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Migraciones

He visto últimamente dos películas de inmigrantes y sus dificultades para encajar en la sociedad que, más o menos voluntariamente, los acoge. Se trata de Un italiano en Noruega ( Gennaro Nunziante) y de E l otro lado de la esperanza ( Aki Kaurismäki). La primera es una comedia italiana con Checco Zalone (Luca Pasquale Medici) -cómico meridional polifacético y de gran éxito- en la que reconocemos la autocrítica italiana siempre divertida y nunca demasiado ácida. Quizás alguien recuerde a Alberto Sordi haciendo de italiano quejica y ridículo vis à vis David Niven haciendo de puro británico estirado y sartorial (aunque su uniforme militar era poco más que harapos) en la película Su mejor enemigo ( Guy Hamilton, 1964), o a Nino Manfredi en Pan y chocolate ( Franco Brusati, 1973) haciendo todo lo posible por adaptarse a la civilizadísima Suiza, incluso llegando a teñirse el pelo de rubio para parecer menos italiano. Yo sí me acuerdo y me doy cuenta de que en estas comedias me resulta muy fácil alinearme con los italianos y su muy idiosincrásica forma de lidiar con lo extraño, con su manera de infantilizarse ante las dificultades, con su idealización de un norte mítico que, de cerca, resulta mucho más prosaico. Naturalmente, Un italiano en Noruega redime a su protagonista a base de payasadas desternillantes que confirman el estereotipo que los propios italianos tienen de sí mismos.

El otro lado de la esperanza es definitivamentge otra cosa. Para empezar, el director es el finlandés Aki Kaurismäki a quien, un poco como a Ken Loach, le interesan las tensiones étnicas y sociales en Europa con respecto a los muchos inmigrantes que lo arriesgan todo para entrar en los países del norte. Ya había visto hace tiempo El Havre (2011), la primera película de una supuesta trilogía portuaria de este director, y me había gustado su manera de ponernos realmente cerca de los personajes. En El otro lado de la esperanza ocurre lo mismo: casi no hay espacio entre quienes estamos en el patio de butacas y los personajes principales: un sirio que llega a Helsinki por casualidad y pide asilo político, su amigo iraquí, un finlandés mayor que quiere cambiar de vida y abrir un restaurante y el personal del restaurante mismo. A pesar de lo durísimo de la situación de Khaled (el sirio), el tono general de la película está lleno de humor. Los finlandeses con los que nos llegamos a familiarizar son parcos de palabras y de obras; tenemos que observar muy bien si queremos intuir lo que piensan o porqué hacen lo que hacen. Un poco como el paisaje citadino gris y frío, el ambiente no es acogedor aunque haya individuos que sí lo son. La música en vivo en la que tanto insiste el director está formada por cantantes finlandeses empeñados en perpetuar una mezcla de rock and blues más afín a los Estados Unidos (ese país eminentemente híbrido) que a la tierra de Sibelius. Por supuesto, existen también en Finlandia esos "guardianes de la raza pura" que ya llevan tiempo pululando por toda Europa y que, en este caso, son un peligro real tan o más cruel que subirse en una patera a ver si llegas vivo a algún sitio. El gobierno y las instituciones, con su frialdad "objetiva" e inapelable (o sorda y ciega ante las circunstancias del aspirante a refugiado), salen mal parados en esta narración a caballo entre la fábula y el cuento subjetivo. Kaurismäki consigue con su económica historia meternos en la piel de individuos concretos y de modelos de comportamiento social sobre los que reflexionar y opinar.

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