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Arte

Oviedo, bajo la estricta regla de Sanjurjo

La ciudad acoge tres exposiciones simultáneas del reconocido pintor de Barres

Sala de exposición en el Museo de Bellas Artes de Asturias.

Piel trabajada

Museo de Bellas Artes de Asturias, plaza de Alfonso II el Casto, Oviedo. Hasta el 30 de mayo.

Estampa y palabra

Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, c/ San Francisco, 3, Oviedo. Hasta el 18 de abril.

Proceso y taller 

Escuela de Arte de Oviedo, Avenida Julián Clavería, 12, Oviedo. Hasta el 22 de abril.

Bernardo Sanjurjo es quizá el pintor asturiano más reconocido y que más reconocimientos ha tenido. A sus casi 81 años, que cumple este mes de abril, ha expuesto en los principales museos y centros de arte, desde el Bellas Artes de Oviedo hasta el Jovellanos de Gijón, el Antón de Candás, el Palacio Revillagigedo, As Quintas de La Caridad o el museo del Instituto Bernaldo de Quirós de Mieres, por poner algunos ejemplos. Su obra está bien representada en las principales pinacotecas asturianas y en colecciones como la del Principado o la de Cajastur, además de tener obra pública en lugares bien visibles como el Hospital Central de Asturias o el edificio departamental de Humanidades de la Universidad de Oviedo, en el Campus del Milán. Ha sido profeta en su tierra.

Sin embargo, no tiene galería que le represente, como muchos otros pintores de su generación, en su caso acentuado sin duda por su propia falta de interés comercial, y apenas ha expuesto fuera, salvo la individual que hizo en 1991 en la sala del Principado de Asturias en Madrid, que fue como poner una pica en Flandes sin que nadie se enterara, y la celebrada en 2010, con el apoyo de Caja Rural de Asturias, en el Círculo de Bellas Artes, en el que había estudiado, que tampoco tuvo demasiada repercusión en la capital. Habrá que buscar las razones. Ahora la ciudad en la que vive, Oviedo, acoge tres exposiciones simultáneas que celebran a su manera tantas décadas de dedicación absoluta, en tres espacios relevantes para la ciudad y muy unidos a su trayectoria profesional y vital, intelectual y afectiva, desde su origen en su Barres natal, a orillas del Eo, donde todavía tiene estudio.

“Sin título” (2019), acrílico y cartón-lienzo tabla.

“Sin título” (2019), acrílico y cartón-lienzo tabla.

El “despliegue” (en palabras de su amigo el poeta Antonio Gamoneda) permite adentrarse en la piel, la poética y el proceso de su ascético ejercicio de contención, bajo una estricta regla. Pintor abstracto sin concesiones ya desde los años setenta, fue pasando de la materia al gesto y de éste al vertido hasta alcanzar, ya a comienzos de este siglo, una plena madurez plástica, muy interiorizada y plagada de autoexigencias, sin nada dejado al azar. La gestualidad de los años ochenta y noventa o los vertidos a modo de estallido a partir de 1995 fueron dando paso a otros en los que el volcado de pintura se hace con el goteo controlado y cayendo poco a poco sobre el lienzo pegado a tabla dispuesto en horizontal, a modo de potro de tortura, en sucesivas capas cada vez más gruesas y bajo un complejo sistema de veladura y secado, repetido hasta la extenuación, con extremado rigor. Es como una vía de expiación para alguien a quien muchos consideran, en lo personal, como un santo varón. Incluso Gamoneda, buen conocedor de este pintor “sustancialmente volcado en la creación física y formal”, cree en la posibilidad de que no permanezca indiferente ante las “dimensiones espirituales” del arte.

El gran despliegue expositivo permite adentrarse en el ascético ejercicio de contención del artista

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Sobre una base uniforme se articulan formas definidas y completas, muy fluidas pero de gran densidad y relieve, sin nunca desbordar el soporte, con la mancha controlada y sumisa, retenida. Es indiscutible la calidad, pero también su seriedad y severidad, que exige mucho del espectador. Pintura para pintores y un tanto ensimismada, la conexión con el público la consigue gracias al color, también muy trabajado, que desde una austeridad estricta –llega al negro sobre negro– alcanza múltiples matices, en rojos, verdes, azules, siempre en tonos secundarios y terciarios, muy bien valorados, y a un fino acabado de su superficie, que más que aterciopelada parece de seda, lisa, con apariencia jugosa y atractiva a la vista y el tacto, como una tentación.

