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Ensayo

¿Una democracia europea?

Daniel Innerarity analiza la naturaleza y limitaciones de la UE

De un tiempo a esta parte arrecia con fuerza el debate sobre la Unión Europea, su fundamento, naturaleza y evolución. Uno de los asuntos más cuestionados en ese debate, del máximo interés en todos sus términos, es el carácter democrático de la Unión. Se admite que han sido países europeos los que exportaron la democracia representativa liberal al resto del mundo, que las democracias más avanzadas están en Europa y que los estados miembros son democracias que protegen y promueven esta forma política, pero se discute si la propia Unión Europea debe ser y es de hecho un sistema político democrático. La división de opiniones al respecto tiene un profundo calado. Mientras unos sostienen que la Unión no es democrática, bien sea porque no lo necesita o porque fue concebida para no serlo, otros consideran que lo es y, al decir de algunos, más incluso que las democracias nacionales. En el intenso debate suscitado ha ido imponiéndose la tesis del "déficit democrático", planteada hace ya décadas, antes de que el parlamento europeo fuera elegido mediante sufragio universal y directo, y que el politólogo catalán Cesáreo Rodríguez-Aguilera ha expuesto con rigor y detalle en una excelente monografía publicada con el mismo título tras las últimas elecciones europeas. La tesis resalta la ausencia en la Unión Europea de las instituciones políticas típicas de los estados que la forman y la consecuente falta de democracia en los procesos de toma de decisiones. En suma, desde este punto de vista el principal problema de la Unión reside en la endeble legitimidad democrática de toda su estructura política.

La perspectiva que propone explorar en su libro Daniel Innerarity, director del Instituto de Gobernanza Democrática, apunta en la dirección contraria. Para el prolífico ensayista vasco, el problema de la relación entre la Unión Europea y la democracia no reside en la dudosa condición democrática de la Unión, sino en la democracia misma, que está siendo desbordada por los desafíos que plantea la sociedad global y se muestra incapaz de dar respuestas eficaces. La época de los estados soberanos está llegando a su fin y, sin embargo, la democracia sigue fatalmente anclada a ellos, quedándose sin sustancia y perdiendo su operatividad muy deprisa, al ritmo del cambio histórico. Según Innerarity, que vislumbra grandes posibilidades en su enfoque, una sociedad compleja sólo puede ser democrática y, por otro lado, la democracia es la forma política idónea para las sociedades complejas, de manera que lo único que hace falta es reencarnar la actual democracia estatal en una democracia transnacional o, como es denominada por otros autores, cosmopolita.

La Unión Europea, piensa Innerarity, es la ocasión perfecta para ensamblar la primera democracia compleja, multinivel y compuesta de la historia. En cierto modo, la Unión es uno de los experimentos naturales de los que dice J ared Diamond que se sirven los científicos sociales cuando no pueden recurrir a experimentos de laboratorio. La Unión Europea es un sistema político único en el mundo, ni estado ni organización internacional, y tiene unas características de tamaño, complejidad y experiencia política acumulada muy propicias para el alumbramiento de la nueva democracia postestatal. Más que en democratizar la Unión, nuestro empeño debe volcarse en europeizar la democracia. No es la democracia la que va a salvar a Europa, sino que precisamente en Europa está la solución al problema de la democracia, que va camino de ser engullida por la globalización.

Así pues, la argumentación de Innerarity se decanta por la globalización de la democracia. De acuerdo con el conocido trilema de Rodrick, de ello se deriva que la organización política de los europeos dejaría de estar asentada en el principio de la soberanía estatal. Esta opción concita adhesiones, pero también un rechazo que crece por momentos en Europa. Además, teóricos de reconocido prestigio han reaccionado con un escepticismo elocuente ante la posibilidad de que pueda funcionar una democracia a escala continental o mundial. Innerarity, en coherencia con el supuesto de que la Unión Europea padece un déficit conceptual más que democrático, da vueltas y vueltas alrededor de la idea de que la clave no está en reformar la Unión sino en reinventar la democracia a escala europea. Pero lo cierto es que su libro no contiene siquiera el esbozo mínimo de un diseño institucional de la misma. En todo caso, la cuestión es que el futuro de la democracia se juega, una vez más, en Europa. Y sabemos que el tiempo apremia.

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