La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tiempos y enemigos

La periodista Marta Peirano examina y toma posición ante el ascenso de las plataformas digitales en “El enemigo conoce el sistema”

la periodista Marta Peirano Lluís X. Álvarez

Entre los libros recientes que destacan por su calidad se encuentra el de Marta Peirano, de atrayente título, “El enemigo conoce el sistema”. Un largo subtítulo concreta más lo que el libro contiene, pero no del todo: “Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención”. Marta Peirano es una reconocida periodista especializada en los activismos de la red digital y que domina también los temas previos de psicología y comunicación. Ella es una activista más (nos lo dice en la página 173), que ha participado a principios de este siglo en Creative Commons y en Napster. Recordemos que la primera de esas compañías telemáticas creó muchas licencias de propiedad intelectual al margen de las grandes empresas de la industria de la cultura y que la segunda fue pionera en ofrecer a través de internet enormes paquetes de música, lo que hizo tambalear entonces el negocio de los discos físicos. Nótese que hay en esos episodios un cierto enfrentamiento entre iniciativas que se consideran renovadoras (las de la red) y resistencias que serían propias de las economías más o menos convencionales. Sin embargo el término “enemigo” que usa Peirano en el título de su obra no va tanto por ahí. Está explícito en la cita inicial del capítulo 2: “El enemigo conoce el sistema. Uno debe diseñar los sistemas con la premisa de que el enemigo conseguirá familiarizarse inmediatamente con ellos”.

La frase está bien traída, pues es de Claude Shannon, que, junto con Warren Weaver, es padre de la teoría matemática de la comunicación, la cual es a su vez madre de la cibernética y de sus pretensiones. Pero, por entonces (1949), la Guerra Fría dominaba el panorama internacional y el término “enemigo” conservaba su sentido bélico. No era ése el sentido de la frase entonces ni mucho menos lo es ahora, más de setenta años después, en la medida en que el término “sistema” se refiere a los artefactos o, si se prefiere, a los algoritmos que almacenan, preservan y difunden información encriptada. Shannon avisó, y Peirano nos reafirma, de que el adversario los descifrará y remedará de inmediato. A tiempos distintos, distintas significaciones y tal vez distintos “enemigos”.

Esto es importante para atender bien a Peirano porque su obra es algo más que una mera enciclopedia sobre el momento actual de la red, escrita con la agilidad y erudición entusiasta del mejor periodismo de investigación. En realidad es un examen y una posición acerca de las plataformas digitales. No sobre internet, ni sobre las llamadas redes sociales, ni sobre el móvil que nos vigila, ni sobre cómo se las arreglan las grandes compañías para cobrarnos todo lo más caro posible, ni sobre cómo coarta nuestra libertad (si es que lo hace) el aparato de admitir / no admitir en las fronteras. Todo eso está ahí, pero, ocurre porque en la última década –que es tiempo nuestro– la comunicación ha dado un salto cualitativo, técnico y social, merced a las plataformas digitales. La historia de ese salto la entrevera Peirano a lo largo de siete capítulos repletos de nombres propios de personas y de entidades, con sus trayectorias, anécdotas, luchas, creaciones, éxitos y fracasos. Peripecias, en fin, contadas con detalle.

En 1999 sucedió la contracumbre de Seattle contra la Organización Mundial de Comercio, y en 2001 ocurrieron las manifestaciones de Génova contra el G8. Empezaba la lucha de los grupos revolucionarios en contra del capitalismo de la globalización. Marta Peirano la evoca en la distancia con un tono épico parecido al de su colega Naomi Klein, que promovía esa lucha hace veinte años. Pero su intención es otra: quiere resaltar que esas convocatorias fueron las primeras hechas por internet, que los 50.000 activistas de Seattle, por ejemplo, se autoconvocaron principalmente usando las listas y grupos de correo electrónico y casi nada más. Ahora bien, con la crisis de 2008, las multinacionales se vuelven a localizar y la globalización se adelgaza. Mucha gente del activismo se refugia en el ciberespacio. Por un lado, la telefonía y el correo digital se han integrado mucho más, mientras que vídeo, “streaming” e interacción van de la mano. Por otro lado, las transacciones y servicios en la red han cambiado fuertemente hacia una economía de la atención. Ya no interesa tanto vender un objeto (doméstico) como saber acceder con eficacia a la atención de quien quiere algo en general. Esas condiciones son las que permiten el nuevo algoritmo de largo alcance: técnica telemática, más teoría de probabilidades, más psicología de masas, más “hackerismo” de datos. Esos son los elementos que en diverso grado conforman las plataformas digitales. Procedentes de los estados políticos, o de las clásicas multinacionales o de las fuerzas contestatarias, todas son adversarias que conocen el sistema de las demás y aspiran a adelantarse a ellas en el negocio que sea y en la empresa que se pretenda, dicho sea esto en el mejor sentido orteguiano, si es posible. Y si no lo es, surgirá lo peor de la gran picaresca.

Luego está la cuestión de las dimensiones de las TIC, que se ve también en el libro de Peirano. En los casos más famosos se notan las diferencias. La potente plataforma Cambridge Analitycs, por ejemplo, a partir de una sencilla encuesta en Facebook, llegó a captar perfiles y analizar macrodatos de 50 millones de personas y puede que los usara para motivar el voto en las elecciones que hicieron presidente a Trump. Por su parte Julian Assange y Edward Snowden, héroes o villanos, parecen aún luchadores solitarios en un ciberespacio lleno de vacíos legales. Pero la filtración de documentos secretos del Gobierno de EE UU por Wikileaks es de tal volumen que no sería factible sin medios de plataforma digital. En cuanto a Snowden, lo mismo se diga de sus denuncias a dicho Gobierno por millones de llamadas telefónicas grabadas o por el acceso directo a servidores ajenos o por la ocultación documental de determinadas acciones militares.

No todo ocurre en Norteamérica, ni siquiera lo digital, pero conviene tener en cuenta que los asaltantes del Capitolio, hace pocas semanas, se llamaron a sí mismos “soldados digitales”. A este valioso libro de Peirano no le tocó recoger ese capítulo, pero de sus premisas se deduce que las plataformas digitales de media envergadura, con territorio e ideologías encontradas, van a crecer. Al menos allí donde haya democracia.

El enemigo conoce el sistema 

Marta Peirano 

Debate 304 páginas

17 euros

Compartir el artículo

stats