Para la exposición del Museo de Bellas Artes de Asturias se ha contratado como comisario a Óscar Alonso Molina, crítico de arte de “ABC”, como en la del Círculo de Bellas Artes de 2010 se contrató a Fernando Castro Flórez, del mismo diario. Es de esperar que eso sirva para tener mayor cobertura nacional que entonces. Alonso Molina aporta la frescura de quien se enfrenta a la obra de Sanjurjo con ojos nuevos y voluntad explícita de no repetir la lectura lineal de los historiadores, para centrarse más en motivos iconográficos o recursos técnicos, aspectos formales o maneras de hacer la pintura (que en el caso de Sanjurjo nunca es “imagen”, representación de una idea, como se dice, sino pura materialidad plástica, piel irreductible).

Trabajos expuestos en la sala de la Universidad.

Es una “retrospectiva atípica”, formada en su mayoría por obra reciente y viva de la que sin duda es su mejor etapa, iniciada hacia 2005, algo que comparte el propio pintor. Hay también unos pocos –ocho– saltos hacia atrás, conforme a afinidades estilísticas por encima de cualquier otra consideración. Siempre en formatos enormes, como el continuamente repetido de 200 por 122 centímetros, que en su conjunto apabullan, en un gigantismo que impregna al propio catálogo de la exposición, de letra como para personas mayores. La principal novedad para un museo en el que el pintor está muy presente, pues es la tercera gran exposición que le dedica tras las de 1986 y 2002 –esta segunda de obra gráfica junto a Gamoneda–, son los cuatro cuadros realizados entre 2019 y 2020 en los que una de las manchas, que se ha dejado secar de forma autónoma en cartón, es adherida al lienzo dejando separación, lo que le da relieve y expande lo pictórico más allá de su bidimensionalidad, plano contra plano. Es lástima que no se muestre algún ejemplo más de esta serie, que arranca en 2018.

En la exposición del edificio histórico de la Universidad de Oviedo, comisariada por María del Mar Díaz, se resalta su prolongada dedicación a la estampa, de la que la profesora es especialista y por la que ha llevado a Sanjurjo a participar en exposiciones colectivas en Bélgica o Serbia. Y se subraya su vinculación con escritores y poetas, cuyas palabras le han servido para realizar distintas carpetas de grabados, en colaboración con Marcos Canteli, José-Miguel Ullán, Olvido García Valdés, Eduardo Milán, Xuan Bello o Ricardo Menéndez Salmón, quien, por cierto, también escribe uno de los textos del catálogo del Bellas Artes.

Exposición en la Escuela de Arte.

La lírica expresividad de estos autores no desvía ni un milímetro la rocosa integridad de Sanjurjo, salvo en el caso de Antonio Gamoneda, que consigue reblandecer con su Amor/Odio la extrema rectitud del pintor y acercarlo más a la ilustración. En el resto no se distingue demasiado la relación entre estampa y palabra, menos cuando ésta se rinde ante aquélla y se escribe desde la admiración. Gamoneda, que lleva años siendo fiel intérprete de la obra de su amigo, con quien comparte cierto hermetismo poético, es además autor de uno de los textos del cuidado catálogo de la Universidad, que recoge todos los poemas y sus correspondientes serigrafías en un desplegable que es como una carpeta en sí mismo, digno de colección. Su diseño es también de Manuel Fernández, como el del Museo de Bellas Artes.

Si se necesita una razón adicional por la que Bernardo Sanjurjo sea tan apreciado y querido en Asturias hay que encontrarla en su trabajo como profesor y director, desde 1975 a 1990, de la Escuela de Arte de Oviedo, en la que impulsó la renovación de departamentos y talleres como el de grabado, litografía y serigrafía, técnica en la que es especialista y doctor. Por eso es lógico que el periplo se cierre en esta institución que tanto le debe y en la que ha dejado tantos discípulos y admiradores, como Israel de la Peña, organizador de la tercera y última exposición.

En ella se sigue el laborioso proceso que Bernardo Sanjurjo emplea cada verano, en los meses de junio y julio, para realizar sus estampas, en las que es consumado maestro. En la más reciente, con una tirada de 75 ejemplares, usó nada menos que ocho bocetos, trece fotolitos, dieciséis tintas y nueve días de estampación, toda una devoción y un calvario. Se muestra junto a otras piezas sueltas. Y si la peregrinación por las tres exposiciones acaba en el Campus del Cristo, donde está la Escuela, se puede aprovechar para visitar el cercano mural exterior del abandonado Hospital Central de Asturias, en el que Sanjurjo trabajó entre 1977 y 1993, todavía pendiente de su traslado al nuevo Hospital Universitario (HUCA), al otro extremo de la ciudad.

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