Estos pájaros negros nos anuncian
marzo y abril; blackbird dicen al norte;
aquí para nosotros mirlo, o tordu
y ñerbatu en la lengua desterrada.
Los oímos cantar en la espesura
de Lluveces, en parques con tristeza
de orfandades y juegos detenidos,
en urbanizaciones con farolas
que alumbran la miseria a campo abierto.
Wallace nos enseñó a mirar de trece
maneras muy distintas su perfil.
Keats prefería oír al ruiseñor
para calmar la niebla de las almas.
Leopardi habló del passero solitario,
camuflado en su abismo sin más rezos.
Saba lo persiguió entre la Bora
huyendo de su culpa con ancestros.
Hughes lo buscó en los campos de la turba
más negra por la bruma sometidos.
Zagajewski lo vio oculto del miedo
de un país construido con las ruinas
y la vergüenza de hombres desollados.
¿Qué nos queda a nosotros?
La plegaria tal vez, algún poema
o escuchar en la bruma la agonía
de este pájaro negro sin silencios.
(Del libro inédito Donde nunca sombra)