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arquitectura

Federico Correa, arquitecto de una época

Conversaciones del maestro catalán con algunos de sus discípulos sobre la vida y la profesión

Todo se agolpa, pero lo peor es su muerte. “La vida es imprevisible”, sentenciaba Federico Correa Ruiz en una entrevista en “El País” con Anatxu Zabalbeascoa el 18 de octubre. Al día siguiente de esa publicación murió el arquitecto que marcó época. La vida le dio razón sobre su imprevisibilidad.

El libro que coordina Beatriz de Moura, contiene conversaciones del maestro, ya nonagenario, con sus alumnos Clotet, Tusquets, y más tardíos Elías Torres y David Ferrer, salpicadas de comentarios de la editora, presente en esas charlas. Federico Correa con su socio Alfonso Milá, fueron un estudio de referencia durante años en Barcelona (¡más de seiscientos proyectos!) y destacaron por una serie de viviendas en la Costa Brava que incorporaban la limpieza del racionalismo a las técnicas populares de las casas de pescadores, que unas veces restauraban y otras destilaban en proyectos nuevos. En esto bebían muy directamente de su maestro Coderch, más de lo que reconocían en la monografía imprescindible editada por Beth Gali en 1997, hasta confesar en este libro, por ejemplo, que la maravillosa casa Julià, era en realidad un proyecto previo de Coderch.

Lo que de verdad destacaba en ellos era la actitud, como él dice citando a su socio y amigo Alfonso: “Hay que mandar a la mierda cualquier atisbo de seriedad”. Esta ironía en todo lo que hacían, especialmente en el interiorismo donde se regocija hablando del Giardineto, de Flash-Flash, del Set Portes... los hizo realmente indispensables. Como vemos en el libro, Correa era un bon vivant. Mejor deberíamos decir un gentleman, porque los pocos años que estuvo en Inglaterra de adolescente –el cambio de los jesuitas en Barcelona a la educación protestante inglesa– fueron de una gran influencia. Sus respuestas varían a tenor de con quién dialoga. Esos cambios me recuerda a un libro de mi adolescencia Momo, de Michael Ende, cuya protagonista transmitía a todo el mundo una sensación de afinidad e identificación. Cuando Correa se sienta con Oscar Tusquets habla de ligues, cuando su interlocutora es Anatxu Zabalbeascoa (fuera del libro) lo hace de amores platónicos y sentimentales. Escucha a Coderch hablándole de “la democracia que solo nos trajo rojos” pero aparece en fotos con Fidel Castro en el libro de Beth Galí. En realidad, las entrevistas de Clotet y Tusquets, que trabajaron tiempo con él, están movidas por un continuo “te acuerdas cuando...”. Por su sabrosa desfachatez que tanto apreciamos, las de Tusquets resultan más interesantes desde el punto de vista de la vida, de los viajes juntos, de las jornadas de barcos y fiestas en la Costa Brava, celebrando el 18 de julio (por ser San Federico claro...), donde aparecía a veces Dalí con sus musas.

Como arquitecto, la parte más interesante del libro es el diálogo conElías Torres, en la que ahonda en la profesión y sus proyectos (la ciudad Olímpica, la Plaza Real junto a las Ramblas). Hay repeticiones, como resulta inevitable en cuatro entrevistas que, inevitablemente, abordan los mismos asuntos.

Federico Correa fue un profesor querido por sus alumnos, heterodoxo, cita también a Epicuro: “Huye a velas desplegadas de todo tipo de educación.” Todos le comentan el primer ejercicio que ponía a sus estudiantes: diseñar un banco. Era la parte práctica de su muy repetida frase de que “es lo mismo diseñar una silla que una ciudad”, que parece una cita de Le Corbusier, aunque otras veces aparece atribuida a Gropius (con aeroplano en lugar de silla. Correa transmite su enorme respeto por su profesor Jujol y por Rafols.

Pero la vida no puede siempre ser alegría, no lo es. Hay momentos muy tristes en estas páginas: cuando la mujer de Alfonso Milá se desnuca en la bañera; el doble electroshock a Coderch, las horas compartidas con su maestro antes de su muerte, reconciliándose, limando asperezas. Aprecio muchísimo la obra de todos ellos, y seguiría con Bonet Castellana, con Sostres, por supuesto con Sert. Son los nombres de una época dorada en la que el racionalismo y la construcción popular se dieron la mano para crear una arquitectura sin aspavientos, muy integrada en el lugar. Una época de preexistencias ambientales, que dirían sus amigos italianos. No son genios lo que necesitamos ahora, decía Coderch en un celebrado artículo, pero sí necesitamos buen humor y en este libro hay a espuertas.

Federico Correa.

Federico Correa.

Federico Correa. Un maestro de arquitectos en Barcelona Ed. Beatriz de Moura Tusquets, 2020 208 páginas, 19 euros

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