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Lección de hibernofilia

Rivero Taravillo escribe la guía cultural definitiva sobre Irlanda en su diccionario En busca de la Isla Esmeralda

Lección de hibernofilia

Dublín es de las ciudades más literarias que existen. Uno de sus restaurantes populares floreció encima de una librería. Los rostros de Joyce, Yeats y Swift figuraron, antes del euro, en los las libras irlandesas. En Dublín, hay una mitificación del escritor y de su obra como en ningún otro lugar del mundo. El Bloomsday reúne cada 16 de junio a los seguidores del Ulises, que desayunan riñones de cerdo igual que lo hacía Bloom o se comen un bocadillo de gorgonzola en el Byrne. Es fácil seguir el rastro de Brendan Beham, Patrick Kavanagh o Frank O'Connor por las tabernas o detenerse en la calle para observar a los personajes de Me jewel and darlin' Dublin o el color local de Down Dublin streets, de Éamonn McThomáis. Dublineses, todos ellos, en busca de una cerveza a cambio de una historia.

Antonio Rivero Taravilllo (Melilla, 1963) cita en el mejor libro de conocimiento útil sobre Irlanda que he leído el poema que Louis McNeice compuso sobre la capital del Liffey: "Gris ladrillo sobre ladrillo/ bronce declamatorio /sobre pedestales sombríos: / O'Connell, Grattan, Moore; /y las barcazas de Guinness y los cisnes, /y en la corriente con balaustradas / y los mondos hueso de un tragaluz / sobre una puerta hambrienta / y el suave aire en la mejilla / y la cerveza negra corriendo de los grifos / coronada de crema amarilla / y Nelson en su columna /observando como el mundo se derrumba". McNeice también escribió que Dublín no es una ciudad inglesa aunque tampoco irlandesa. Flann O'Brien, aquel gamberro genial que firmó algunas de las mejores y disolventes columnas sobre sus paisanos en el "Irish Times" de Banville, autor de la célebre At swim-two-birds, dijo que ni una sola línea del Ulises se podría haber escrito en gaélico.

A Irlanda, la Isla Esmeralda, está dedicado el diccionario sentimental de la cultura que acaba de publicar Fórcola, con el esmero y la atención que suele dedicar a sus libros. Su autor, ya digo, es Rivero Taravilllo, poeta, crítico, biógrafo, novelista y traductor entre otros del gran O'Brien. En él proyecta una pasión desbordada por lo irlandés a través de entradas jugosas, circunloquios y rodeos que mantienen al lector atento en cada una de sus páginas. La peculiaridad irlandesa arroja ráfagas constantes de delirio local que incitan a proseguir con la lectura. Con En busca de la Isla Esmeralda, el diccionario de autor de Rivero Taravillo, sucede igual que con Pompa y circunstancia, la completísima obra sobre Gran Bretaña de Ignacio Peyró, publicada por la misma editorial hace unos años. Se puede abrir por cualquier página si se trata de una consulta, pero también se lee sin 0tregua, de un tirón.

Los hibernófilos están de suerte, este es su libro. El resto tiene la posibilidad de engancharse al viejo pero a la vez jovial mosaico de la vida azarosa irlandesa, tan plagada de contradicciones. O, si lo quiere, como escribió el propio Behan "un país de contrastes como cualquier otro país, rígido en algunos aspectos, libre y sencillo en otros". Un país que atrae y repele, como explica Antonio Rivero Taravillo en el prefacio. "La vieja cerda que se come a sus crías" de Joyce. El pueblo melancólico y borrachín, poblado de artistas y literatos, sacudido por la música popular y la tradición oral, rebelde y difícil, muy difícil, de interpretar para sus vecinos británicos, desde el mismísimo Churchill que decía aquello de que los irlandeses eran muy raros, puesto que se negaban a ser ingleses. La historia, las tradiciones orales, los escritores, los lugares, la música popular, los rebeldes y los políticos, los santos, Innisfree, la cerveza, el whiskey, el Levantamiento de Pascua de 1916, la ascendancy, las viejas epopeyas, etcétera, etcétera, desfilan de la A a la Z en este diccionario sentimental de Irlanda. Cualquiera que aspire a saber algo más de la verde Erín está obligado a leer esta apasionada declaración de amor de un culto y sensible observador hibernófilo como es Rivero Taravillo.

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