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Arquitectura

Rafael Guastavino

Andrés Barba biografía el agitado periplo vital y creativo del arquitecto valenciano

Hubo una época en la que quien no era retratado por Alberto Schommer no era nadie, y así, hasta los ministros tristes se dejaban disfrazar, alegres, para disfrutar tal honor. Ya en democracia, quien era alguien se medía por tener un “muñegote”, en la versión española de Spitting Image. Donde se mide en Valencia la importancia (o inmundicia) de uno es en las fallas, y en las penúltimas que se celebraron aparecía, donde la calle más arquitectónica de Valencia, la Calle la Paz, se encuentra con la plaza de la Reina, una cuyo protagonista, por fin en su “pueblo”, era Rafael Guastavino.

Hace más de treinta años, cuando yo vivía en Valencia, ni siquiera en círculos arquitectónicos se sabía quién era Guastavino. Según el nuevo libro de Andrés Barba “Vida de Guastavino y Guastavino”, la recuperación de su figura se debe a que el profesor George Collins acudió a un funeral a la Capilla de San Pablo de la Universidad de Columbia y, al mirar al techo, se preguntó quién lo habría hecho... A lo que yo añadiría que los catedráticos de la Universidad de Valencia Camilla Mileto y Fernando Vegas (que Barba cita en el capítulo de agradecimientos) estuvieron dos años dando clases en Filadelfia y esto les llevó a profundizar más en la figura de Guastavino. Aunque, más que los libros y los estudiosos, su difusión se la debemos a la película “El arquitecto de Nueva York”, dirigida por Eva Vizcarra, que toma su título del artículo que dedicó al arquitecto “The New York Times” a su muerte. (La película se puede ver en “Imprescindibles a la carta” de RTVE.)

El libro de Andrés Barba, que escribe con una especie de embudo que te absorbe de una obra a otra –y de un momento de la vida a otro, enterrando el anterior de manera acelerada–, muestra que fue tan ingente la labor de Guastavino en Estados Unidos (la Grand Central Terminal de Nueva York, la Boston Library, con McKim, Mead and White, espacios del puente de Queensborough...) que su vida no bastó para agotarla, por lo que el escritor se recrea también en la de su hijo homónimo, que acomete obras tan impresionantes como la bóveda central del Museo Smithsonian de Washington o el remate –también de su padre– de la Catedral de St John Divine de la ciudad de los rascacielos.

El de Barba no es un libro de arquitectura, sino el de un escritor que, viviendo en Nueva York, trata de entender a otro “emigrante” que llegó, como tantos otros, a la Isla de Ellis, donde su hijo acabó por arreglar las cubiertas del edificio de la aduana con sus bóvedas ignífugas. Un emigrante que llegó con su sueño americano debajo del brazo; un hombre apasionado, no solo con sus obras, sino con las mujeres que supusieron cambios de rumbo constantes en su vida. (Deja embarazada a la hija adoptiva de su tío, que le había acogido en Barcelona, tiene otros dos hijos con ella y acaba por tener otro con la institutriz, con la que emigra, con otros dos de esta última, a Estados Unidos.)

También es la historia de otro amor, este filial, según Barba, por un hijo que sitúa por encima de los demás. Habla también del estafador que fue, pues huyó de España con 40.000 dólares de dudosa procedencia... El autor va aderezando esta biografía arrolladora con quiebras y remontes, ayudado por el economista de Guastavino, que le quiere poner en la pista de la cordura, esa que el arquitecto siempre se las arregla para esquivar... Y luego está el hijo, que Barba ve como si ya fuera americano –¡hasta pronuncia Manhattan como nunca lo haremos los españoles!, dice–; comedido y responsable, pero del que Barba, muy español, dice que nunca logró ser feliz en Nueva York.

Este recuento, más de vida que de obras, me recuerda a Frank Lloyd Wright en su ajetreado periplo personal, o esa escena de “El Padrino”, que también había entrado por la Isla de Ellis y, tras vida azarosa y peligrosa, acaba muriendo en la huerta jugando con un nieto. Guastavino, al final, con su última esposa, una mexicana quince años menor que le llama “pelón”, vivió aislado en una casa de campo, y rezando –como había hecho de niño–, en la iglesia de Asheville, que Barba compara con acierto, por su planta elíptica, con la de la Virgen de los Desamparados de Valencia, lo que cierra de algún modo la odisea vital del constructor de bóvedas, que descansa allí, en una capilla lateral, que Guastavino hijo diseña tras fallecer Guastavino padre. Y en Valencia, con su falla, le recordaron después de tantos años, y así el creador de la Fireproof Construction Company se dejó quemar, feliz sin rechistar, en la “nit del foc” de su ciudad natal.

Vida de Guastavino y Guastavino

Andrés Barba 

Anagrama 104 páginas

16,90 euros

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