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Manuel Vilas, pura vitamina

Alegría, la finalista del "Planeta", una novela alejada de lo comercial

Manuel Vilas, pura vitamina

Perdonamos muy poco. Lo que más se lee es lo que menos se estudia, el éxito en el mercado es inversamente proporcional a la atención de las voces autorizadas en el campo literario. Cuando alguien empieza a tener muchos lectores, se convierte en un integrado y pasa a formar parte de la aldea global. Antes de que se distribuyeran Tierra Alta de Javier Cercas y Alegría de Manuel Vilas, vencedor y finalista del Planeta 2019, ya les empezó a llover encima por asociar su nombre a tal galardón. Es cierto que el premio más cuantioso de la narrativa española tiene mucho de estrategia comercial, incluso hasta el punto de premiar a personajes mediáticos con poca vinculación con la literatura. Pero también se lo han llevado libros firmados por Vargas Llosa, Ana María Matute, Muñoz Molina, Álvaro Pombo, Camilo José Cela o Juan José Millás. No deja de ser cierto que este año la estrategia ha sido un golpe de efecto al llevarse a dos escritores del grupo con el que Planeta compite por la hegemonía mundial en lo que a la edición en español se refiere. Pero si además de eso se ha dado un giro literario al premio, no parece que los escritores deban oponerse a ello despreciando la capacidad que tiene de llegar a un público mucho más amplio. Y el dinero, que no llueve del cielo en la literatura como las flores amarillas en Cien años de soledad.

Alegría, la novela de Manuel Vilas finalista del Planeta de este año, no es en absoluto una novela comercial, pero llegará a nuevos lectores que se encontrarán con una literatura que les era presuntamente ajena. Además, el hecho de ser finalista le da un aire casi más respetable, más vinculado con la literatura, algo así como si fuera el segundo canal de TVE de hace siglos.

Desde la publicación de Ordesa (Alfaguara, 2018), asistimos a una refundación de Vilas, un destilado del poeta (su obra poética completa se publicó en 2016) y del narrador compulsivo de libros anteriores como España. Decía el autor en una entrevista reciente: "La falsedad elegante ya no me interesa. Me apetece la verdad, y la belleza. Belleza y verdad como un matrimonio". Quizá por falsedad elegante debamos entender que la autoficción de España ha dado paso a la autobiografía de Ordesa y de Alegría. La masiva reacción emocional que Ordesa ha supuesto entre los lectores, con más de 100.000 ejemplares vendidos en apenas un año, supone el punto de partida de Alegría. Surgió Ordesa de la necesidad de recuperar el propio pasado tras la muerte de sus padres, un pasado que se perdería si no fuera recuperado mediante la escritura. Ordesa se somete en carne propia a los cánones del tiempo, asume que existe un pasado, un presente que lo necesita para dotarse de sentido y un futuro que lo redima. Ese futuro se hace presente en Alegría. Al igual que en Ordesa, no hay experimento, el riesgo formal se transforma en riesgo personal. Si en España nos gustaba reconocernos en la burla irónica, Ordesa y Alegría nos muestran el reverso y nos reconocemos en el desamparo, el sentimiento de culpa, la desnudez del mensaje. Alegría es un libro independiente de Ordesa, tiene vida propia, pero procede del mismo lugar. El narrador es el mismo o, mejor dicho, una consecuencia directa del anterior. Un escritor de mediana edad que ahora afronta el éxito de su libro anterior ( Ordesa, aunque no se nombre en ningún momento) y va de ciudad en ciudad al encuentro de lectores que lo han leído. Un guiño cervantino que supone también la superación de la ordalía que supuso la escritura de ese libro como superación del dolor y sentimiento de culpa por la muerte de sus padres. Un libro escrito desde el amor y la vulnerabilidad de los que se quedan cuando los que nos importan ya no están.

Alegría es otro viaje interior, y en este caso también exterior, en el que su autoafirmación como hijo en Ordesa busca reafirmarse como padre, la reconciliación consigo mismo y con la vida. Una celebración de la alegría de estar vivo que surge de la conciencia del propio dolor y lucha internamente por afirmarse en el vitalismo. Para ello, Vilas es honesto con su propio pasado, inventa lo que necesita inventar y lo asume. De ese modo, el recuerdo también lo engrandece como escritor.

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