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MÚSICA

Radiografía de un sector

El Anuario de la SGAE repasa la evolución de las artes escénicas y de la música en España

La factura de la crisis económica ha sido elevada en los espectáculos en vivo. En los últimos diez años se ha pagado un peaje tremendo que se ha traducido en un continuo descenso de la oferta y, a continuación, del número de espectadores que acuden a los teatros y auditorios.

Las administraciones públicas, y muy especialmente los ayuntamientos, son las encargadas de velar en nuestro país por el sostenimiento de la actividad cultural escénica y concertística. Públicas son las infraestructuras, las orquestas, la mayoría de las temporadas de ópera, etc. Y, aunque, de los presupuestos globales, la cultura no es la que habitualmente sale mejor parada, cuando hay que recortar siempre está la primera de la fila. La tijera, en estos últimos diez años, se ha llevado por delante festivales, ciclos de conciertos, temporadas de ópera y ha dejado seriamente afectadas actividades como la danza o la zarzuela que, a día de hoy, están bajo mínimos y con un balance paupérrimo.

Este panorama ha llevado a una situación complicada con algunos sectores en regresión acusada y en los que se han volatizado hasta un 57 por ciento de las propuestas que existían en algunas ramas, concretamente en el caso de la danza, sin duda la más damnificada y desprotegida por parte de las administraciones públicas. Aquí Asturias es una excepción porque sí ha conseguido en estos años aumentar la oferta de manera sostenida, bien es verdad que se partía de una cifra ridícula de poco más de veinte representaciones anuales en toda la región. En los últimos tres años se están experimentando ligeras subidas, sobre todo en lo que se refiere a la asistencia de público pero, aún así, las cifras están lejanas a las que eran habituales antes del hundimiento. Esos aumentos de un uno o dos por ciento en las asistencias es sólo un pequeño porcentaje de lo perdido que, quizá, ya sea irrecuperable.

Se han esfumado, por ejemplo, un 43 por ciento de los espectadores de lírica o del 11 por ciento en los de música clásica, algo que no va a ser fácil de revertir porque aquí se produce otro fenómeno que lleva a una tormenta perfecta: el público está envejeciendo y no se trabaja para conseguir la renovación del mismo. De esta manera, la falta de recambio va a llevar, a medio plazo, a una contracción de la oferta que incidirá negativamente en los profesionales vinculados a la ópera, la zarzuela y la música clásica.

El panorama es trágico fuera de las ciudades. El mundo rural queda totalmente al margen de la oferta cultural y aquí sí que las administraciones regional y municipal son las grandes culpables. También la desaparición de las obras sociales y culturales de las cajas de ahorro han sido letales porque ejercían una sustancial labor de difusión cultural que se ha extinguido sin que nadie cogiese el relevo. Si pensamos en el caso de Asturias, la Consejería de Cultura impulsaba ciclos en las villas que se han volatilizado. El coste de estas actividades era ridículo. Si no se hace no es por falta de fondos, es simplemente desidia y desinterés real por cumplir con su obligación de acercar la cultura a la población. De las estadísticas que se recogen en el Anuario de la Sociedad General de Autores, llama la atención que Asturias es una de las comunidades que está por debajo de la media en la oferta de música clásica. De hecho, logra incrementar su porcentaje por la actividad de Oviedo. Sin ella, los datos del Principado serían tercermundistas.

La regresión en Asturias de la ópera y la zarzuela, en el número global de funciones, es tremenda. Una mera exposición del dato no necesita de comentarios añadidos: hemos pasado de 78 funciones en 2012 a 43 en 2017 y de casi 63.000 espectadores a poco más de 33.000, prácticamente todos ellos centrados en el teatro Campoamor. La zarzuela y la ópera, a día de hoy, sólo tienen en Oviedo ciclos anuales establecidos. Debemos tener en cuenta que son los espectáculos de mayor coste por el alto número de trabajadores que intervienen, cerca de doscientos, en cada función. O sea, son también los que más empleo generan.

Si esta región en particular y el país en general tuviesen responsables políticos culturales verdaderamente interesados en el horizonte cultural que se avecina, analizarían estos datos y se tomarían medidas efectivas de dinamización y de fomento de las artes escénicas. Por el contrario, me temo que poco, o muy poco, se va a hacer en este sentido y, por lo tanto, seguiremos instalados en esta lenta pero inexorable decadencia.

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