Poesía

La silla y la tierra

La poesía excéntrica de Domingo Caballero

fernando menéndez

La poesía de Domingo Caballero, felizmente excéntrica (en el sentido literal de la palabra) y reincidentemente anacrónica (en el sentido más noble del término) galopa bruñida sobre la afortunada idea de Octavio Paz cuando define lo poético como la invención de un nuevo idioma. Sólo hay que adentrarse en este poema-río de Caballero para comprender que el lenguaje es un epicentro que emite réplicas y desórdenes. "Un texto es un tejido / y el tejido pura / sintaxis. / La sintaxis es un ajuste lujurioso / cuando es llegado el momento / de apurar el fuego, / tempestad de nácar, / que bate / la torre de marfil."

De nácar pero tempestad. Batir la torre de marfil para que la poesía no se consuma en lo inane, decorativo, lujurioso.

Domingo Caballero se viste de profeta con chorreras para adjetivar y verbalizar sustantivos. Escoge a un ángel como emisario y guía clásico para señalarnos un polígono industrial como el reverso de nuestra prosperidad: "Mas la ciudad / es a su vez / una suma de hipócritas polígonos, / un almacén de esquinas / acicaladas, / una marca de envases / y recias puertas herméticas (?) / Son los polígonos / los que deciden / la ciudad, / la delinean."

Y por esa cadena trófica e intransigente que es la vida urbana (que no civil), sobreviven prostitutas como paradójicas vestales que blanquean vergüenzas ajenas y tejen esperas, sentadas en una silla roja.

Si para el cubano José Lezama Lima "un mito es una imagen participada y una imagen es un mito que comienza su aventura, que se particulariza para irradiar de nuevo", Una silla roja se mitifica porque comparte imágenes y las irradia. De las variadas suertes del profeta, Caballero escoge la de la exhortación. Es el propio poeta, quien en una conversación con Eduardo Galán, afirma que su poema es "social y crítico. Está generado por un debate consustancial al signo, entendiendo que el poema es un signo por sí mismo, aparte de que luego lo parcelemos. El signo no es unívoco: una mesa no significa una mesa para poner esto o lo otro, sino que el signo está compuesto de tendencias diversas y contradictorias. Cualquier signo es doble signo e interiormente está en guerra: ahí es donde se apuntan las clases sociales, los géneros?"

La silla roja, al final, es demasiado verosímil: desvencijada o aterciopelada, por ella pasan y se sientan cajeras, eminencias del secretariado internacional, cancerberos? superados por las circunstancias y los acontecimientos. Como nos recuerda Brecht por boca de Galileo en una cita que abre el libro: "La silla es la tierra. Y tú estás sobre ella".

De un poema que borbotea más que elude, los versos de Caballero desembocan en una tragedia mezquina y alevosa. Cohen en su canción "The future" nos lo advierte: "He visto el futuro y es un crimen". O Ginsberg en su poema "Aullido": "Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura". No es que los poetas solemnicen lo obvio; más bien son como Sísifo con su piedra a cuestas. En Una silla roja se combina la torsión de Caravaggio con los manchones de Pollock. Rectifiquemos: en realidad, a los poetas los queremos por evidentes y perseverantes, por esa manera tan elegante de profetizar. Jaime Gil de Biedma: "Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde". Domingo Caballero: "Que lo real, si existe, es arduo".

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