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Libros

Herir el aire y mover los labios

Más que palabras, un centenar de acertados comentarios sobre el uso de la lengua

Para quienes somos curiosos o estudiosos o profesionales de los asuntos de la lengua y del lenguaje, resulta apasionante este libro de Pedro Álvarez de Miranda (1953), catedrático de la Autónoma madrileña y miembro de la RAE, lexicógrafo y director de la XXIII edición del Diccionario. Para el público en general, Más que palabras es entretenido y amable, muy condescendiente y poco feroz en los planteamientos de este discípulo del gran Manuel Seco, quien prologa la presente recopilación de artículos y ensayos aparecidos en diferentes medios. Apto, pues, para todos los públicos? a pesar de lo no poco que haya llegado a enfadarme cierta persistencia en meternos el dedo en el ojo a quienes solemos criticar lo que entendemos como estupideces gramaticales y que impele a Álvarez de Miranda a asimilarnos, a veces, a cierto purismo del que me encuentro libre de toda culpa, pues no solo aplaudo neologismos utilísimos, sino que los practico, perpetro y exhibo sin pudor. Pero, insisto, se agradece el tono, pues hablar, como decía Fenelon no es más que "herir el aire y mover los labios". Además, es un libro que ojalá lean esa legión de blogueros y autores de espantosos libros que crecen como setas (sobre los mejores insultos, los mejores palíndromos, las mejores cacofonías, las mejores etimologías: ¡basta ya!) y que tanta tabarra dan teniéndose por sabios en las cosas de la lengua y resultando, en definitiva, indoctos cuando no analfabetos en asuntos tales.

Hay capítulos divertidísimos: la monumental errata del "estugafotulés", tan mantenida por ilustres plumas. O la tampoco menor de la supuesta "acudia", asimismo sostenida y no solo no enmendada sino incluso altamente glosada. Hay otros que siguen urgando en las heridas abiertas por los políticos: si "Lleida, Girona, A Coruña, Ourense" o los topónimos castellanos en su lugar, con una conclusión que aplaudo entusiasmado: "En materia lingüística, lo mejor que podrían hacer los poderes públicos es abstenerse de la tentación de legislar y reglamentar". Como sobre el manidísimo género no marcado -el "por defecto" de la informática-, el masculino en español: ¿Deberíamos decir "El perro es el mejor amigo del hombre" o inclinarnos por lo políticamente correcto y abrumar con "los perros y las perras son los mejores amigos y amigas de los hombres y las mujeres"? Y también: ¿"Colón descubre América en 1492" o "Colón descubrió América en 1492"? El autor bromea con que quizá surja alguna "Plataforma Ciudadana en Defensa de la Intolerable Discriminación del Plural" o una "Asociación Pro Visibilidad del Futuro, frente al Abusivo Presentismo Lingüístico".

Se trata, pues, de medio centenar de acertadísimos comentarios sobre usos de la lengua. Nada de purismo, como denunciaba Feijoo en 1742: "Es trampa vulgarísima nombrar las cosas como lo ha menester el capricho, el error o la pasión. ¿'Pureza'? Antes se deberá llamar 'pobreza', desnudez, miseria, sequedad". En efecto, "no hay idioma alguno que no necesite del subsidio de otros, porque ningun tiene voces para todo". Sin embargo, hasta los puristas se han ganado un puesto, aunque su éxito "no está ni ha estado en su eficacia docente, casi nula, sino en un efecto colateral no previsto: la documentación de usos lingüísticos". Y, citando a Rosenblat, por ello los llama Álvarez de Miranda "recolectores de palabras", expresión que sí me gusta y que corro a inscribir en mi tarjeta de presentación.

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