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Arte

Pequeña historia romana

Beso en la Piazza del Popolo, la reflexión del pintor Federico Granell sobre la fugacidad de los instantes cotidianos y su perpetuación artística

Pequeña historia romana

Esta es una historia romana. Ocurrió en el arranque del nuevo siglo. Tres estudiantes españoles becados en la Accademia di Belli Arti de la Via Ripetta, aún con el latido de sentirse imperecederos, son los protagonistas. El escenario, la Piazza del Popolo, uno de esos lugares donde la eternidad con talla humana cobra sentido. Marián, Javier y su amor recién estrenado son los personajes. El responsable de eterniza ese instante y ese lugar es un joven cangués, Federico Granell. El resultado, seis lienzos pintados con la técnica cinematográfica del travelling en arco, que perpetúa una pequeña historia y a la vez la grandeza de un enclave del urbanismo espiritual de esa città aperta, mai chiusa.

Ahora, 16 años después, aquellas piezas romanas salen del estudio ovetense de La Argañosa del artista asturiano. Lo hacen transformadas en una litografía, Beso en la Piazza del Popolo, editada por Ediciones Trea, que certifica que el oficio de editor aún es capaz de irrumpir en las vidas ajenas con un objeto generador de sabiduría, felicidad y desasosiego. En él ha trabajado Granell a partir de una libreta de tapas negras que acopia imágenes de un lugar convertido en estado de ánimo; después, con los lienzos pintados con la luz de esa primavera romana que pide paso a las nieblas del invierno, y ahora, con esta litografía que perpetúa la belleza atesorada en la mirada y en las manos del pintor. La artista y grabadora gijonesa Valle Baranda es el segundo nombre necesario en la materialización de Beso en la Piazza del Popolo. En su taller de luces y sombras, entre los bosques y prados de Cabranes, se estampó este cofre que retiene la belleza sencilla y sentida, la única necesaria frente a las borrascas de la adversidad.

El afán de la obra de Granell, desde que tomó los lápices y pinceles en su infancia brumosa de las tierras suroccidentales de Asturias, ha sido y es la de un artista consciente de la historia que le precede, pero consecuente también con la prolongación de un legado espiritual que nos blinda como seres humanos. Y ello se materializa en esta litografía, en la que el pintor fija y retiene un tiempo y una geografía que atesoró en su retina y en su alma en aquel invierno romano de 2001.

En los seis pasos de la obra no sólo está ese amor juvenil de Marián y Javier. También están los paseantes solitarios y tristes de camino a sus tareas cotidianas por las vías del Corso, del Babuino o de Ripetta; el vendedor ambulante que se aleja con un ramo de rosas rechazado; los fantasmas arquitectónicos de Bernini, Rainaldi y Fontana, materializados en las falsas chiese gemelle de Santa Maria dei Miracoli y Santa Maria in Montesanto o la de Santa María del Popolo, donde reposan dos obras mayores de Caravaggio: la Crucifixión de San Pedro y la Conversión de San Pablo; el obelisco Flaminio, botín egipcio de la soberbia del poder romano; la majestuosidad perpetua de las mansiones del Pincio y sus horti, y también i pioppi que dan nombre a la plaza y acogen a los estorninos de noviembre y a los mirlos de marzo.

Pero también laten en la obra otros fantasmas más próximos: se oye maullar a los gatos que cuidaban María Zambrano y su hermana Araceli; las terrazas de los cafés Grecco y Rosati, donde los exiliados españoles apuraban cigarrillos, expressi y los sueños frustrados que percibió Jaime Gil de Biedma cuando acudió a conocer a la filósofa malagueña y que reflejó en un hermoso poema dedicado a una plaza que para el poeta barcelonés era del pueblo, no de los álamos, y en la que vio marchar a muchedumbres ondeando banderas de futuro incierto, pero también las sonrisas de "rostros de muertos amigos/saludándome a lo lejos" en su eterna juventud de moribundos.

Federico Granell integra esa generación de artistas asturianos, que algunos empiezan a denominar Escuela de la Señaldá, nietos y biznietos de Evaristo Valle, Nicanor Piñole o Joaquín Rubio Camín, entre otros. Estos pintores comparten una misma mirada, idéntico sentimiento de lo perecedero y, sobre todo, de la tragedia humana. Con sus pinceles testimonian la vieja inquietud por nuestra caducidad, por la finitud material sin respuestas. Y lo hacen sin estridencias, relatando el paisaje interior del hombre de la calle, pintando el desasosiego que atrapa al ser humano, la impotencia contemporánea del que no ve luz alguna más allá. Son artistas que saben de donde vienen, no hay orfandad en sus creaciones ni el insoportable y falso adanismo de las vanguardias.

Un legado que acepta y actualiza Granell. Y lo ha hecho bien. Su mirada y sus pinceles se formaron con las luces y las sombras de Vermeer y la Escuela de Delft, para seguir con el temblor romántico de Turner y Friedrich, sin menospreciar las lecciones de los naturalistas, impresionistas y expresionistas, hasta llegar a la desolación poética del danés Vilhelm Hammershøi, el silencio visual de Antonio López y los otros realistas de Madrid, el desasosiego melancólico de los estadounidenses Andrew y Jamie Wyeth y Edward Hopper o las metáforas siniestras y heridas del alemán Anselm Kiefer.

Hay lugares reservados para la belleza. Son muchos, pese a nuestra ontológica ansiedad por la depredación de lo hermoso. Y Roma atesora algunos de ellos. La Piazza del Popolo es uno. Habrá más, pero en este enclave no sólo la fealdad ha sido expulsada por la emoción de una arquitectura espiritual o la delicadeza de un entorno natural preservado. El ser humano, despojado de los ropajes de la barbarie, ha convertido esta plaza de piedras talladas y álamos de silencio en un espacio donde se retiene la armonía del tiempo que trasciende la historia y la nostalgia de un absoluto sin grilletes.

Ésta es una obra decididamente bella. Tanto por su materialización, como por su anhelo de auscultar la trágica armonía entre la perpetuación de los espacios físicos y la fugacidad de los instantes humanos. Imagen y palabras. Este es el matrimonio que ofrece Beso en la Piazza del Popolo, una alianza entre la creación plástica y la emoción de la escritura.

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