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Emmanuel Carrère | Escritor, publica "Yoga"

“Mi neurosis no me permite ser la persona más feliz del mundo”

“Yo puedo preocuparme por mí, pero la realidad, la miseria y la violencia se me imponen”

“Mi neurosis no me permite ser la persona más feliz del mundo”

Hace ya muchos libros que los lectores de Emmanuel Carrère saben que por muy retorcidos que sean algunos de los protagonistas reales de sus historias, como el asesino Jean-Claude Romand o el inefable autor ruso Eduard Limónov, ninguno le gana en complejidad al propio escritor, que ha exhibido sus propias crisis palpitando sobre la mesa de disección. En el último, “Yoga” (Anagrama), relata su último crack-up, cuando intentaba escribir un librito anodino sobre la meditación, que practica desde hace treinta años: vivió de cerca el atentado de Charlie Hebdo –un amigo murió allí– y la crisis de los refugiados, a los que prestó ayuda; sufrió una depresión de campeonato que requirió electroshocks, y perdió a su editor. También se separó de su segunda esposa, la periodista Hélène Devynck, pero eso el lector no lo encontrará porque su ex impuso su derecho a veto en el contrato de divorcio y no le gustó nada lo que leyó.

–¡Quiso escribir un librito pequeño y sutil sobre la disciplina oriental que promete armonía y tranquilidad, pero la vida y sus miserias le impusieron otra cosa.

–A pesar de todo, tengo la sensación de que he acabado haciendo un libro mejor que el que planeaba. Porque el yoga no va solo de tranquilidad, sino de intentar englobar lo máximo de la experiencia humana y no escindirla en dos partes, una deseable y otra no. El yoga no es solo un conjunto de asanas, aunque sea bueno para la salud y el equilibrio. Yo me burlo un poco de eso, sin maldad. Kafka decía que los escritores debemos ocuparnos de la parte negativa de la vida y yo no diría tanto, pero ignorarlo no es algo que deba hacer el yoga y tampoco quiero hacerlo yo.

–En su libro dice de usted que tiene “un talento excepcional para destruir una vida que podría ser dichosa”. ¿Este es un libro de culpabilidad?

–Espero que no. Ya hay suficiente desgracia en esta vida para que le añadamos culpabilidad. Yo, efectivamente, tengo una tendencia neurótica que no me permite ser la persona más feliz del mundo, aunque al mismo tiempo sea alguien de fácil convivencia. Creo que no estamos aquí para ser felices, sino para saber más. El conocimiento está antes que el gozo.

–Pero el conocimiento muchas veces hace sufrir.

–Lo que hace sufrir es la neurosis. La vida es dolorosa, por supuesto, pero si tienes un mayor conocimiento de lo que ocurre, sientes que no estás sufriendo en vano.

–¿La depresión le ha enseñado algo? ¿Se puede escribir estando depresivo?

–En un estado de depresión profunda como fue el mío no estás en disposición de escribir nada. Ahora bien, cuando has salido, es un aspecto de tu propia experiencia sobre la que puedes intentar decir algo de una forma que sea útil para los demás. Es bueno que se genere un cierto eco porque hay mucha gente que siente vergüenza propia o ajena frente a la enfermedad mental y el hecho de hablar de ello sin culpabilidad es algo muy útil. He recibido muchas reacciones, tanto de gente que practica el yoga como de los que practican la depresión. Yo reivindico esa utilidad.

Todavía le tengo una gran fidelidad al cristianismo, aunque no me considere cristiano

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–El libro también participa de la bipolaridad que le diagnosticaron los psiquiatras.

–Antes nos llamaban maníaco-depresivos. Yo lo tengo a nivel leve, en el sentido de que, pese a haber tenido una crisis muy bestia, he podido seguir con mi día a día. En nuestras vidas hay alternancias de estado de ánimo, todos hemos pasado de la risa al llanto en algún momento, pero el trastorno hace que estos sentimientos se agudicen y todo se haga mucho más visible. Esto es bueno para un escritor.

–Después de haber confesado una gran dependencia de la religión en “El reino”, dice ahora que su asidero vital es el yoga.

–En ambos casos es una andadura que te permite adquirir saber y un mayor conocimiento personal. Ambos intentan hacer de nosotros mejores personas. Creo que ambas disciplinas, por decirlo de alguna manera, parten de esa aspiración. Yo no dejé de ser cristiano para hacerme yogui, todavía le tengo una gran fidelidad al cristianismo, aunque no me considere cristiano.

–Dibuja a los practicantes del yoga como unos insensibles preocupados tan solo por su respiración, cuando el mundo se está viniendo abajo a su alrededor.

–Esa situación fue muy perturbadora. Éramos 100 personas en un centro Vipasana sin comunicación con el exterior mientras se estaban produciendo los atentados de Charlie Hebdo y la respuesta que recibí cuando me informaron y decidí marcharme es que en el mundo ocurren cosas terribles constantemente, y si nos detuviéramos por ello jamás haríamos nada. Por suerte el yoga no es solo eso.

–Como en libros anteriores, aquí el protagonista absoluto es su ego, importante, bien constituido y autoconsciente. ¿Qué espacio deja a las víctimas del mundo?

–Bueno, yo puedo preocuparme por mí, pero necesariamente la realidad, la miseria y la violencia se me imponen.

–Lo que se le impuso fue una depresión por la que tuvieron que internarle y aplicarle terapia electroconvulsiva (TEC). ¿No es inquietante para un escritor no recordar nada de la experiencia?

–Directamente no tengo acceso a ello. Son recuerdos reconstruidos a partir de amigos y allegados. Fue como caer en un pozo. Mientras estamos hablando, a una buena amiga mía le están aplicando esta terapia. Ayer hablamos por teléfono y le dije que nuestra conversación desaparecería, que se olvidaría de todo. Por otra parte, sé que su marido lo está anotando todo como si estuviera construyendo la memoria que va a desaparecer. Es un acto de amor extraordinario que será especialmente valioso para ella.

–Hablando de agujeros negros: hay uno que marca todo el libro, la total supresión de los pasajes donde hablaba de su exmujer y de la separación.

–Es verdad que hubo una cláusula de veto por parte de ella en nuestro divorcio, pero no se me pasó por la cabeza que la utilizara en lo que escribí porque no había nada ofensivo o hiriente. Pensé que me diría que retocara un poco esto y aquello…

–Pero le obligó a que su figura desapareciera totalmente del libro. Es algo que se percibe, una ausencia de hierro.

–Explico tres años de mi vida y ella era el personaje principal. Mi situación era complicada, no podía dejar de respetar su decisión y el resultado ese exactamente eso. Un agujero extraño, una elipsis peculiar que lo hace aún más extraño en su composición.

–En una entrevista, su expareja percibió en el libro, y cito, “una voluntad de destrucción” dirigida a ella.

–Yo he escrito sobre mi mujer desde el amor, contrariamente a lo que ella dice de mí. Lo único que puedo decir ante eso es que es falso.

–Creo que este es el primer libro que escribe taquigráficamente con ocho dedos en lugar de con uno solo como había hecho hasta el momento.

–(Ríe) Así es. Me gustaría decirle que el resultado es significativamente distinto por este detalle, pero me temo que no es así.

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