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La soledad

Florido granado caduco marchito, confesiones de un solitario que revelan la profunda sima del corazón humano

En el entorno de la costa de Donegal, uno de los rincones más bellos de Europa, un hombre "raro", como a sí mismo le agrada definirse, monologa durante un año con un tejonero al que ha rescatado de la muerte en la perrera. Sara Baume narra en Florido granado caduco marchito el transcurso del ciclo estacional que da título a este estudio acerca de la soledad humana y su confinamiento en el más perverso de los zoológicos, el de la incomprensión. Desde una primavera presentida, en que el protagonista adopta a Tuerto, el perro que ha perdido un ojo en una refriega, hasta un invierno crudísimo, en que una inmersión en el Atlántico promete la resurrección de algo más que la luz en los cielos, hombre y animal comparten el mundo y lo que su promesa encierra.

Es notable que el protagonista de esta obra, inadaptado y solo, cuyo fracaso en las relaciones sociales es su marca más característica, sea al tiempo una persona de excepcional talento para nombrar el mundo. Como si la meticulosa descripción del entorno pudiera garantizar un mínimo de cordura, la esperanza de una supervivencia, un filón adaptativo. Como si el lenguaje fuera el salvoconducto decisivo. Cada planta, cada flor, cada árbol, cada ave y cada alimaña hallan su correlato preciso en esta revisitada creación de una Irlanda feraz y a menudo hostil, suerte de laboratorio edénico en el que sólo la humanidad resulta ofensiva. El lenguaje de Florido granado caduco marchito es tan preciso como una lengua puede llegarlo a ser. Un nombre para cada ser y para cada ser un nombre. Un exhaustivo, preciso, casi obsesivo simposio de las palabras que transparentan el mundo. Y a la vez, una radiografía nada amable de un intruso, el animal humano, extranjero permanente en el tiempo de la naturaleza.

Un grave riesgo define Florido granado caduco marchito, la apelación a un tú que escucha, en este caso un perro. Baume resuelve los problemas de adoptar ese punto de vista narrativo entregando al hombre que monologa una historia que sólo poco a poco se irá desvelando. El proceso confesional halla sentido en ese viaje por la palabra y por el calendario. Lo que los hombres han negado a su hermano, apabullado por la sinfonía de voces que irrumpen sin escuchar, la mudez un tanto totémica del perro, que apenas sabe correr, comer, morder, jugar y luchar, se lo garantiza sin conflicto. Ningún confesor mejor que el confesor mudo. Así va desplegando Baume una historia que tiene que ver con la pérdida de otro edén, el del afecto, y en el cual unos poquísimos personajes (la madre desconocida, un nombre en una lápida; el padre incapaz de amor, un clima frío encerrado en un cuerpo) permiten sugerir otra cartografía mucho más imprecisa y paradójicamente remota que la del ancho, vago e inagotable mundo. Porque no hay sima mayor que la que se abre en el corazón humano. Ni frío más intenso que el de su soledad.

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