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De qué hablamos cuando hablamos de Texas

Lawrence Wright analiza el futuro de EE UU en un ensayo sobre el Estado de la estrella solitaria

De qué hablamos cuando hablamos de Texas

El Estado de Texas, habitado por 27 millones y medio de personas, tiene el don que no le puede faltar a ninguna cultura con carácter: la conciencia del propio hecho diferencial. Ese hecho diferencial es la esencia de un imaginario estadounidense que normalmente asociamos con las películas del Oeste, las compañías petrolíferas, la Asociación Nacional del Rifle y el carácter cerrado y republicano de su gente. No obstante, grandes ciudades como Austin, Houston o Dallas, en el top de las más pobladas del país, territorio todas ellas del Partido Demócrata, se empeñan en desmentir el tópico aportando una diversidad, una apertura y una permeabilidad a otras influencias que provoca severas reticencias en el resto del Estado, hasta el punto de que "Don´t Californicate Texas" es el lema de una de las pegatinas más populares que se pueden ver en las grandes pick ups texanas.

Lawrence Wright (Oklahoma, 1947), escritor, guionista y redactor de "The New Yorker" desde 1992, afincado en Austin desde hace décadas, obtuvo el Pulitzer por su libro La torre elevada (Debate, 2009) sobre el terrorismo de Al Qaeda y vuelve a pelearse con los estereotipos en Dios salve a Texas. Viaje al futuro de Estados Unidos, un ensayo muy ágil en el que combina el reportaje, la narración histórica, la literatura de viajes, la reflexión política y la experiencia personal para ofrecer al lector una descripción compleja y honesta de Texas que tiene como objetivo la deconstrucción de su mito. Para ello, lo revisa en profundidad a partir de la consagración del mismo llevado a cabo por Hollywood con los westerns de John Ford y Howard Hawks.

En la tesis que defiende Wright, el asesinato de Kennedy dio al traste con la mitología texana y el Estado empezó a representar para Hollywood todo lo negativo que se le podía achacar a los Estados Unidos. Texas se convierte en un manicomio de paletos, rednecks, balas perdidas y psicópatas con sierra mecánica. Quizá pocas veces se ha representado tan bien el declive de un mito como en la película Cowboy de medianoche de J ohn Schlesinger, en la que Joe Buck, lavaplatos en Nueva York, trata de revivir el mito texano disfrazándose de vaquero de película y paseándose por la ciudad para que alguien lo descubra y lo convierta en una estrella de cine, pero termina convirtiéndose en un gigoló fracasado. Esa neurosis de querer vivir un mito en el mundo real tiene mucho que ver con la identidad texana diseccionada por Wright en este ensayo: "Posiblemente, Texas, como territorio, existe más plenamente en el cine que en la vida real".

Lawrence Wright demuestra cómo el mito ocupa hoy un lugar modesto en la psique texana. Una especie de religión en la que el pueblo ha dejado de creer. Ya no es edificante, sino que envilece. Dios salve a Texas hace lo posible por diseccionar la realidad y raspar la leyenda hasta dejarla en hueso para empezar a contar nuevas historias acerca de cómo son verdaderamente los texanos, sin trampa ni cartón. Para ello recorre el Estado en coche y percibe que conducir por Texas es vivir en dos estados diferentes al mismo tiempo: el Texas de la Onda Media y el Texas de la Frecuencia Modulada. El Texas de la FM es sedoso y urbanita, progresista, azul demócrata, razonable, laico y petulante, casi tanto como California. La OM representa el Texas de las áreas rurales y los barrios periféricos, una ristra de bravatas entremezcladas con anuncios interminables, cuyos principales ingredientes son la conspiración y la fe. Trumpilandia. La sede del 42% de las armas civiles de todo el planeta. El paraíso de la industria petrolera, cuya escasa carga fiscal asfixia los servicios sociales. Dallas era la capital de todo ello y precisamente el asesinato de Kennedy en 1963 le da la vuelta a todo. Según la tesis de Wright, una humillación de ese tipo era precisamente lo que necesitaba Dallas para noquearse a sí misma y evitar convertirse en el cuartel general de un nuevo tipo de fascismo corporativo capaz de suprimir los pesos y contrapesos de la democracia estadounidense. Desde la perspectiva apuntada por Wright, Dallas, desde aquel terrible suceso, se convirtió progresivamente en una ciudad que renegó de sí misma y se hizo más abierta y tolerante, más progresista. No deja de ser una paradoja.

La pregunta que vertebra este ensayo es qué onda texana será la que se imponga en el resto del país. Puede que Estados Unidos se esté convirtiendo en algo parecido a ese Dallas de 1963. Y esa sería la mayor paradoja de todas.

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