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Ensayo

Los hechos siempre tienen más fuerza que el poder

Verdad y mentira en la política, reflexiones de Hannah Arendt

El vínculo entre la política y la mentira es tan estrecho que se impone con naturalidad incluso entre quienes participan de la vida pública desde una u otra orilla, ya sea como protagonistas o desde la formación coral de los electores. Estamos ante falsedades asumidas de antemano, que llegan a considerarse consustanciales a la propia actividad de quien gobierna o le confronta. La mentira clásica se estiliza ahora con versiones afinadas, sean los "hechos alternativos" o la insistencia en el "relato" como hilo conductor imprescindible para ganarse al votante, una deriva de la ya vieja elaboración posmoderna que introduce una carga ficcional y, por tanto, tramposa en un ámbito ya de por sí sospechoso de relegar las verdades. Esas nuevas formas de mentira hacen más recomendables las dos reflexiones de Hannah Arendt reunidas en Verdad y mentira en la política. El medio siglo transcurrido desde que la filósofa alemana los expuso por primera vez revelan el modo en que el pensar sólido adquiere con el tiempo el vigor de lo permanente. La versión original del primero de los ensayos "Verdad y política" data de 1964 y es una especie de apostilla a toda la controversia en la que Arendt estuvo envuelta a raíz de la publicación de Eichmann en Jerusalén, donde anticipaba ya los precoces rasgos totalitarios de un estado naciente al amparo de las víctimas del holocausto nazi. "La mentira en política" es posterior, de 1971, y tiene como detonante la divulgación de los "papeles del Pentágono", que dejaban en evidencia el cúmulo de falsedades sobre los que se sostenía la implicación estadounidense en el conflicto de Vietnam. El objetivo compartido de ambos es "descubrir el daño que el poder político puede infligir a la verdad". Sobre una distinción que hunde sus raíces en el Platón de La república -"lo que las apariencias son a las cosas que ellas representan es la opinión al conocimiento"- Arendt constata el repliegue de la verdad en el ámbito de lo público por la presión de la opinión. Y toda opinión es defendible mientras respete los hechos que deben sustentarla, exigencia que arruina la idea de que las opiniones confrontan siempre en pie de igualdad. Una colisión con el postulado de Nieztche de que no existen hechos sino interpretaciones, que casa mejor con ciertas maneras de conformar el discurso político.

La falsedad es una forma de acción política, sostiene Arendt, para quien "la diferencia entre la mentira tradicional y la mentira moderna equivale en la mayoría de los casos a la diferencia entre ocultar y destruir". Frente a la falta de verdad está la resistencia de los hechos que "se afirman a sí mismos por su tozudez". Como aviso para quienes buscan relatos a medida, Arendt advierte que "en su obstinación, los hechos son superiores al poder; son menos transitorios que las formaciones del poder" y proporcionan solidez a lo que sobre ellos se construye. Así, "la persuasión y la violencia (políticas) pueden destruir la verdad, pero no pueden reemplazarla".

La verdad puede resultar un término sospechoso por las muchas sacralizaciones interesadas. Para evitar equívocos, Arendt propone una definición escueta: " es aquello que no podemos cambiar". En su reflexión, la filósofa muestra que la verdad permanece a la vista alojada en los pequeños hechos y la falsedad se alimenta de los silencios cómplices de quienes prefieren ignorarlos, algo de lo que queda constancia por la evolución de tantos casos oscuros de la política.

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