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Lecturas

Dan Brown cuenta de dónde venimos y adónde vamos en "Origen"

Diversión diseñada con habilidad para imantar al lector con las peripecias de Robert Langdon

Dan Brown, durante la presentación de la novela en Barcelona. EFE

Dan Brown juega con cartas bien marcadas pero no engaña. Truco con trato. El lector sabe lo que le espera y el autor sabe lo que esperan de él. Origen responde con creces a las demandas de sus millones de lectores. Y lo hace siguiendo los códigos y pautas sobre los que Brown reflexiona (de refilón) en un momento de su novela. Los códigos deben contener información. Las pautas son cualquier secuencia que presente una organización definida. Origen rebosa información y está organizada con rigor implacable. Ya ocurría con sus títulos anteriores: la prioridad es mantener interesado al lector desde la primera página y que no se escabulla hasta llegar al final con su inevitable sorpresa.

¿Cómo lo consigue? Primero, plantea un enganche de intriga que no se conforma con minucias. Ahí es nada: el origen de la vida, los peligros de la inteligencia artificial, el poder creciente de la tecnología como posible enemigo de la humanidad en el futuro, la lucha entre ciencia y religión... Y, como adorno de merengue, una subtrama con un toque delirante que tiene como protagonistas a un imaginario rey de España moribundo y con un secreto que guarda celosamente, su hijo, el príncipe Julián, y la prometida de éste, una bella plebeya que dirige el museo Guggenheim de Bilbao. Después, Brown aprieta las tuercas al máximo de la acción para imponer(se) la obligación de que todo transcurra en 24 horas. Consecuencia: se acumulan las escenas impactantes a un ritmo frenético, obligando al lector a suspender su credulidad ante semejante alud de episodios peliculeros. De ahí que el protagonista, el ya familiar e infatigable Robert Langdon, vaya por la vida corriendo como un loco mientras deshace entuertos, acertijos y misterios con alguna que otra peripecia de acción que incluye persecuciones y peleas a muerte. No hay tiempo para el amor, el sexo o cualquier otra actividad que exija sentimientos. Y es mejor que sea así, porque cuando Brown se pone "romántico" perpetra una escena sonrojante en la que el citado príncipe se declara a su chica en un plató de televisión. Hay que leerlo para creerlo.

En las novelas de Brown siempre hay un misterio o enigma o como quieran llamarlo que puede cambiar el presente o el futuro de la humanidad dando un porrazo a creencias universalmente aceptadas o consentidas. En Origen se saca de la manga un genio de las ciencias (una mezcla de Steve Jobs, Zuckerberg y Elon Musk) que asusta a los mandamases religiosos afirmando que revelará en un gran evento retransmitido a todo el mundo de dónde venimos y a dónde vamos. Casi nada. Una amenaza para todas las religiones si esa revelación las deja sin argumentos. Así que es normal que alguien quiera impedirlo. ¿Quién? Ahí vamos.

Brown se toma su tiempo para el planteamiento. Juega con la paciencia de los lectores para que cuenten las páginas que faltan para que todo estalle y empiece el jaleo. Ahí es donde da rienda suelta a su indudable esfuerzo de documentación y, también, a un intento casi candoroso de ser didáctico. Sus pinceladas sobre la historia de España (franquismo incluido), sus recorridos turísticos por Sevilla, Madrid o Barcelona, sus paseos por la casa Milà de Gaudí o el Valle de los Caídos o sus semblanzas tajantes de los estereotipos españoles (iglesia, realeza y policía en primer plano) pueden resultar chocantes y en algunos casos hilarantes para el lector español, pero seguramente resultan útiles a quien no lo sea y busque zonas de confort que no le rompan esquemas. A Brown le salen sus mejores páginas cuando logra convertir teorías científicas o poéticas, con permiso de William Blake, en materia prima para el suspense, y no se le puede negar el mérito de que su tramo final, cargado de datos e informaciones con cierta enjundia, mantenga intacta la intriga. Llega un momento en se lía tanto la madeja que se entrecruzan sospechas pintorescas (desde la Casa Real hasta la iglesia palmariana, toma ya) pero al final la gran sorpresa no es para tanto y su mejor hallazgo lo reserva para Winston, un irresistible asistente informático que merece una novela para él solo.

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