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Arte

Monsieur Garcin, un mago semiótico

Performáticos montajes fotográficos como expresión de imaginativos rituales estéticos entre quiméricas geometrías

"Cambiando el mundo", obra de Gilbert Garcin.

Resulta tan divertida como interesante la obra de este francés de la Provenza que en 1995, a los sesenta y cinco años, comienza una carrera artística para contarnos, mediante el fotomontaje y con técnicas analógicas, sus aventuras en un fabuloso universo de quiméricas geometrías. Con una obra verdaderamente independiente, en este caso sí que "de autor", que es todo una autoafirmación creativa, este mago semiótico construye -literalmente- un mundo absolutamente personal y que a nada se le parece porque, aunque abundan los fotógrafos que crean ficciones porque entienden que la fotografía no tiene que ser solo documento de la realidad, él crea "idealidades" que existen solo en su pensamiento, abstracciones, utopías también, si se quiere, como dice el título de la exposición.

Dicen sus críticos más acreditados que su estética remite a las imágenes del cineasta Jaques Tati y del pintor surrealista Magritte. Más del primero en realidad, porque la poética de Gilbert Garcin no es el surrealismo, sus imágenes no buscan la paradoja y no pervierten, subvierten o hacen travestismo con los objetos, de hecho apenas hay objetos en sus fotografías y casi todos tienen, de alguna manera, que ver con la geometría: cuadrados, círculos, líneas sobre todo, cuerdas, cintas, cables, hilos, pilastras, flechas, hileras, direcciones obvias o direcciones prohibidas. Cosas que le sirven para manipular, sugerir metáforas más o menos absurdas, actuar en definitiva, porque Garcín en realidad es un performer, aunque a veces juegue a ser pintor, como en los "aprés" de Motherwell, Hopper o Kline, del que crea con estacas una espléndida visión escultórica de su pintura.

Está presente en todas las fotografías, vestido con su gabán abundante con el que recuerda a Alfred Hitchcock, actuando, dirigiendo, curioseando o todo ello a la vez, comprobando que sus montajes están adecuadamente reproducidos por la fotografía. Queda así constancia de sus muy singulares acciones performativas, ejercicios formales según ideas o fantasías de la imaginación abiertas a toda clase de interpretaciones, lo que siempre resulta estimulante para el espectador y además forma parte del propio sentido del arte, cuyos mejores mensajes son aquellos que no necesitan explicaciones ni claves para a ser descifrados. Disfrutemos sin más del mucho ingenio que las imágenes desprenden, también de los absurdos que puedan proponer o de la filosofía que a menudo encierran, nos hablen de Diógenes, Sísifo, de cambiar el mundo, de los hilos del tiempo o del tiempo y el espacio según Garcin, volando entre nubes agarrado a un gran reloj como de película muda. Y sobre todo disfrutemos de su curiosidad e inocencia. Me hicieron pensar en el niño intentando meter toda el agua del mar en su pozo de arena en la playa bajo la interesada mirada de Oteiza, lo cual sí sería una escena para Jacques Tati.

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