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Sueños árticos

Una fecunda indagación en el paisaje que va más allá de la observación científica

Sueños árticos

La influencia aristotélica primero, y la cartesiana más tarde, han impulsado a concebir a los animales como máquinas; en el límite, casi como objetos. Si a ello se suma el influjo del cristianismo, que abunda en una consideración simbólica de los animales como depositarios de virtudes humanas (fiereza, abnegación, candor, altruismo, fortaleza), el resultado es que nuestra relación con los animales tiende a advertir en ellos bien un dispositivo impelido a seguir una socorrida palabra, instinto, a la cual casi cualquier conducta puede ser adherida, bien un proteico emblema del cual se puede extraer cierto tipo de enseñanza moral, una suerte de blasón genealógico e incluso una dimensión alegórica.

Barry Lopez es un biólogo norteamericano que en 1986 publicó una obra justamente célebre, Sueños árticos, celebrada no sólo como uno de los grandes textos de observación científica de su tiempo, sino como una fecunda y todavía vigente indagación tanto acerca de un paisaje como de un paisanaje, el del Ártico y sus residentes animales y humanos. Poniendo en su lugar las intuiciones filosóficas y religiosas que han conducido a la cosificación y antropomorfización del reino animal, Lopez escribe: "Hay pocas evidencias tan estimulantes como la presencia de animales salvajes. Nos atraen, como la luna a las mareas, con interrogantes sobre la voluntad, el compromiso ético, los orígenes ancestrales". Pero Sueños árticos, como se ha insinuado, va mucho más allá de conjeturar una guía de la fauna y de la flora. Su mérito no se reduce a cifrar en admirables páginas lo que supone el encuentro con seres tan fascinantes como el buey almizclero, el narval o el oso polar, sino que prolonga esta lectura del entorno hasta agotar cada una de las manifestaciones que ese mundo casi siempre extremo regala a sus frecuentadores.

Sueños árticos sobresale como un compendio de sabiduría a propósito de las leyes físicas que rigen este cosmos compartido por Rusia, Dinamarca, Noruega, Estados Unidos y Canadá, y también como una mirada curiosa y educada al conglomerado de creencias, culturas y pautas etnográficas que configuran la diversidad de sus habitantes, recogidos bajo el rótulo de esquimales. La obra de Lopez, que bebe de la gran tradición del viaje como reserva espiritual, y que emparenta a su autor con John Muir y Henry David Thoreau, merece ser degustada como un trabajo de historia natural que rompe los moldes de la disciplina para proyectarse en el ámbito seductor de la geografía humana y de la elucidación del paisaje como disciplina cognoscitiva, un marco que no sólo reconduce nuestras percepciones y sensaciones, sino que vertebra el saber y la mitología de los pobladores, al punto de proyectarse como una cartografía del empeño humano.

Aunque quizá el mayor elogio que se puede hacer de un libro como Sueños árticos sea constatar que, cerradas sus páginas, uno tiene la impresión de hallarse ante uno de esos ejemplos de obra que, leída en las circunstancias oportunas, puede regalar a quien la descubra algo tan extraordinariamente decisivo como es una vocación.

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