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Libros

Memoria, pero también escritura

Con La noche que no paró de llover la asturiana Laura Castañón supera con éxito, cuatro años después de la primera, la prueba de su segunda novela

Memoria, pero también escritura

Bien sabido es: uno de los mayores pánicos (si no el pánico a secas) que nubla a quienes cosechan gran éxito con su primera novela es publicar la segunda. Por un lado, acecharán contra ella la legión de colegas que aspira con entusiasmo al fracaso ajeno: sociedad literaria pequeña, infierno grande. Por otro, tendrán presto el reproche los amigos de la comparación, siempre a punto el despectivo "la anterior era mejor": sociedad lectora pequeña, infierno grande. Por último, no faltará el grupo de incondicionales complacientes que solo verán virtudes que aplaudir: ojo, sociedad fiel, infierno futuro. Pues, a mi juicio, a ninguno de los tres frentes ha de temer Laura Castañón (1961) quien acaba de entrar en la órbita de la editorial Planeta (atentos a lo que tal cosa pueda significar) con La noche que no paró de llover, tras los aplausos encendidos que se llevó con Dejar las cosas en sus días, hace cuatro años ya.

Sin embargo, en las entrevistas y presentaciones promocionales de esta segunda novela creo que se está insistiendo solo (o demasiado) en varios de sus aspectos, pero con olvido flagrante de uno de ellos. Que sí, que desde luego, que es una narración de muchos niveles, que es una historia "de mujeres", que se habla de culpa y redención, que si Laia y Emma están logradísimas en su historia de amor y desamor, que si la apabullante anciana Valeria lo llena todo, que si Feli tiene vida propia, que cuánto intrigan esos capítulos en cursiva, que si Gijón es un personaje más (ya era hora), que si la Guerra Civil es otro, que si es una novela de emociones y de sentimientos y de pasiones si acaso, que sí, que todo ello es verdad y que lo hay a manos llenas y da mucho campo para discutirlo y armar talleres literarios que lo desmenucen y eleven a los cielos tanta historia personal que ronda por ahí ("mi vida es una novela", oigo cinco veces por semana), que sí. (También he leído que la La noche que no paró de llover es galdosiana: a mi juicio, otra vez, se parece tanto a Galdós como un huevo a una castaña, por fortuna). Pero tengo por seguro que si solo fuesen tales los valores de esta novela no serían muy disísimiles de los que llenan las tardes o noches, qué sé yo, de los seriales televisivos, a base de romanticismo sofrenado y mucha historia de manual de primera enseñanza. El olvido flagrante al que me refiero es que la novela está muy bien escrita. Si El espejo del mar, por citar una obra capital, fuese solo una historia de veleros y tempestades, no duraba dos capítulos ni a un lector benevolente.

Fijémonos cómo una sola página (la 271) valdría por sí sola para definir a Valeria, incluso con compasión, aunque no con condescendencia, sin cargar tintas, solo dándole voz: "Y siempre creí que las personas debían actuar como había que actuar, con esa especie de ley no escrita que es la que hace que la sociedad tenga un orden?". O reparen un poco antes en esa pérdida del concepto de "verano" para una clase social: "Qué raro aquel verano sin playa, sin amigas, sin calle? Qué mala era la guerra". O la exactitud del párrafo: "Y su voluntad crecía, pero las sombras menguaban el empuje vital, y las sombras tenían el color rojizo del pelo de Emma y el color del dinero que inevitablemente iba a tener que conseguir". Aunque mi predilección va por la larguísima tirada (que es exactamente la que pide lo que se cuenta) de estupendo crecimiento, sin pausa, sin apartes, de las páginas 300 y siguientes: "? se perdieron al otro lado del cristal, en los árboles de la Plazuela, donde, de pronto todo adquiría?" y se atropella el recuerdo, que vuela años atrás, sin freno. Memoria, memoria, memoria: de acuerdo. Que no arrastre todo el olvido. Pero hay que contar muy bien la novela, como lo acaba de hacer Laura Castañón. Y cuando se alcanza un nivel de escritura semejante nada, nada prevalecerá contra ella. Sea la segunda novela, la décima sea.

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