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Elogio de la crítica

En memoria de Rubén Suárez

Rubén Suárez Luisma Murias

Cuando hace casi veinte años publiqué mi primera página de arte en un periódico, recibí inmediatamente la llamada de Rubén Suárez dándome la bienvenida al gremio. Para comenzar había decidido hacer una declaración de principio y un homenaje a mi predecesor, Jesús Villa Pastur, del que ambos nos sentíamos herederos y continuadores no sólo en la labor profesional como críticos sino en aportaciones tan relevantes como el Certamen Nacional de Pintura de Luarca o la bienal de Casa Consuelo en Otur, que cinco décadas después todavía se mantienen aunque evolucionados con los tiempos.

Rubén supo agradecer el gesto en nombre de una amistad que ya entonces nos unía y, ahora que se me ofrece la oportunidad de colaborar en estas mismas páginas que durante tantos años acogieron sus aportaciones a la plástica, no quería dejar pasar la oportunidad de hacerle un sentido reconocimiento y lamentar profundamente su pérdida. No se trata de cubrir su ausencia, algo que se me antoja del todo imposible, sino de la humilde aspiración a mantener parte de su rigor en el trabajo y tomarle como modelo e inspiración. Recoger su legado, en definitiva, más que su testigo.

Él también entendía el oficio a la antigua usanza, es decir, a pie de rotativa, pues la crítica de arte es, en esencia, un género ligado a los valores de la profesión periodística, como los criterios de actualidad y de importancia y la concepción de lo que es noticia. Por supuesto que para llevarlo a cabo se necesitan amplios conocimientos y sólidos fundamentos teóricos, pero en el fondo de lo que se trata es de cumplir los tres principios básicos: informar con rigor, formar mediante la transmisión de conocimientos y entretener sin banalidades al público lector, que es a quien debe dirigirse en realidad el crítico de arte y no tanto a lo que se ha venido a llamar el sistema artístico.

El interesado cuestionamiento de la crítica de arte por parte de este círculo, cada vez más poderoso, se acentúa en estos tiempos de marketing personal, de likers y de haters que obedecen más a sentimientos que al uso de la razón. El de la crítica es un ejercicio ingrato por el que se juzga y se es juzgado, una tarea solitaria en la que uno ha de prevenirse y cuidarse tanto más de amigos que de enemigos, como bien comprobaron al final de sus días Jesús Villa Pastur y el propio Rubén Suárez, por mucho que este último soliera escribir únicamente de lo que más le hacía disfrutar.

La crítica de arte, que debe dejar a un lado los gustos personales y explicar las razones de un juicio desfavorable, nunca ha de contentarse con hablar de lo que el arte es, porque entonces sería meramente descriptiva, que es el terreno de la Historia del Arte. Tampoco ha de prescribir lo que el arte debe ser, pues entonces sería normativa, y se coartaría la libertad del creador. La verdadera crítica de arte de lo que habla es de lo que el arte podría llegar a ser, es decir, tiene siempre un lado proactivo y por eso Oscar Wilde pudo hablar sobre el crítico como artista.

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