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Libros

Edurne Portela, en el límite del bien y del mal

Edurne Portela profundiza en Formas de estar lejos en su indagación literaria sobre lo que significa vivir en un contexto de violencia

Edurne Portela.

En el año 2016, Edurne Portela (Santurce, Vizcaya, 1974), doctora en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Chapel Hill (Carolina del Norte), pone punto final a su carrera universitaria en EE UU y vuelve a España para dedicarse plenamente a la literatura y asumir el reto de escribir en primera persona. Desde entonces, ha firmado tres libros que muestran una progresión temática fruto del material acumulado en el ámbito académico de sus investigaciones en torno a la violencia y en el personal de su propia experiencia. Como Alicia, la protagonista de Formas de estar lejos, quizá hubo un pálpito de no acabar de pisar tierra firme en el nuevo mundo, la sombra de una deuda pendiente consigo misma que amenazaba con diluir el cuándo y el cómo se había generado su perspectiva adulta ante el mundo, el quién y el dónde de su crecimiento en un contexto muy complejo. Eso en el debe. Y en el haber, una adolescencia en los años ochenta en la orilla izquierda de la ría de Bilbao (terrorismo, silencio, reconversión industrial, paro, droga), una vida nueva con un océano de por medio y una vuelta con la necesidad de conocer lo complejo para comprender, no para justificar. Eligió hacerlo desde la escritura, que es su forma de conocimiento. Un proceso de reconstrucción desde su propia narrativa. El mismo año de su vuelta publica El eco de los disparos: cultura y memoria de la violencia, un ensayo híbrido desde el título (cultura y memoria), que se aleja de lo académico y arriesga una perspectiva personal que adquiere músculo desde la reflexión, el análisis cultural y el ejercicio de la memoria con pequeños relatos que complementan dichas reflexiones. Desde este primer libro, la literatura de Edurne Portela va a girar en torno a un interrogante: qué significa vivir en un contexto violento.

Tras el cese definitivo de la violencia en Euskadi, se desata otro tipo de lucha por parte de quienes intentan componer un relato de todo lo que ocurrió. Desde un sentido individual y colectivo de la historia, Edurne Portela tenía la necesidad de entender qué supuso todo aquello y cuál ha sido el papel de cada uno en ese pasado. Dice la propia autora que la novela ofrece algo que el ensayo no puede: la capacidad de crear incomodidad. También a quien escribe, ya que la violencia condiciona y marca los propios afectos. Para ello, para entenderlo, llega un momento en que es necesario otro tipo de indagación, dejarse llevar para escarbar en zonas opacas de uno mismo y del mundo que le rodea. Así llegó poco después Mejor la ausencia (2017), el relato en primera persona del crecimiento de Amaia durante tres décadas (1979-2009) en pleno auge del llamado "conflicto vasco" en la zona más caliente del mismo. Pero no solo la violencia de ETA y sus secuelas. También del desarraigo, de la droga, del maltrato en el seno familiar, del machismo. Una novela que se arriesga a ofrecer una visión poliédrica e introspectiva de una realidad tan compleja como fue la de Euskadi en esas tres décadas.

Este año, con la distancia justa entre los tres libros para otorgarles la plena autonomía que marca el planteamiento de cada uno de ellos, pero también para mantener el eco de una progresión temática, de un hilo de pensamiento del primero al tercero, llega Formas de estar lejos, segunda novela de la autora. También aquí la perspectiva será poliédrica, sin juicios de valor por encima de cada personaje, porque la realidad, sea de una sociedad o de una pareja, tiene aristas, brillos diversos, caras ocultas. Formas de estar lejos establece desde el título un punto de referencia: lejos de dónde. Alicia, una joven universitaria de origen vasco que se traslada a EE UU para realizar el doctorado, no reniega de su origen, pero necesita poner tierra de por medio. Creció en el mismo contexto que Amaia, la protagonista de Mejor la ausencia, y no desaprovecha la oportunidad que le da su formación universitaria para tomar el aire, generar amplitud, liberar su perspectiva. Por ello, el tema del terrorismo vasco se va diluyendo hasta casi desaparecer, tan solo queda un encuentro fallido con un antiguo amigo que ha estado en la cárcel y al que ya no le une nada. Alicia conoce en EE UU a Matty e inicia con él una relación estable que irá generando con el tiempo concesiones mutuas que se vuelven tóxicas, desconfianzas como escudos que anulan la iniciativa y generan un par de jaulas en el nido común. Es otro tipo de violencia y de abuso el que plantea Formas de estar lejos, pero sigue remitiendo a los silencios acumulados, a las rutinas que también se generan a muchos kilómetros de distancia del nido y se convierten en una cárcel de la que es muy difícil salir, porque se producen en espacios supuestamente seguros en los que la realidad va calando dentro en forma primero de tedio, luego de miedo, y de nada sirve el refugio en una vida universitaria que genera su propia violencia soterrada, a veces explícita.

¿Es una novela feminista? Sí, posiblemente, pero una vez más, como en el caso de Mejor la ausencia, la perspectiva abre un gran angular que plantea situaciones incómodas para quien anhela que todo responda al efecto binario de culpables e inocentes. Nada es fácil en los libros de Edurne Portela, pero todo fluye.

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