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La antivida del industrial Ettore Schmitz

Maurizio Serra indaga con su monumental biografía en Italo Svevo, maestro de la modernidad

La antivida del industrial Ettore Schmitz

Según Claudio Magris, el nihilismo occidental llega a su apogeo con Italo Svevo (1861-1928). No es con Thomas Mann como muchos piensan, sino con Ettore Schmitz, detto Svevo, un prudente, acomodado y cosmopolita industrial triestino que deplora la mediocridad y se ve envuelto, sin embargo, en la implacable existencia monótona de una ciudad de frontera. Su muerte en un accidente de carretera, igual que le sucedió a Camus o a Sebald, nos privó, como dice Magris, de una cuarta novela definitiva que habría mostrado supuestamente hasta qué confín literario le habría conducido ese nihilismo. Su obra maestra cómica, La conciencia de Zeno (1923), es devastadora: un retrato hilarante de los delirios absurdos del hombre moderno, considerada por algunos pocos como la mejor novela cómica del siglo XX. De la boca de su protagonista, Zeno Cosini, un héroe tan encantador como poco fiable, brota una frase mordaz e ingeniosa que no ha dejado de zumbar en nuestro oídos: " La vita non è né brutta né bella, ma e originale!" ("La vida no es fea ni hermosa, pero es original". Una estatua de tamaño natural de Svevo se encuentra en Trieste cerca de la biblioteca pública, protegida por el agradable arbolado de la Piazza Hortis. No tiene pedestal, por lo que la figura de bronce se mezcla con los transeúntes: es simplemente un peatón inmovilizado, algo que viene a explicar muy bien al personaje. Debajo, la frase del protagonista de su novela más famosa.

Ettore Schmitz, que por italianidad decidió llamarse Italo Svevo mucho antes incluso de la Redención, nació en 1861, cuando Trieste era el puerto avanzado del imperio austrohúngaro, regido por los Habsburgo, puerta de entrada al ancho mundo y un centro del comercio internacional. Aunque poblada por italianos (eslavos y griegos), la ciudad, considerada una pequeña Viena, se forjó en Austria bajo el diseño imperial y un espíritu de tolerancia religiosa que permitió una próspera comunidad judía. La familia del padre de Svevo era de origen judío alemán y su madre judía italiana. Ese brillo original que advierte Svevo se produce quizás cuando la grandeza habsbúrgica se frota con el estilo de vida italiano más relajado y una mezcla sin orden ni concierto de elementos étnicos forma parte de la química.

No es difícil concebir una antivida en Svevo, escribe el diplomático y autor Maurizio Serra en la introducción de su biografía del escritor triestino. "Se esconde como si fuera una filigrana, en su obra esquiva, sinuosa, breve, si la comparamos con las principales odiseas literarias del siglo XX, pero cuyos mil recovecos no acaban nunca de examina rse". Serra, de origen italiano, nacido en Londres y residente en Francia, es el primero en relacionar a Svevo con Borges, con el que guarda afinidades, y que como él es incapaz de soportar las exposiciones a plena luz. Generoso, desprendido, Ettore Schmitz fue una persona atenta con sus semejantes queridos, alejado del mundillo profesional de la escritura, se iba y volvía para escribir en su clandestinidad. Tras los fracasos inexplicables de sus dos primeras novelas, Una vida y Senectud, se prodigó con los relatos: El asesino de la Via Belpoggio, Corto viaje sentimental, Confesiones de un anciano, que apenas pudo concluir, etcétera. Escribió algunas de las mejores paginas de ensayo que conozco sobre James Joyce, del que soportó los excesos de juventud por admiración personal y por las clases de inglés. Cronológicamente es el primero de los tres grandes autores italianos de su generación que marcaron la modernidad, junto a D'Annunzio y Pirandello. Renunció al alemán paterno, que dominaba, para escribir en italiano y exponerse a la lengua viperina de Saba que dijo de él que había desertado del idioma para escribir mal en italiano. Sin embargo, la escritura de Svevo es precisa, deslumbra por la calidad de sus palabras adecuadas, la mot juste que diría Flaubert, y por su desbordante ironía. Ocupado de sus negocios y de otros asuntos, cuando murió a causa del accidente se encontraba en el esplendor literario algo que no había conseguido hasta los últimos días de su existencia.

Del libro de Maurizio Serra, brillante biógrafo de Malaparte y ganador del Goncourt, escrito en francés, posteriormente traducido y que ahora publica Fórcola, con el esmero que caracteriza a esta editorial, surge la pregunta que muchas veces suele acompañar al género. ¿La vida tiene realmente interés para el biógrafo y el lector, o sólo los libros nos pueden revelar la naturaleza de un personaje como Svevo que dista tanto de la imagen del literato profesional y de los círculos en que se mueve? La idea de la antivida parte del desafío de encontrar qué pertenece a la adhesión y cuánto a la fuga en un burgués, como es su caso, entregado al conformismo y cuya modernidad, como escribe Serra, nace precisamente del deseo de confundirnos. También de ese rechazo del superhombre de Nietzsche que flotaba en el aire durante las primeras décadas del siglo pasado y que iba a ser terrible. Joyce, Kafka, Musil, Pessoa o Walser, en su trayectoria o en sus ficciones, recrean al antihéroe, a menudo un empleado de oficina pequeña, que vive una vida aburrida y sin esperanza que busca en vano sentido. Si bien acepta los códigos de su entorno y la vida cotidiana de un empresario, Italo Svevo se muestra indiferente a las cuestiones políticas y religiosas, alimenta sus decepciones y la fantasía de sus novelas. Él mismo es su propio personaje, pero lo hace de manera tan discreta como se comporta en la vida, tímidamente, apareciendo y replegándose. Emilio Brentani, protagonista de Senectud (1898), es un modesto empleado. Vive con su hermana Amalia, sin ser capaz de enfrentarse al mundo, o a la fuerza de un amor verdadero. Esperando algo que no sucede, se niega a comprometerse realmente con la joven Angiolina y se refugia en los sueños y la negación de la realidad. Zeno Cosini se sumerge en el interior de sí mismo. Vive su libertad en medio de un fracaso existencial y una neurosis cuyo síntoma más evidente es la adicción al tabaco. Como terapia, reúne cuadernos, fragmentos de historias que sugieren sus amores y desilusiones, y finalmente admite que no tiene cura.

Svevo fumaba más de ochenta cigarrillos al día, otras de sus pasiones eran las botas femeninas y las teorías de Freud. Agnóstico, amante de su familia y padre ejemplar, sufrió con la deriva fascista que afectó a los suyos. En la literatura halló la rebeldía, un arma con la que protegerse de sus temores.

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