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Elogio del ensayo breve

Miguel Casado reúne en “La ciudad de los nómadas” cincuenta artículos que funcionan como depósito de sus principales preocupaciones

El poeta y crítico Miguel Casado reúne en “La ciudad de los nómadas” cincuenta artículos publicados entre 2013 y 2017 en “El Norte de Castilla”, diario de su ciudad natal, Valladolid, y entre 2013 y 2019, también, en la revista mexicana “Periódico de Poesía”, en ambos casos bajo el título general de “Tienda de fieltro”. Ese título (que es, asimismo, el de uno de los libros de poemas del autor) se troca ahora en “La ciudad de los nómadas” para distinguir el poemario de la recopilación de artículos, pero sin perder “las resonancias de vida y pensamiento” que tiene para el vallisoletano la noción de nomadismo, a la vez que “la mención de la ciudad […] ayuda a sugerir posibles rasgos modernos de lo nómada”, dice en la nota introductoria.

Se trata, explica Casado, de “pequeños ensayos” conducidos por el afán de cruzar “nombres y materias”; “un mapa personal de intereses y lecturas, que casi siempre lo es también de relecturas”, donde el articulista es libre de establecer contigüidades entre textos (literarios, políticos, filosóficos) en cuya conexión reposa el primer rasgo de autoría. La sutileza de Casado para el hilado de asociaciones sustituye en este libro al laborioso trenzado de reflexiones de sus ensayos más extensos, acercándose en ocasiones a la fulguración poética, el chispazo de ingenio, la sorpresa. Por eso afirma el autor que el formato elegido y la obligación de publicar las piezas con una periodicidad determinada “funcionaron […] como un acelerador de conexiones”.

El poeta y crítico Miguel Casado. Ruth Llana

Depósito de preocupaciones u obsesiones maceradas durante años en lo más íntimo y, con menor frecuencia, lo más público de este sobresaliente escritor, la lectura de “La ciudad de los nómadas” es un disfrute de principio a fin. La brevedad de los ensayos (de dos o tres páginas, cuatro todo lo más) y la variedad de los asuntos que se tocan en ellos permiten entrar y salir del libro sin necesidad de hacer una lectura correlativa; se puede recorrer a saltos, según la apetencia del día o la hora, y siempre hay recompensa; y la sucinta bibliografía que remata cada texto incita a ampliar lo leído acudiendo a las fuentes en que Casado ha bebido previamente. Por ejemplo, para reunir a Fenollosa, Pound, Eisenstein y Michaux (“Con unos ojos ajenos”) y al hablar de la fascinación que Occidente siempre ha sentido por los ideogramas chinos, por su supuesto carácter representativo, concluir que la “infiltración de la dimensión plástica en el espacio del sentido” que posee esa escritura milenaria sirvió al poeta norteamericano y al cineasta ruso para aprender a observar lo propio con mirada extranjera, una idea clave en el pensamiento poético del vallisoletano.

También ilumina una nota personal, casi íntima, el artículo “La controversia de Valladolid”, cuando el autor se recuerda pasando “de adolescente, para ir al instituto”, por delante del Colegio de San Gregorio, el lugar donde, en el verano de 1550 y la primavera de 1551, se celebró la Junta de Valladolid y Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda debatieron ante un legado pontificio “sobre si los indígenas del nuevo mundo eran seres humanos y cómo se les debía en consecuencia tratar”. Casado nos retrotrae a ese tiempo incitado por la película de Jean-Daniel Verhaeghe y Jean-Claude Carrière sobre el famoso debate, pero lo que más le interesa es hacer a sus protagonistas figuras troncales de las dos grandes ramas del pensamiento político moderno: uno, Sepúlveda, “el típico humanista del Renacimiento”, con su discurso “pronto aliado con el pragmatismo protestante, [que] desembocará en la modernidad capitalista”; y el otro, Las Casas, que “bucea en el viejo universalismo medieval y en una inspiración cristiana originaria para esbozar la propuesta de otro tipo de humanismo”, primer adalid de “las utopías de la libertad y la igualdad”, de “un pensamiento crítico que busca cada vez su método para conocer el mundo”. Nuevamente, una idea cara al autor.

Hay artículos monográficos dedicados a Hermann Broch, Bernard Noël o Margaret Atwood, pero incluso en estos opta Casado por leer las respectivas obras con la ayuda de otros textos u opiniones: Canetti y Blanchot, en el caso de Broch; Rancière en el de Noël; Lowry en el de Atwood. Y también hay retratos como el de Juan de Tassis, segundo conde de Villamediana, a medio camino entre el recorrido biográfico y la lectura contemporánea de un alma “extremosa” del Barroco, que hubiera hecho las delicias de Pound por su similitud con las operaciones de rescate del pasado a las que los modernistas angloamericanos fueron tan dados (Cavalcanti, los metafísicos ingleses en paralelo a la recuperación de Góngora por la Generación del 27).

Lugar aparte merece, creo, “Elogio de la descripción”, en el que Casado rompe una lanza por los tramos narrativos “donde la historia no fluye, donde no pasa nada, no se producen hechos ni acciones”, pero donde, como en el Conrad de “La línea de sombra” o “El corazón de las tinieblas”, las “descripciones de estancamiento, de quietud extrema”, permiten que se geste “la explosión”. Para el vallisoletano, “cuando la descripción abandona su apariencia de paréntesis, cuando se independiza y convierte en material radical del texto, nos encontramos ante momentos muy altos de la literatura”. Momentos, cabría añadir, cuya intensidad solo es comparable a la de la mejor poesía.

La ciudad de los nómadas

Miguel Casado

Libros de la Resistencia

214 páginas, 14 euros

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