La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MÚSICA

Gustavo Gimeno, una batuta en alza

El valenciano deslumbra en la Quincena Musical de San Sebastián con su formación sinfónica

Una de las mejores noticias que ha dejado la programación musical de los festivales españoles ha sido, sin duda, el trabajo realizado por el director valenciano Gustavo Gimeno que se ha presentado en San Sebastián con la formación de la que es titular desde 2015: la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo.

Las grandes citas sinfónicas acaparan, como una tradición, el tramo final de la Quincena musical de San Sebastián, cita que, con 78 ediciones de historia, es con diferencia uno de los mejores ciclos culturales del periodo estival en el que que música clásica, danza y ópera tienen protagonismo absoluto durante agosto en el auditorio Kursaal, en el teatro Victoria Eugenia y otros escenarios de la capital donostiarra y la provincia de Guipúzcoa, incluso con incursiones en el país vasco francés.

Dentro de estas convocatorias, los dos conciertos de la orquesta de Luxemburgo han servido de perfecto cauce para mostrar las grandes virtudes y capacidad de proyección de Gustavo Gimeno, formado como asistente con maestros de la talla de Bernard Haitink o Claudio Abbado que han sido muy significativos en su perfil profesional dotado de una imponente base técnica que le permite conseguir resultados significativos aunque no todo el material a su disposición esté con un balance equilibrado.

La Filarmónica de Luxemburgo no ha sido, históricamente, una orquesta de primer nivel en el contexto europeo. De la mano de Gimeno está afrontando nuevos retos y consiguiendo finalmente objetivos y retos que van a más en lo que al gran repertorio se refiere.

En la primera de las dos citas de la Quincena, maestro y orquesta se sumergieron de lleno en el repertorio ruso más exigente. Arrancaron con una notable Una noche en el monte pelado de M. Mussorgsky y alcanzaron el cénit de la velada en el Concierto para piano y orquesta número 3 en do mayor, op. 26 de Sergei Prokofiev que tuvo como gran aliciente al volcánico pianista Alexander Gavrylyuk, que realizó todo un alarde de virtuosismo, interpretando la obra con una intensidad que arrebató al público. Orquesta, solista y maestro remaron en la misma dirección y, de este modo, multiplicaron la capacidad para hacer llegar en plenitud el rico color tímbrico de la obra, la delicadeza y el pulso feroz que con tanta naturalidad conviven en la misma. Premisas similares, estas de las tensiones dramáticas tan enlazadas con los pasajes más líricos, que también articulan la Sinfonía número 1 en fa menor, op. 10 de D. Shostakovich en la que no siempre todas las ideas de Gimeno cuajaron en la orquesta con la misma profundidad; previamente se interpretó una aseada versión de El lago encantado de A. Liadov.

La segunda jornada tuvo como aliciente la música de Giuseppe Verdi y su Misa de Réquiem. Compartieron escenario con la orquesta, el Orfeón Donostiarra y un cuarteto solista de buen nivel - María José Siri, Daniela Barcellona, Antonio Poli y Riccardo Zanellato. Tanto la Siri como la Barcellona brillaron especialmente, mientras que Poli y Zanellato se mantuvieron en una discreta corrección. No desentonaron, pero sus aportaciones fueron, digámoslo así, menos significativas. El Orfeón, como siempre, en una obra que domina a la perfección, volvió a dar otra lección de canto coral, con una interpretación de enorme potencia expresiva, matizada y exquisita en muchos pasajes de la obra. Gimeno trabajó con todos de forma impecable, tanto en los momentos de mayor dramatismo como en los más líricos en los que la emoción manó con sutileza. La brillante ejecución del "Requiem" verdiano permitió que el público disfrutase de una de las batutas españolas que va a tener cabida, en los próximos años, en la élite de la música clásica.

Compartir el artículo

stats