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Selfies

Desconcierto ante una nueva forma de captar imágenes

Yo también me he hecho selfies, mal, pero lo he hecho. Lo que pasa es que mis selfies suelen ser en compañía y no tengo la más mínima intención de compartirlos en plataformas digitales de ningún tipo. Quizás sea esta la diferencia más marcada entre los selfies de mi generación analógica y de fotomatón, y quienes han vivido la era digital con facebook, twitter, Instagram, etc., ab initio. Todos los selfies son autorretratos, pero no todos los autorretratos son selfies. Estas dos formas de producir imágenes de uno mismo -autorretratos y selfies- no comparten ni el código interpretativo ni la relación entre el sujeto productor de la imagen, la imagen misma y el posible espectador. Tomemos como ejemplo de autorretrato fotográfico el trabajo de Cindy Sherman, fotógrafa particularmente conocida por fotografiarse ella misma adoptando identidades reconocibles social o históricamente. Sus instantáneas icónicas mantienen un continuo diálogo con las percepciones sociales y las condiciones existenciales que le parecen importantes. Nos gusten o no sus fotos, sus autorretratos, tenemos por necesidad que reaccionar porque nos enganchan: reconocemos las imágenes que construye y que, a la vez, critica; incluso es posible que nos reconozcamos en esas imágenes y ese reconocimiento suscite una incomodidad sobre la que pensar.

Los selfies que nos vamos encontrando en prácticamente cualquier plataforma digital suelen adoptar una imagen teatral que puede asociarse con celebridades, personalidad aventurera o rompedora, pose de éxasis de felicidad, de aplomo, de agresividad, de humor, etc. Todos parecen responder a un dictado social sin que nos quede muy claro qué intención tienen. Cuando miro autorretratos pintados o fotográficos, mi actitud es la de una espectadora distanciada ante un objeto con el me relaciono con mayor o menor interés dependiendo de lo que me pueda sugerir el objeto en sí. Con los selfies desconozco el protocolo de su uso, el propósito social o comercial que puedan tener, si mi mirar y su ser mirados es un acto de algún alcance o no, o si lo efímero y plano de estas imágenes es sintomático de una manera de ver y de expresar identidades para un público masivo del que, obviamente, no formo parte. Las imágenes nos seducen con sus posibles narrativas. Estas nos invitan no solo a conocer o reconocer a alguien o algo sino también a imaginar, a salirnos de lo concreto y dar rienda suelta a todos nuestros sentidos. En el caso del selfie quizás sea la falta de contexto la que me deja sin saber a qué estímulo responder más allá del que recibe la retina, quizás sea que me parece que estoy invadiendo la privacidad de alguien o que me aterra la ausencia de privacidad que implica.

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