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Un ¡hurra! por Josephine Leslie

“El fantasma y la señora Muir”, un delicioso divertimento de R. A. Dick

Detrás del pseudónimo R. A. Dick se esconde Josephine Leslie, nacida en Wexford, Irlanda, en 1898 y autora de varias novelas –“El fantasma y la señora Muir”, publicada en 1945, “Unpainted Portrait” (1954), “Duet for Two Hands” (1960) y “The Devil and Mrs Devine” (1975)– y de una obra de teatro titulada “Witch Errant. An improbable comedy in three acts”, publicada en 1959 en la serie “Evans Plays” de Londres, donde también salió, el mismo año, la navideña “A King will come: a play in one act”. Se sabe muy poco de la vida de esta autora, muerta en 1979, y es muy difícil conseguir sus obras, por lo que debemos aplaudir la iniciativa de Editorial Impedimenta de publicar “El fantasma y la señora Muir”.

Esta novela fue llevada al cine en 1947 por el director Joseph L. Mankiewicz, con Gene Tierney y Rex Harrison en los papeles principales. La película, en blanco y negro, es una obra de arte, con un ritmo ágil y un encomiable equilibrio entre el romance y el drama, lo que sitúa en su justa medida la larga y consistente relación entre la viuda Muir y el difunto marino Capitán Gregg. Harrison borda su papel de “gentleman” y cascarrabias a partes iguales, y Tierney le da la réplica creyendo en él, pero poniéndole siempre en su lugar atemporal. También aparece fugazmente una Natalie Wood de nueve años como la hija de Mrs Muir y que es perfectamente reconocible.

El fantasma y la señora Muir fue adaptada a finales de 1947 como obra radiofónica de una hora de duración, que fue repuesta pocos años más tarde con la voz de Jane Wyatt como Mrs Muir y, de nuevo, Charles Boyer como Gregg. La BBC la adaptó para Radio 4 en 1974 con una duración de noventa minutos. Por esta época, la obra llegó a la televisión americana, convertida en una serie emitida por NBC y ABC. La acción se traslada ahora de Inglaterra a Estados Unidos y se exageran sobremanera los finos toques de humor de la novela, pero el Capitán Gregg sigue siendo un caballeroso fantasma victoriano. Ya en la década de 1990, la 20th Century Fox pensó en rodar la película de nuevo con Sean Connery en el papel principal, pero la idea nunca llegó a desarrollarse. Más recientemente, James J. Mellon convirtió la historia en un musical estrenado en Los Angeles en 2005.

Sorprendentemente, la novela nunca superó las primeras ediciones, y R. A. Dick ni siquiera pasó a engrosar la historia de la literatura inglesa ni la de la irlandesa. Sin embargo, la novela es entretenida y divertida y deja constancia de muchos aspectos de la sociedad de primeros del siglo XX. La historia comienza con el despertar a la vida de Mrs Muir, viuda reciente y madre de dos hijos en edad escolar. Aunque Lucy Muir está ya a punto de cumplir los treinta y cuatro años, acaba de darse cuenta de que “su vida no había sido suya en modo alguno. Había sido la vida de la vieja señora Muir” y de las hermanas del difunto marido de Lucy, que “no le habían dejado nada propio. Le escogían los sirvientes, los vestidos, los sombreros, las lecturas, los placeres, hasta las enfermedades”.

Pero ahora está resuelta a dirigir su vida y se muda a una casa junto al mar, donde pueda tomar sus propias decisiones y educar a sus hijos según sus propias ideas. Sólo que la casa resulta tener un propietario fantasmal con el que ha de pactar antes de reconducir la rutina tranquila que siempre había deseado. Lejos de infundirle miedo, el capitán Gregg resulta ser un hombre inteligente y experimentado con el que Mrs Muir desarrolla una gran amistad. Ambos mantienen largas charlas, y él le ofrece su ayuda en varias ocasiones mientras espera sosegadamente a que ella traspase al final de su vida el umbral entre una y otra dimensión.

Cuando Mrs Muir le pregunta por el más allá, Gregg le explica, tal que Mefistófeles a Fausto, que no existen palabras para contárselo, porque allí no hay lenguaje, “no hay edad ni tiempo, ni alturas ni profundidades, solo inmortalidad, eternidad y visión”. Claro que, añade, en uno de los muchos rasgos de humor de la obra, “yo no soy un espécimen perfecto de habitante del más allá, puesto que me paso la mitad del tiempo aquí”.

La visión que tiene el capitán Gregg del mundo resulta ser atemporal, como su estado fantasmal: “Los hombres son tan necios, dando vueltas y más vueltas con los ojos cerrados, interfiriendo los unos con los otros, destrozándolo todo por su propia y ciega estupidez, y luego, cuando se encuentran perdidos sin remedio, se sientan y maldicen a Dios por no responder a sus plegarias, obviando que jamás se pararon a escuchar”. Mrs Muir se sirve de tales ideas y, aunque no puede dejar de tropezar en los sinsabores que jalonan toda vida, alcanza la vejez con la satisfacción de haber vivido con conocimiento y de contar con un amigo inmortal.

El fantasma y la señora Muir

R. A. Dick

Traducción: Alicia Frieyro

Impedimenta, 215 páginas

20,50 euros

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