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bloc de notas

Ajuste de cuentas

Isabela Figueiredo ofrece un duro y descarnado testimonio de su infancia en la excolonia portuguesa de Mozambique

Confieso que quedé impresionado hace años al leer “Caderno de memorias coloniais”, que acaba de ver la luz traducido al español gracias a Libros del Asteroide. Entonces me pareció la novela portuguesa más audaz y potente que había caído en mis manos en lustros. Sigo pensando lo mismo. Cuando se publicó en 2009 supuso un acontecimiento literario en el país vecino, fue recibida como obra maestra por la crítica y el público, y al año siguiente elegida entre los títulos más relevantes de la década. Como si se tratara de un rescate cronológico, Isabela Figueiredo (Lourenço Marques, 1963) ajusta cuentas con el pasado colonial portugués y con su padre, un electricista que llega huyendo de la penuria en busca de un futuro mejor en Mozambique, donde ella vive la infancia y parte de su adolescencia, aprende sobre el sexo y la relación de poder establecida entre blancos y negros.

El libro es una especie de “Carta al padre”, de Kafka, un texto duro sin concesiones, donde se entremezclan memoria, ensayo, observación personal y ficción. Tiene su origen en un blog que la escritora puso en marcha para arrojar realismo sobre la narrativa edulcorada del Portugal africano. Hasta ese momento, quizás por un sentimiento de vergüenza o, lo que es igual, por arrastrar la carga pesada de la culpa, lo que había era un relicario de memorias piadosas y color de rosa escritas por los blancos nacidos en las colonias. Generalmente la literatura pasaba por alto las cuestiones más ásperas: la exclusión de la población local negra, los trabajos subalternos peor remunerados y el racismo; el verismo brillaba por su ausencia con la excepción de las novelas de autores consagrados que tienen como fondo la guerra colonial, António Lobo Antunes o Lydia Jorge, en los casos de “En el culo del mundo (1979) o “A Costa dos Murmúrios” (1988). En el resto, el romanticismo y la nostalgia se imponían a la cruda realidad.

El testimonio en “Cuadernos de memorias coloniales” es el de una niña crecida en una familia de blancos que llegan a la colonia dejando atrás la miseria. Isabela no asiste a colegios privados en Polana, tampoco juega con niños de su edad en las piscinas de los clubes de campo de la parte alta de la ciudad. Vive fuera de la urna de cristal de la sociedad laurentina, es una extranjera en su propia tierra que encarna a los blancos pobres de África, hombres y mujeres sin tiempo para practicar el polo, o abandonarse a las tardes majestuosas que entretienen el aburrimiento de las familias fundadoras y de los altos funcionarios del Estado Novo. Para bien o para mal, Isabela se encuentra del otro lado del espejo. Como ella mismo escribe, en ese “campo de concentración” que huele a curry llamado Lourenço Marques, la actual Maputo, viendo el panorama completo sin poder decirle nada a nadie de lo que en realidad siente. Es una niña consciente y educada, le inculcan una formación católica para entender a los demás. Pero pronto se da cuenta de que su padre, un ídolo para ella, el hombre que le aporta calor y seguridad, representa el lado oscuro del colonialismo despiadado, predica los buenos valores y en la práctica es el peor de los racistas. Cuando, después del 25 de abril y de la independencia, siguen las masacres en Mozambique, no tarda en llegar a la conclusión de que todo forma parte de una correspondencia. No es posible que su adorado y a la vez aborrecible padre hubiera estado allí todos esos años tratando mal a los mainatos y a la negrada, en general, sin recibir nada a cambio. A partir de ese momento procura contextualizarlo todo y se convierte a los ojos de los suyos en una traidora. En Portugal, a su vuelta como retornada, dejándo atrás África, el único mundo que conoce, oculta lo que los suyos piden que cuente para denunciar la situación en que viven. Entiende que es lo socialmente correcto. En la madre Patria, hundida en la pobreza y la mediocridad, la acusan de haber robado a los negros y la desprecian. “Pasa mucho tiempo hasta que encontramos nuestra voz, hasta haber saldado, para bien o para mal, la deuda que pensábamos pendiente; hasta escupir sobre el deber y la honra y la fidelidad, esas cuerdas tan sucias, tan gastadas”, escribe Isabela Figueiredo. La más cruda y completa expiación colonial contada en apenas 200 páginas.

Cuaderno de memorias coloniales

Isabela Figueiredo

Traducción de Antonio Jiménez Morato

Libros del Asteroide, 208 páginas

18,95 euros

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