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Arte

Duelo austral en Dos Ajolotes

La galería de Pedro García hace un homenaje al libro con seis artistas

El trabajo de Jorge Jovino sobre dos viejos cuadros de mueblería y, en la esquina inferior derecha, la cabeza-florero de Covadonga Casado.

Antes, durante y después

Colectiva  

Galería Dos Ajolotes, calle Pozos 1, Oviedo. Hasta el 25 de marzo.

Casi coincide esta exposición, sin pretenderlo, con la pérdida de la querida Conchita Quirós, alma de la librería Cervantes, ubicada en Oviedo y una de las más importantes de España, según ha quedado claro durante el duelo, sentido en todas partes. Es una alegría participar en una sociedad para la que el libro sigue siendo un objeto tan relevante, una invención maravillosa que, en su edición en papel, extraído de un junco o de la sabia pulpa de un árbol, marcó el destino de la humanidad de una manera irreemplazable. O eso es de esperar, al menos.

Las librerías son un refugio de la cultura, y uno de sus filtros necesarios, al igual que las editoriales lo son en su peldaño inmediatamente anterior, más cercano al autor. En ese sentido se aproximan a las galerías de arte, y siempre resulta llamativo que haya coleccionistas que sólo compren cuadros en una sola galería o libros de una única editorial, como si esa fuera la manera de afianzar su criterio. Curioso. Las galerías de arte son como las editoriales en lo que afecta a la selección de sus contenidos y de los creadores con los que trabajan y por eso no parece raro que alguien como Pedro García haya querido homenajear en su galería a una de las colecciones de libros de bolsillo que más y mejor han formado a generaciones de lectores en español, como es la Colección Austral de la editorial Espasa Calpe.

El árbol genealógico de Iván Cuervo.

El árbol genealógico de Iván Cuervo.

En los últimos tiempos están surgiendo un nuevo tipo de galerías que no tienen al frente a artistas de la venta (que para todo hay que valer) sino que son llevadas directamente por creadores, sin duda por una necesidad primaria de autogestión en tiempos difíciles, lo que conlleva una relación de parte con los autores que exponen. Eso supone una implicación mayor en todo el proceso de gestación colectiva, al que aplican modos y maneras de un comisariado. Pedro García es buen lector de textos, gestos y aptitudes ajenas, mas sobre todo es un excelso artista, solo o en compañía de otros, que se prodiga poco pero que cuando abrió su galería Dos Ajolotes en Oviedo lo hizo con una abierta voluntad colaborativa, a sabiendas de que en esa unión podría salir algo provechoso.

La exposición “Antes, durante y después”, que en su inespecífico título plantea retomar el aliento creativo anterior a la pandemia, parte de una iniciativa personal suya y desde su propia biblioteca, de la que ha seleccionado libros de Austral que muestran sus preferencias, sin ir más lejos la querencia por los temas americanos como en la “Historia verdadera de la conquista de La Nueva España” de Bernal Díaz del Castillo o “El negrero” de Lino Novás Calvo, al que ha anudado una soga esclavista. El resto de los intervinientes procuran adaptarse al duelo creativo y lo hacen de formas diversas, acogiéndose al título, desentrañando su contenido, mostrando piezas anteriores que se acomodan bien o realizando otras nuevas para el proyecto específico.

“El negrero”, de Pedro García.

“El negrero”, de Pedro García.

En la colectiva se muestra la obra de seis autores, cinco de los cuales juegan con libros de la Colección Austral. Sólo se desmarca una artista, Patricia Cayón, que se ha rebelado ante el látigo del patrón y ha preferido hacer una intervención en la calle, sobre el cartel de un bingo adyacente, sin relación con los demás y en un resignificado “Salón de Luego”. Ahí os dejo. Los otros, que son Verónica G. Ardura, Rinaldo Álvarez, Iván Cuervo, Jorge Jovino Fernández y Covadonga Casado, participan gustosamente en el homenaje literario, que el azar ha querido que recaiga en títulos como “Los cazadores de plantas” de Thomas Mayne-Reid o “Viaje a alguna parte” de Sloan Wilson, hoy casi olvidados pero que seguro están bien, pues cuentan con el aval de haber sido publicados en la colección de Espasa Calpe, creada en 1937 en el exilio argentino por Guillermo de Torre, lejos de la casa matriz.

Así, Verónica G. Ardura remonta el Himalaya y muestra en varias acuarelas un paisaje ficticio que cuestiona el paraíso, Rinaldo Álvarez se plantea la finalidad de la joyería y su uso como mero adorno, que no lleva a ninguna parte, y Covadonga Casado presenta una cabeza-florero que alerta sobre los límites de la dignidad humana, como en 1896 lo hiciera Unamuno. Por su parte, Iván Cuervo planta su enfermo árbol genealógico en el que se masca el origen de la tragedia, como en el ensayo fundacional de Nietzsche, y Jorge Jovino Fernández se marca una marcianada sobre viejos cuadros de mueblería en la que mira la llegada del comunismo a Cuba con los mismos ojos pasmados con los que Moctezuma debió de ver su encuentro con Hernán Cortés en Tenochtitlán, en sendas composiciones originales que realzan su excelente condición de dibujantes.

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