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Arte

Para viajar a Toraño

El paisajismo "Alicia" de Helena Toraño, un sugestivo bucolismo mágico como poética

"La espectadora inesperada", acrílico sobre lienzo de Helena Toraño.

Cuando en febrero del 2010 Helena Toraño nos trajo la que supongo que sería su primera exposición, en la sala Borrón de Oviedo, le puso el título "Pop". Aunque la artista manifestaba que su autoinclusión en la tendencia debía entenderse más bien referida al pop británico, como más creativo e irónico y de mayor sustancia plástica que el "pop cultura" neoyorkino y wharholiano, industrial y consumista, - y alguna complicidad mantenía con Kitaj o Hockney- ya se veía por entonces que aquella pintura tenía más bien poco que ver con el pop. En realidad el mayor atractivo de su obra residía en su inventiva iconográfica, la capacidad de crear imágenes frescas, ingeniosas y elegantes, una figuración excéntrica, y por tanto opuesta al pop, en todo caso más cercana a una pintura naif, entendida como una creación consciente y muy personalizada, lejos de las connotaciones peyorativas del término. A propósito e ello podríamos haber citado a Calvo Serraller cuando escribió de Eduardo Urculo que hacía un pop al que le faltaban las ganas de serlo.

Como era de esperar, y después de transcurrido un tiempo, Helena Toraño profundiza ahora en la que parecía ser su verdadera identidad pictórica, puesta de manifiesto en esta obra actual, dotada de un extrañamente sugestivo bucolismo mágico como poética, un "paisajismo Alicia", como de cuento de hadas, una estética que combina evocaciones del impresionismo y el naif con un lenguaje intensamente gráfico propio del comic o, sobre todo, de la mejor tradición de la ilustración literaria, de los buenos libros sobre los viajes de la imaginación. Ese lenguaje retiene nuestra atención sobre las superficies complejamente pintadas, con un seductor tejido plástico que enfatiza la sensación de proximidad física y destila una especial gracia e ingenuidad para adultos creando un mundo en el que lo real, lo simbólico, lo onírico y la imaginario se funden.

Esta ilusión de un mundo encantado habitado por gnomos y hadas se sustenta en un muy solvente manejo de los valores platicos. Helena Toraño concibe el espacio y la composición de la obra como una construcción mental más que como una referencia a la naturaleza, como el decorado para una representación de teatro infantil. Ese decorado ambienta el escenario de los sueños en el que, apoyada en el poder descriptivo de la línea y un colorido específico que irradia luminosidad, se crea una ilusión paisajística de árboles, flores o plantas fabulosos en barroca profusión. Es un paisaje que rezuma quietud y sensaciones placenteras, pero también una tensión misteriosa como anuncio de ocultos enigmas o peligros. Con solo eso, hace la artista una pintura narrativa, porque es la esencia de lo que han sido siempre los buenos cuentos infantiles. Un limbo lírico, un viaje de la imaginación denso de recuerdos y nostalgias.

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