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Acarreos

La mancha de los días

La escritura diarística de Tomás Sánchez Santiago e Ignacio Peyró: buscadores, recaderos del lenguaje

Tomás Sánchez Santiago Luisma Murias

Vivo de préstamos. La vida de un lector, en muchas ocasiones, es la vida de alguien que vive de la generosidad ajena. Leer, existir, al fin y al cabo, es transformar lo ajeno en propio y así andamos: lápiz en mano, subrayando frases y párrafos que llevarse a la memoria, que es el estómago de la literatura.

Si hacemos caso a Borges y es posible ser un lector que escribe y no un escritor a secas, puede que el género en que uno más se aproxima al deseo del maestro argentino sea el de los diarios y los cuadernos de notas. Tienen los autores de esta clase de libros algo de arrieros, de esforzados y confiados recaderos, de obsesos que cambian de sitio los muebles de su casa continuamente. Aunque dependa de la frecuencia y del estilo, lo cierto es que no es nada extraño que la persona que escribe esta clase de obra le conceda más importancia al proceso de lo que es habitual.

Y el proceso, ya lo pueden imaginar ustedes, no es otra cosa que ese acarreo: un llevar de un lado a otro, un saber qué elegir y qué descartar (aunque en esto último no vaya a diferenciarse mucho de cualquier otro escritor).

En el prólogo a su libro “Ya sentarás cabeza”, Ignacio Peyró (Madrid, 1980), reconocido anglófilo (hasta el punto de ser el actual director del Instituto Cervantes de Londres), recurre al Támesis y a una imagen muy dickensiana para tratar de explicar y contextualizar el camino que le llevó a escribir un diario que recoge básicamente sus años como periodista (2006-2011). Peyró se identifica con esa gente de las orillas que aprovecha el descenso de la marea para rebuscar en el lecho oscuro del río objetos y trastos que pueda reciclar o vender en mercadillos improvisados. “Bicicletas sin pedales, jarras a las que les falta un asa o muñecos que han perdido un ojo. Eso mismo somos”.

Peyró da un paso más y se identifica directamente con los objetos que afloran desde el fondo. El peligro, claro está, estriba en confundir un guijarro con un diamante. De guijarros y diamantes están llenos los libros de notas, los diarios. Es responsabilidad del autor distinguir unos de otros. En teoría parece sencillo, pero una vez metido en plena escritura, todo parece brillar más de lo habitual. Un libro como “Ya sentarás cabeza” también ofrece al lector un autorretrato (voluntario o no) de quien lo escribe. En el caso de Peyró, por trayectoria, actitud y posición, se acerca más a un victoriano con “smartphone” o a un emprendedor con vitola de habano.

Por esas orillas del mundo también podemos encontrar a Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957). Los ríos que él vigila no tendrán el pedigrí del Támesis, pero no les falta historia: el Duero, el Bernesga. En un juego justificatorio, Sánchez Santiago alude a la costumbre de amigos y familiares de regalarle cuadernos y cuadernos (sabiendo de su gusto por ellos). Como si el único afán fuera resolver un “stock” de páginas en blanco, Tomás Sánchez Santiago se adentra desde la nota inicial en la secreta labor que desemboca en un libro como “El murmullo del mundo”, que está emparentado tal vez por género con el volumen de Peyró, pero que es muy dispar en su carácter y anatomía.

Del discreto esfuerzo del acarreo nace la escritura del zamorano. De mirar y hablar lo estrictamente necesario: “Esta es la historia de un ajetreo habitual: ir en busca del cuaderno –a veces uno, a veces más– o la libreta que están siempre abiertos como una habitación sin llave; volver a mi lugar de trabajo, ponerlos ante mí, la mano indecisa sobre el bolígrafo, las palabras aún sin vuelo, con las velas recogidas; de qué hablar; qué consignar; la mancha de los días haciéndose ya sombra sobre una página”. Este breve fragmento de “El murmullo del mundo” ofrece más de una imagen que explica o justifica esa especie de merodeo, de escritura atenta y distraída al mismo tiempo. Buscadores, recaderos del lenguaje: Peyró y Sánchez Santiago son conscientes de su posición sumisa a “la mancha de los días”.

No hay otra manera de ejercer el acarreo, ese “donoso escrutinio” que dice Cervantes.

Salvando las infinitas distancias y con todas las prevenciones posibles, la intención de quien esto les escribe es la de dar cuenta de mis préstamos, de lo que arramblo aquí o allá. Como quien se presenta puntualmente ante el juez para dar cuenta de que no se ha movido de donde le corresponde.

Por último, mi mayor deseo es invertir el sentido de la tercera acepción que el diccionario de la RAE incluye del verbo acarrear: “Ocasionar, producir, traer consigo daños o desgracias”. Ojalá. En ello pondré mi empeño.

Ya sentarás cabeza

Ignacio Peyró

Libros del Asteroide

576 páginas, 24,95 euros

El murmullo del mundo

Tomás Sánchez Santiago 

Ediciones Trea

490 páginas 24 euros

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