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Literatura

Escritores suicidas

Eduardo Halfon describe en Saturno el enfrentamiento al padre por la literatura

Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) es uno de los escritores latinoamericanos más prometedores de su generación. Autor de novelas y relatos en los que el origen de los personajes reviste una importancia trascendental, como en Clases de hebreo, El boxeador polaco o La pirueta, es un experto ensamblador de vida y literatura muy consciente de que "unos corren del mundo del padre mientras otros lo claman y piden a gritos". Ambas cosas al mismo tiempo parece hacer el narrador de Saturno, breve novela -una de las primeras de este autor- que en muy cuidada edición de Jekyll & Jill aparece por primera vez en España.

El monólogo interior de un hijo, dedicado a la literatura contra la voluntad de un padre dictatorial e indiferente, permite recorrer al lector los más variados paisajes del suicidio. "Huyo escribiendo, padre", afirma el hijo que freudianamente intenta librarse de su padre, matándolo metafóricamente al emprender el viaje de la literatura. Es clara la identificación con Franz Kafka o incluso con Gregorio Samsa, su personaje más célebre: "Manteníamos una relación civil porque nuestra diplomacia así lo requería, porque no teníamos el valor para admitir nuestra creciente desidia, nuestro fracaso. Nos ignorábamos. Su presencia sólo la percibía cuando me insultaba. Como un bicho, usted me insultaba. ¿Lo recuerda, padre? Siempre me fue incomprensible su completa frialdad hacia el sufrir y la vergüenza que podía causarme con sus palabras".

Para este viaje hacia la aniquilación, las alforjas van cargadas de escritores suicidas: Klaus Mann ingiriendo una dosis letal de somníferos; Sylvia Plath con la cabeza metida en el horno mientras sus hijos duermen en el cuarto de arriba; Ernest Hemingway descerrajándose un tiro con su escopeta de doble barril; Virginia Woolf adentrándose en el río Ouse, con su abrigo y su piedra; Hart Crane arrojándose a la inmensidad del océano; Hunter S. Thompson sentado ante su máquina de escribir, justo antes de dispararse en la cabeza; Alfonsina Storni entrando al mar; Constance Fenimore Woolson arrojándose febril por la ventana para sufrir después una dura agonía; Leopoldo Lugones ingiriendo arsénico; Emilio Salgari abriéndose la garganta con un cuchillo; Yukio Mishima asaltando el complejo Ichigaya en compañía de cuatro alumnos para después rasgarse las entrañas; Paul Celan, Cesare Pavese, Yasunari Kawabata, Georg Trakl, Stefan Zweig, Primo Levi y un largo etcétera. Sí, personas con un talento especial para la literatura y una tremenda incapacidad para soportar la dureza de la existencia, personas que se ven abocadas a ese callejón sin salida al final del cual en unas ocasiones las espera Tánatos, en otras sus hermanas las Keres.

"Usted, padre, también se burlaba de mi trabajo literario. Le parecía a usted ridículo que su hijo pretendiese ganarse la vida escribiendo. Se avergonzaba usted de mi vocación. A sus amigos les solía mentir. ¿Lo recuerda, padre? (?) No lloré su muerte. ¿Lo sabía? Usted me enseñó a no llorar, padre. Hay tantas voces. Una sinfonía de voces, padre, eso son, eso somos. Somos, en fin, las voces que escuchamos".

Para el narrador de Saturno esas voces de la literatura supondrán un intento de huida antes de ser definitivamente devorado por la alargada sombra del padre: "Usted se marchó sin jamás haber estado. Usted me abandonó, padre, no el día de su muerte, sino el día de mi nacimiento".

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