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Los vivos y los muertos

La segunda novela de Jesmyn Ward ganadora del National Book explora la injusticia y el racismo en un Misisipi tóxico

Los vivos y los muertos

No entraña demasiada dificultad buscar la analogía en los muertos inquietantes de la novela de Jesmyn Ward (DeLisle, Misisipi, 1977) para considerarlos fantasmas de un pasado no resuelto, pero la autora pretende algo más aun consciente de que la misión de los que ya no están consiste en hacer preguntas que jamnás obtendrán respues-tas. El relato de un linchamiento, a pesar de la escritura balsámica de Ward, es abominable y sus ejecutores blancos, una carga insoportable de inmundicia. Pero todo ello está en el meollo de la historia de Estados Unidos. La canción de los vivos y los muertos, así se titula la novela, invita al lector a perseguir a un lobo con una linterna en medio de la oscuridad. El lobo sigue al acecho y a veces su rostro se muestra iluminado. Luego, desaparece. Y así repetidamente. Ejemplo, el fantasma del niño perdido, Richie, la tercera voz del libro, exige las respuestas de Jojo, y Jojo, a su vez, trata de sonsacarle la verdad al abuelo.

La historia comienza precisamente con Jojo, un adolescente de trece años diciendo que le gusta pensar que sabe lo que es la muerte. Ayuda a su abuelo, Pop, a sacrificar una cabra e intenta no estremecerse cuando éste le corta la garganta o se desliza sobre el suelo encharcado de sangre mientras la despellejan. Quiere emularlo y demostrarle que tiene la suficiente edad como para mirar a la muerte de frente, de la manera en que lo hace un hombre. No deja de ser una comprensión complicada de la masculinidad tanto por los lugares como por las personas de la familia que pueblan el relato de Ward, igual de profundo que el Viejo Sur más profundo: una pequeña epopeya con antecedentes en Beloved, de Toni Morrison, y que destila remotos ecos faulknerianos de los Bundren de Mientras agonizo, que han resonado con la publicación del libro hace más de un año cuando la devastación del huracán Harvey, las protestas y la violencia en Charlottesville hacían que muchos estadounidenses volviesen a sus lecciones perdidas sobre la identidad racial.

La canción de los vivos y los muertos, igual que Quedan los huesos, la novela anterior de Jesmyn Ward, también distinguida con el National Book Award, se desarrolla en Bois Sauvage, ciudad costera ficticia del Delta, donde Jojo vive con sus abuelos maternos. Su madre, Leonie, es una mujer negra superada por los acontecimientos, especialmente desde que su amante, Michael, un hombre blanco, padre de su hijo, fue recluido en la brutal penitenciaría de Parchman. La ausencia de este y la falta de atención de Leonie a los pequeños han obligado al adolescente a hacerse cargo de su hermana de tres años, Kayla. Él es quien realmente la protege.

Esta tercera novela de Ward es por el momento la más ambiciosa. Su prosa lírica adquiere, alternativamente, los contrastes de las historias de carretera y de fantasmas, que transcurren ancladas en el viaje de Leonie en compañía de sus dos hijos y de su mejor amigo para recoger a Michael, que cumple los últimos días de su sentencia. Narrada básicamente desde dos puntos de vista, los de la madre y el hijo, explora los efectos profundos del racismo y la injusticia en una familia fracturada, y también el castigo que se infligen a sí mismos sus miembros por la manera en que afrontan sus existencias.

Los paisajes porosos entre la vida civil y carcelaria que Ward describe con ferocidad forense llegan a ser tóxicos. Para la autora de La canción de los vivos y los muertos, Misisipi envenena los cuerpos y la imaginación por igual. El tiempo corroe las cosas, lo daña todo, los animales envejecen hasta perder el pelo y las plumas, y las plantas marchitan. Igual que Leonie. Jojo no percibe felicidad a su alrededor: sólo aire seco y arcilla roja dura donde la hierba jamás crecerá. El suelo que pisan los personajes, el aire que respiran, la comida que ingieren: todo es contaminación. "Si el mundo fuera un lugar justo, un lugar para los vivos, un lugar en el que los hombres como Michael no acabaran en la cárcel, yo encontraría fresas salvajes", dice Leonie.

Pasado y presente son como si sucediesen a la vez en el traumático cuadro intergeneracional que pinta la novela.Ward asume el argumento como si formara parte de él. Los dramas se superponen intermitentes y algo desordenados, del mismo modo que la dureza deja paso a la compasión y la ternura.

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