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John Connolly y Andrea Camilleri: en busca del personaje agotado

Charlie Parker y Montalbano dan muestras de acabamiento en las últimas entregas de dos autores imprescindibles del género de intriga

John Connolly y Andrea Camilleri: en busca del personaje agotado

Que un autor se cargue al personaje que le ha dado fama y dineros no suele reportar alegrías. Vean lo que le ocurrió a Conan Doyle al dejar morir a su Sherlock Holmes: hubo de mediar su propia madre para que se produjese la oportuna resurrección. Por este y otros tan malos precedentes, nada extraña que no pocos autores de novela negra o de intriga o de suspense persistan como forzados en sacar y sacar nuevas entregas de sus héroes sin que aporten nada nuevo las mismas ni en trama ni en estilo ni en escritura. No se me escapa que las editoriales se resisten con denuedo a que un autor abandone el filón que lo encumbró pues con ello decrecerían los ingresos en las cuentas de la casa. No se me escapa tampoco que hay lectores tan enganchados a un Charlie Parker (de John Connolly) o a un Montalbano (de Camilleri) que con ver al prota en letra impresa consiguen su dosis y se les da una higa que ya solo queden las cáscaras del mismo. Quizá yo me cuente entre ellos: queremos tanto a Parker, queremos tanto a Montalbano?

Unos nazis ancianos, repugnantes y decrépitos viven bajo identidad falsa en un pueblo de Maine, el escenario habitual de las novelas de John Connolly (Dublín, 1968). Alguien los descubre y decide vengarse. Hay sorpresa final. Fin de La canción de las sombras. Y no es malo el argumento y menos lo sería si no estuviesa tan prieta la narración de personajes prescindibles? y de tantos y tantísimos nombres propios de comercios, bares, puebluchos. Nada que oponer. Pero había que meter en el asunto a Charlie Parker (el detective tan sombrío como su pasado), y a sus amigos Louis y Angel, y al Hombre Puzle, y al Coleccionista: la serie debe continuar. Pero hagan ustedes un experimento: quiten a los recién nombrados de la historia y verán que sobran, que las atrocidades del campo de concentración de Lubsko espantan por igual, que Parker y compañía están como podrían no estar. Añada el lector otro detalle. Ya no se nos muestra el Mal mayúsculo, se nos dice que hay un Mal mayúsculo. Cuando, por ejemplo, el asesino vomitivo Steiger entra en un bar, no se cansa el narrador de decirnos el creciente pánico del camarero: no nos muestra el creciente pánico del camarero.

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