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Un visionario baja a la Tierra

La crítica social de William Blake en “Augurios de inocencia”

“Augurios de inocencia” es el título que ha acabado recibiendo un conjunto de diez poemas de William Blake (1757-1827) que cuenta entre lo más representativo y perdurable de su producción, tomada casi siempre por la de un visionario o, incluso, un místico. Emparentados con las célebres “Canciones de inocencia y experiencia” y escritos entre 1803 y 1807 (no se sabe cuándo exactamente), fueron reunidos por el poeta, pintor y grabador londinense en un manuscrito sin titular que ha conocido antes otros nombres; por ejemplo, “Manuscrito Pickering” (por B. M. Pickering, uno de sus muchos propietarios en el siglo XIX). Esa vecindad de tono con las dos series de “Canciones” (que vieron la luz juntas en 1794, aunque las primeras ya se habían publicado exentas en 1789) ha terminado por imponer a toda la colección el título de su poema más famoso, que arranca con estos cuatro versos, de los más reproducidos de Blake (cito por la traducción de Fernando Castanedo que aquí se reseña): “El ver un mundo en un grano de arena / y un cielo en la florecilla del campo / sostener lo infinito en la palma de la mano / y poseer lo eterno en una hora apenas”.

William Blake, retratado por  Thomas Phillips (1807).

William Blake, retratado por Thomas Phillips (1807). Wikipedia

James Joyce, quien, según su hermano Stanislaus, consideraba a Blake “el más clarividente de los poetas occidentales”, no le tenía, sin embargo, por un gran místico, porque en él “la facultad visionaria está directamente relacionada con la facultad artística”; es decir, añadía, con “la penetración intelectual” y “la precisión formal”. Cabe pensar, pues, que si el autor de “Ulises” lleva razón y la clarividencia de Blake es otra, o tiene otras metas (y la denuncia de la injusticia, la belicosidad y el materialismo de su tiempo está sin duda entre ellas), todo su entramado imaginativo, sin excluir sus libros proféticos, puede funcionar también como crítica social, como lectura y crítica de la vida terrena, y no solo como avances de una posterior vida celeste o de su infernal contrario, ni como escritura mítica para explicar el presente o prospectar el futuro. Incluso oyendo “con el oído del alma” y viendo “con los ojos de la mente”, como Joyce escribió, Blake fue un poeta preocupado por lo que acontecía a su alrededor. Sobre todo, a la vista de poemas de “Canciones de experiencia” como el titulado “Londres”, donde anota (traducción de Jordi Doce): “Y escucho cómo el grito del Deshollinador / hace palidecer las oscuras iglesias / y el dolor del Soldado infortunado / ensangrienta los muros de Palacio”.

Esta preocupación “social”, que en ocasiones adopta las maneras y el humor de la crítica de costumbres, descuella también en “Augurios de inocencia”, en cuyo poema central (en la versión de Castanedo) podemos leer dísticos como: “El perro hambriento en el umbral de su amo / predice la destrucción del Estado”. O: “Más vale la perra chica del pobre / que de África todo el oro que sobre”.

Blake fue un hombre muy religioso (de un anglicanismo teñido de inconformismo, como puntualiza Castanedo en su estupendo prólogo); afirmó haber tenido visiones de ángeles desde niño, y la influencia de Swedenborg y de Milton ha colaborado desde antiguo en la adscripción de su poesía al género visionario. Pero esa religiosidad y su propensión a la alegoría se reajustan en las baladas de “Augurios de inocencia” hasta convertirse en un mecanismo delator de los vicios de la sociedad inglesa de principios del siglo XIX, por más que en algunas de ellas el resultado final acabe reventando las costuras expresivas de una fórmula tan sancionada por la tradición inglesa como pueda serlo el romance en octosílabos español. Entre poemas como “María” y “Guillermo Bond”, de un lado, y “El psiconauta” y “El monje cano”, de otro, las diferencias no son de orden formal, sino de orden imaginativo y conceptual, y ahí es donde Blake opera para distinguirse y anunciar el romanticismo del Keats de “La belle dame sans merci” o de Shelley. Por eso es una lástima que el gran trabajo de edición de Castanedo quede un tanto deslucido cuando, en algunos puntos de su traducción, aproxima la dicción oracular de Blake a ciertas acuñaciones de la copla andaluza (“¡ay, qué pena! ¡ay, qué penita pena!”) o el Lorca del “Romancero gitano (“y con su nochecita lunera!”); registros que, lejos de acercar al lector español la rareza musical del original, solo la trivializan.

Augurios de inocencia

William Blake Edición y traducción de Fernando Castanedo 

Cátedra, 178 páginas

12,50 euros

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