La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Libros

La discípula de Mendoza

Alba Carballal y su buen estreno literario con Tres maneras de inducir un coma

Alba Carballal.

Pues no ando yo muy seguro de que la propaganda de lanzamiento de esta primera novela de la arquitecta lucense Alba Carballal (1992) y las reseñas apresuradas en muchos blogs atinen al insistir tanto y tanto en que es un novela "mendoziana", en que la autora es la nueva Eduardo Mendoza, en que entronca con los personajes y ambientes de ese detective loco de algunas narraciones del grandísimo escritor barcelonés. Por una parte, claro, es un emparejamiento muy bueno: Mendoza (cuyo nombre toma aquí hasta uno de los protagonistas) cuenta con mogollón de seguidores, inició en la lectura a generaciones de estudiantes de Enseñanzas Medias y es ya un "Cervantes" y un clásico fuera de toda duda. Lo que lleve el aval de Mendoza vende: "Es estimulante descubrir una voz tan solvente como la de Alba Carballal, que se adentra en el peligroso territorio del humor con armas y bagaje", escribe en la solapa del libro sobre su compañera de editorial. Y sube la apuesta otro compañero de editorial, Muñoz Molina: "Brillante literatura (?), siguiendo en cierto modo la estela de originalidad, desenvoltura y espíritu iconoclasta de las novelas de Eduardo Mendoza más próximas a la parodia". Pero, por otra parte, que se repita a edad tan temprana como la de Carballal que ya ha llegado allí arriba, acaso dispare las expectativas lectoras de Tres maneras de inducir un coma y acabe por defraudar cuando no tendría por qué si se la considerase tan solo lo que creo que es: una buena primera novela, muy entretenida, capaz de hacerte reír muy a gusto en muchos pasajes y bien escrita, un lujo en estos tiempos. Si a Vargas Llosa le hubiesen hecho la ola llamándole el nuevo Faulkner cuando alumbró La ciudad y los perros a la misma edad, quizá nos hubiéramos quedado sin su obra posterior, tal vez convertida en un ir y venir de saltos temporales y personajes atormentados y nada más. Es bueno para la cuenta bancaria de un chavalete que lo llamen el nuevo Messi, pero quizá acabe por ello de lateral izquierdo en Regional.

Que Carballal es discípula de Mendoza resulta evidente: está aprendiendo el arte de escribir de tan excelente maestro, qué alegría. El pobre y desastrado Federico (narrador y protagonista de la novela, aunque hay muchos capítulos en que se da la voz narrante a otras y otros), malvive con su madre en un bajo enrejado del barrio de Tetuán; conoce a Natalia (antes Eduardo, transexual); le encargan un plan para que un ricachón putero del barrio de Salamanca no desherede a Nati; ese plan esconde otro: un atentado; Federico se hace amigo (o hijo putativo) del potentado textil; la cosa se enreda todo lo que da la trama; final que deja la puerta abierta a continuar una posible serie. Hay ambiente pijo y tabernario; putas que hablan como filósofas deconstructivistas: estupendo efecto; muchas calles y garitos de Madrid; pasa por sus páginas toda la escala social; ironía y no poco sarcasmo; Fede descubre acaso el amor y la posible riqueza; episodios que acaban con el protagonista muy mal parado; citas a Ángel González y Gil de Biedma; podredumbre social que se describe más que se critica? ¿no les suena a novela picaresca? Claro que sí, como las de la serie de Mendoza y su chiflado listo. Esa es la tradición en la que de verdad se inscribe Carballal, quien tanto promete y de quien aguardo impaciente la próxima obra. En mi opinión, faltan por pulir algunos aspectos de la prosa, manías mías. Al escribir el narrador en tan culto estilo, mantiene un tono de alta dicción; pero en lugar de conseguirse que fluya, hay veces en que se nota mucho la tramoya estilística, sobre todo en el encaje de tantos adjetivos que no surgen sino que se fuerza su aparición. Pero solo ocurre en algunas páginas. Justo las que le faltan a Carballal para alcanzar a Eduardo Mendoza. Entreténganse con ella, muy bien pinta la cosa.

Compartir el artículo

stats