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Historia

Los "frágiles héroes" de Todorov

El recién fallecido pensador analiza en El triunfo del artista la crítica relación de una pléyade de creadores con la Revolución de 1917

Llevan razón quienes afirman que Tzvetan Todorov (Sofía, 1939-París, 2017), uno de los grandes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, no podía dejarnos mejor testamento que El triunfo del artista. Subtitulado con precisión "La Revolución y los artistas rusos: 1917-1941", el filósofo y gran lingüista analiza en su último libro las trágicas e infelices relaciones de algunos de los más extraordinarios creadores (escritores, músicos, pintores, cineastas?) de la pasada centuria con lo que él mismo define como "uno de los acontecimientos más influyentes de la historia moderna": la toma del poder por los bolcheviques, de la que se cumplirán cien años el próximo mes de octubre. Como asegura el galardonado en 2008 con el premio "Príncipe de Asturias" de Ciencias Sociales, no "deberíamos pasar esta página de la historia reciente sin haberla leído con atención".

Todorov, que considera la Revolución soviética de 1917 como el primer estado totalitario de la historia, analiza en este breve pero enjundioso volumen la vinculación de una veintena de artistas de primerísimo nivel con la idea de revolución y con el régimen que tras los hechos de octubre impusieron Lenin, primero, y después Stalin. De éste afirma con sutil discernimiento que fue más un cruel dictador de "inspiración nietzschana" que un aplicado marxista, pese a las apariencias.

Desfilan por estas páginas desde Maksim Gorki (1868-1936), el autor de mayor edad entre los estudiados -y el más influyente ante las instancias bolcheviques pese a sus continuas desavenencias-, hasta Dimitri Shostakóvich (1906-1975), el más joven y uno de los artistas que supo hacerse perdonar su música vanguardista acomodándose al comunismo soviético (fue miembro del Soviet Supremo de la extinta URSS). Y entre ambos, una retahíla de genios que optaron por el suicidio, la disidencia o una medrosa conllevancia: Mayakovski, Blok, Pasternak, Tsvietáieva, Maldestam, Bábel, Bulgákov, Zamiatin, Pilniak, Yesenin, Meyerhold, Einsenstein? Dedica el capítulo más largo a Malévich (1878-1938), creador del suprematismo y de "El cuadrado negro", una obra capital para entender las vueltas y revueltas de la pintura moderna.

"La llama roja de Octubre los quema a todos", escribe Todorov. Y eso pese a que la fascinación por el ideal revolucionario persiste en la mayoría de estos artistas, incluso cuando son perseguidos, silenciados o ingresados directamente en la atroz noche penitenciaria del Gulag. Es una historia que ha contado más extensamente Solomon Volkov en El coro mágico. Algunos de los jerarcas bolcheviques trataron en los compases iniciales de la revolución de granjearse el apoyo de estos creadores, también el de los futuristas y el de los constructivistas. Frente a los que optaron por el exilio ( Stravinski, Rajmáninov, Prokófiev, Kandinski, Chagall, Lariónov o Goncharova), hubo quienes creyeron, entre los que permanecieron en la URSS, en un arte revolucionario leal al giro histórico que supuso la conquista del poder por los bolcheviques. Lenin, su líder indiscutible, dejaba todos estos asuntos en manos de Lunacharski, una especie de "zar" para la cultura y la educación. El comisario de Instrucción protegió a Meyerhold o a Stanislavski, pero, al igual que Trotski, sólo veía "compañeros de viaje" en esa pléyade de insatisfechos y desasosegados artistas.

Frente a las inquietudes de casi todos los autores que recuerda Todorov, la Revolución de Octubre parió oficialmente un ratón estético de principios y hechuras reaccionarias, convencionales: el realismo socialista. Quienes no comulgaron con esa rueda de molino -la única aceptable para Stalin y sus secuaces-, pagaron con el ostracismo, la cárcel o la muerte, su posición crítica. "Vivimos sin sentir el país a nuestros pies", escribió Maldestam en su "Epigrama contra Stalin", el "montañés del Kremlin". Arrestado y posteriormente deportado a Kolymá, el poeta acmeísta falleció en un campo de tránsito en 1938.

Todorov señala que sólo a partir de 1953, el año de la muerte de Stalin, se produce una mínima apertura. En un plazo de siete años Pasternak publica El doctor Zhivago (1955), Vasili Grossman su monumental Vida y destino (1959) y Solzhenitsyn el ejercicio de minuciosa descripción que es Un día en la vida de Ivan Denisovich. El pensador franco-búlgaro, educado en un país satélite de la URSS hasta su marcha a París en 1963, ilustra con su último libro una de sus más persistentes convicciones: el acontecimiento crucial del siglo XX ha sido el pulso entre totalitarismo y democracia. Y llega a sostener, por si alguien tuviera dudas, que el ultraliberalismo rampante de las últimas cuatro décadas "se parece más al totalitarismo comunista que al liberalismo clásico".

El corolario de El triunfo del artista deja un poso optimista entre los admiradores de muchas de las obras de los creadores recordados por Todorov. Y es que, como subraya el filósofo, todavía "tienen algo que enseñarnos" desde su posición de "víctimas de la tormenta revolucionaria". Es una conclusión a la que nos abrazamos hoy sin olvidar que hubiera parecido presuntuoso y hasta ridículo decir algo así en 1941, en plena liquidación de los autores más inconformistas. Es la perspectiva que nos da el tiempo y el aquilatamiento de los sucesos históricos y culturales: "Quienes detentan el poder son capaces de destruir a aquellos a los que quieren someter, pero no tienen influencia en los valores estéticos, éticos y espirituales procedentes de las obras creadas por estos artistas".

Es el triunfo de los "frágiles héroes" que, a su manera, homenajea Todorov en este libro de heridas y esperanzas. Y es que, en efecto, sin el ejemplo de esos resistentes a los propósitos del totalitarismo "la humanidad no podría sobrevivir, ni antes, ni ahora".

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