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Lavilla atribuye el mérito del proceso a Suárez y niega el guión de Fernández Miranda

Lavilla atribuye el mérito del proceso a Suárez y niega el guión de Fernández Miranda

Y en febrero de 1983, tras consumir todas las energías en el intento de mantener a flote el barco de UCD que se hundía, arrojó la toalla, para no volver a la política. Letrado del Consejo de Estado con el número uno en la oposición, se inició en los círculos juveniles de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, europeístas y monárquicos, perteneció al núcleo fundador del grupo Tácito, embrión del PP y de UCD, y fue ministro y presidente del Congreso. Es académico de Morales y Políticas y de Legislación y Jurisprudencia.

En el libro recién publicado enhebra las decisiones políticas con las reformas legales que, combinadas ambas, permitieron la transformación de la dictadura en una democracia sin quebrar el orden político. La exposición de Lavilla parece consabida. El mismo adelantó varios de los argumentos más poderosos en una entrevista concedida a Silvia Alonso Castrillo para su tesis doctoral sobre UCD y en diversos artículos de prensa. Sin embargo, está destinada por el contrario a alimentar la inacabable discusión sobre el cambio democrático que tuvo lugar en España. La distribución que hace de los méritos de la transición contiene la mayor carga polémica: "Torcuato Fernández Miranda no fue el director de aquella operación política. Afirmo por ciencia cierta que fue plena la dirección del presidente Suárez". Lavilla cuenta que el jefe del gobierno llevó un papel que podía ser de Torcuato a una de las reuniones, pero el contenido fue modificado posteriormente en profundidad bajo su dirección, resultando una Ley para la reforma política muy distinta a la del primer borrador.

Lavilla transmite a lo largo de todo el libro la seguridad de que su equipo tenía el objetivo irrenunciable de la democracia y un plan diseñado hasta el mínimo detalle, que fue ejecutado con absoluto rigor y acierto. En efecto, el proceso se desarrolló tal como había sido anticipado en los artículos de Tácito para el "Ya" y el resto de periódicos de Editorial Católica.Tal fue la meticulosidad con que trabajó el ministerio de Justicia en la estrategia reformista durante el año decisivoque transcurre entre el nombramiento de Suárez, en julio de 1976, y la celebración de las elecciones generales, en junio de 1977, que, según desvela Landelino, tenían dos planes perfectamente dispuestos para el caso de que la reforma política fuera rechazada, con sus respectivas consecuencias previstas. Uno contemplaba la continuidad de Suárez al frente del gobierno y otro su dimisión.

En Lavilla no hay asomo de duda de que el destino de su generación era la democracia. La querían y querían ser ellos los protagonistas de su asentamiento en España. Su estrategia fue la reforma, y la táctica empleada el consenso. Lavilla considera que el éxito, indiscutible, debe ser compartido. En la actualidad, a sus 82 años, declara sentirse preocupado, que no ocupado. Observa con inquietud cómo después de décadas de bipartidismo y estabilidad se han ido imponiendo las fuerzas centrífugas y la dinámica política se desplaza desde el centro hacia los extremos. Defiende el centrismo con igual convicción y el mismo ímpetu con que, literalmente, se arremangó para salvar a UCD del desastre, primero enfrentándose a su admirado Suárez por el liderato del partido y luego negándose en rotundo a engrosar la "mayoría natural" bajo el mando de Fraga. Pero entona el mea culpa por no haber logrado crear en el interior del partido el clima de convivencia conseguido entre los españoles. Lavilla cierra el libro con puntos suspensivos. Es un saludo al futuro desconocido. El tiempo pasa y la figura de los grandes políticos de la transición no deja de crecer.

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