrero al 15 de mayo) está distribuida en seis apartados: impresionismo, retratos de encargo, placeres cotidianos, paisajes, familia y su entorno y bañistas. Es en este último donde el desnudo femenino alcanza mayor protagonismo con obras como "La gran bañista" o la "Ninfa junto al arroyo". Renoir siempre frecuentó este género, un tanto alejado del interés de los impresionistas, pero adquiere mayor presencia en su pintura a partir de 1880 cuando decide abandonar los postulados de Monet en busca de un mayor reconocimiento. Algunos críticos ven en sus desnudos femeninos una muestra de su interés por la gran tradición de la pintura del cuerpo humano y el gusto por las mujeres rollizas de Rubens. Sea como fuere, sus desnudos despertaron la admiración de muchos contemporáneos, entre ellos Picasso con quien intercambiaría algunos cuadros y fue el propietario de la "Eurídice", ahora en el Thyssen.

La importancia del universo femenino en su pintura se subraya también en la muestra "Renoir entre mujeres. Del ideal moderno al ideal clásico" que la Fundación Mapfre ofrece en Barcelona hasta el 8 de enero, una exposición que reúne 70 obras del pintor en su mayoría procedentes del Museo D`Orsay de París, institución que conserva la mayor colección de pinturas de Renoir con las que no pudo contar el Thyssen debido a la exposición catalana. La doble apuesta por Renoir hizo que Madrid tuviera que conformarse con mostrar un estudio del "Baile en el Moulin de la Galette", quizá la obra más representativa y conocida del pintor, mientras que Barcelona convirtió este gran lienzo, que sólo ha salido en cinco ocasiones del Museo D`Orsay, en la gran estrella de la exposición.

Para muchos, esta división en dos escenarios es una oportunidad perdida para reunir en una gran muestra los mejores contenidos, pero también hay quien defiende que esa doble presencia en nuestro país es una buena manera de conocer dos visiones diferentes de un mismo artista.

La que se van a encontrar quienes dirijan sus pasos al Museo Thyssen es la de un artista que invita a descubrir su obra con todos los sentidos, un Renoir intimista, autor de retratos magníficos como los realizados al matrimonio Monet o a la familia de su amigo y galerista Durand-Ruel y un creador que encontró en el paisajismo una forma de desconectar de la tensión que le producían las escenas con figuras.

A pesar de que la enfermedad le acompañó durante las tres últimas décadas de vida, no dejó de pintar hasta el final. En los últimos años, aquejado de una dolorosa artritis reumática que lo postró en una silla de ruedas, se enfrentó al lienzo con las manos vendadas y ayudado para sujetar el pincel, lo que explicaría el cambio en el trazo y en su estilo de la última etapa.

La exposición, que recorre toda su carrera, tiene un final sorpresa con el apartado titulado "Un hermoso jardín abandonado". Allí, el visitante puede adentrarse en la atmósfera de Renoir, tocar su pintura en una reproducción del lienzo "Mujer con sombrilla en un jardín", escuchar los sonidos campestres y oler las amapolas, rosas, hierbas y jazmines, presentes en el lienzo.

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