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Pensamiento

Un liberal irreductible

Raymond Aron y su defensa de la política en Democracia y totalitarismo

Un liberal irreductible

El sociólogo y político alemán Ralf Dahrendorf publicó en 2006, tres años antes de su fallecimiento, un emotivo libro titulado La libertad a prueba, con el que quiso homenajear a los intelectuales que durante el siglo XX hicieron frente a la tentación totalitaria. Para él constituía todo un enigma el hecho de que muchos otros en su país hubieran sucumbido al nacionalsocialismo. Deseaba por ello proclamar su admiración hacia aquellos hombres públicos apasionados de la razón, forjados en la disciplina del compromiso, dispuestos a mantener sus ideas aún quedándose solos y a convivir con las contradicciones de la naturaleza humana y los conflictos de la vida social. Dahrendorf apreció en su conducta una práctica ejemplar de las virtudes liberales de las que consideraba el gran precursor a Erasmo de Rotterdam. De manera que decidió referirse a ellos con el apelativo de "los erasmistas". De una larga lista, en el citado libro destaca a los tres autores que mejor han representado el espíritu liberal en Europa: Karl Popper, I saiah Berlin y Raymond Aron. Los tres eran judíos, antifascistas igual que anticomunistas, celosos de su independencia, y compartían la vocación de decir lo que pensaban. No formaron parte de ningún grupo o capilla, tampoco crearon escuela, pero su influencia en el mercado de las ideas fue creciendo hasta que sus obras acabaron convirtiéndose en punto de referencia del debate intelectual de una época.

Raymond Aron se definió como un escritor político. En cierta ocasión afirmó: "Yo no escribo para estar de moda, ni para ser inciensado. No hago concesiones, y escribo para decir lo que considero que es la verdad". Estudiaba filosofía y sociología en Alemania cuando Hitler llegó al poder. De vuelta a Francia, tras una breve militancia socialista, y después de colaborar muy activamente en varias publicaciones periódicas, optó por dedicarse a la docencia en la universidad. Su vida como profesor y publicista se desarrolló en un ambiente tremendamente hostil, dominado por el marxismo dogmático de Sartre, compañero de estudios en la juventud y luego acérrimo rival político. Aron denunció a los popes marxistas en El opio de los intelectuales, un libro que le dio fama y protagonismo en la contienda ideológica, pero sintió una especie de atracción fatal por el marxismo original, el de Marx, y lo destripó en una voluminosa monografía, una de sus últimas obras. El reconocimiento público en Francia le llegó al final y con reparos. Los 28.000 ejemplares de la primera edición de sus Memorias, el relato de una vida llena de sabiduría política, considerado por algunos su mejor trabajo, se agotaron en la primera semana a la venta.

Aunque sus primeras traducciones al español datan de los últimos años cincuenta y el grueso de su producción está publicado en España, además de tener distinguidos alumnos españoles y haber publicado artículos en el ABC, el interés de Aron por nuestro país se limitó a la lectura de La rebelión de las masas de Ortega y Gasset y a una referencia ocasional al franquismo como "una excepción en el curso general de la evolución política de Europa", en tanto que el interés por Aron entre nosotros, también escaso, se hizo esperar y ha crecido lentamente. En 1966, Seix Barral publicó la primera edición de Democracia y totalitarismo, que ahora reaparece en una traducción nueva. Se trata de la transcripción de un curso impartido en La Sorbona en los años 1957 y siguiente. Era el tercero de una serie de cuatro cursos en los que se propuso completar un análisis sociológico de la sociedad industrial. Aron canceló la edición del cuarto, que había dedicado a lo que entonces se conocía por Tercer Mundo, según explica él mismo en sus Memorias, un detalle que le pasó desapercibido a Vargas Llosa, que en un reciente ensayo publicado en Letras Libres reprocha a su viejo amigo un desdén olímpico por los países menos desarrollados.

En cierto modo, Aron dibujó con trazo firme el mapa cognitivo de la guerra fría. Estableció con claridad la diferencia entre los regímenes democráticos, en los que una diversidad de partidos compite pacíficamente por el poder, y los totalitarios, sometidos al monopolio de un solo partido. Pero lejos de pintar el mundo en blanco y negro, postuló la complejidad de las formas políticas, y así abordó las imperfecciones de las democracias, empezando por la francesa, y perfiló una tercera categoría de regímenes, ni democráticos ni totalitarios, de la que en el libro menciona como botón de muestra la dictadura de Franco. Sus análisis anteceden a los que se hacen hoy para clasificar las democracias de más a menos democráticas y señalar a las democracias que despiertan dudas o han dejado de serlo, como la rusa, la venezolana o la turca.

A partir de la simple distinción entre democracias y totalitarismos, Aron formula las preguntas más acuciantes, sobre la condición oligárquica de la democracia, el carácter inevitable de la corrupción o las diferencias entre el fascismo y el comunismo, a las que va dando metódicamente respuesta, dejando constancia de sus dotes para la discusión racional y su buen juicio. Pero hay una cuestión que expone de manera antológica en las primeras lecciones y está presente en todo el libro, la primacía y la importancia de la política, que tiene como las anteriores una vigencia imperecedera. Aunque entendía que el meollo de la política estaba en la adopción de decisiones responsables, Aron demostró a lo largo de su vida que es posible dedicarse a la política de forma muy productiva y útil sin necesidad de convertirse en un político.

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