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La plasticidad de la memoria

El pequeño lugar desde el que Carl Frode Tiller narra el mundo en Cerco

En Cerco, primera parte de una trilogía del autor noruego Carl Frode Tiller (Namsos, 1970), David pierde la memoria y a través de un anuncio en el periódico pide a familiares y amigos que le ayuden a recuperarla exponiendo por escrito los recuerdos que tengan de él. A tan extravagante petición responden tres personas muy ligadas a David durante su juventud.

Por una parte está Jon, su mejor amigo en la adolescencia y en el presente de la novela (año 2006) componente de un grupo de rock que malvive con actuaciones de pueblo en pueblo sin demasiadas posibilidades de escapar de ese mundo pequeño, provinciano, por el que siempre había mostrado un desdén absoluto. Su empeño de dedicarse a la música, así como su sentido trágico de la vida, el recuerdo de un padre en prisión y cierta necesidad de llamar la atención, hacen que mantenga una relación tensa con su madre y su hermano.

La segunda persona que se decide a mostrar por correspondencia los recuerdos que la unen a David es Arvid, su padrastro, antiguo pastor que ha colgado los hábitos y vive acosado por el cáncer.

Y la tercera es Silje, su primer amor, revolucionaria e inconformista en la juventud, púa esencial del tridente rebosante de vitalidad y subversión que forma junto a Jon y David, pero que finalmente se ha visto atrapada en una vida acomodada y convencional, lejos de aquellos anhelos de dejar la tierra desolada tras su paso.

Esta novela de estructura peculiar explora, a través de la memoria de David, reconstruida polifónicamente por Jon, Arvid y Silje, la identidad como concepto que resulta imposible separar de la estructura social. Y en este sentido se convierte en un relato que identifica a toda una generación noruega, aquella que vivió su adolescencia y juventud desde principios de los años ochenta hasta los inicios del siglo XXI. Por tanto, es en parte una novela generacional y vinculada a un lugar, pero la escritura de Carl Frode Tiller está dotada de una potencia que le permite romper ese primer cerco, el de la localidad, la pequeña Namsos, y elevarse categóricamente, de modo que contando las vicisitudes concretas de su generación en esa pequeña ciudad consigue también contar la historia de esos años en cualquier pequeña ciudad del mundo -al menos del mundo occidental y más o menos desarrollado-. Pintando Namsos, Frode Tiller ha conseguido pintar el mundo entero.

Pero además, a medida que avanza el relato polifónico y las tres voces van retratando a David al mismo tiempo que se retratan a sí mismas, el cerco individual sobre ese hombre sin memoria se va cerrando sobre su propia identidad, ahora no ya la identidad colectiva, sino esa conciencia que cada individuo desarrolla para explicarse a sí mismo. Las voces cruzadas van haciendo emerger identidades cruzadas. El cerco se estrecha y el lector entiende cuánto hay de ficción subjetiva y manipulación de la memoria en la visión que cada uno tiene de sí mismo y cómo la identidad únicamente se puede reconstruir por completo, librándose de cierta hipocresía, al hacer el esfuerzo de salir de uno mismo para comprobar cómo cada uno es visto por los demás.

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