La mecánica del poder
Carmelo Romero reflexiona sobre el carácter nuclear del caciquismo en la política española
La palabra “cacique” tiene una larga historia. A partir del año en que Colón descubrió América y la registró en su diario, fue apareciendo en los tratados sobre la lengua castellana y las sucesivas ediciones de los diccionarios de la Real Academia Española. En un principio hacía referencia a los todopoderosos jefes de las comunidades indígenas. Pero Joaquín Costa, en la memoria leída en sesión pública del Ateneo madrileño en 1902, elevó la figura a símbolo de la forma de gobierno típica de la España de la Restauración, ejercida según él por una conjunción de “oligarquía y caciquismo”. La presentación suscitó tal interés, que se quiso reunir en un informe la opinión de un selecto número de personalidades para abrir un debate sobre el tema. Los profesores de la universidad ovetense Altamira, Posada, Buylla y Sela respondieron a la invitación con un informe firmado por los cuatro, al que adosaron un ejemplar de “La causa de los sablazos”, el libro que documenta fielmente la manera de actuar de los amigos de Alejandro Pidal en Villaviciosa, ejemplo perfecto del caciquismo asturiano, que también lo hubo. Los citados y otros términos con la misma raíz, caciquil, cacicato o cacicazgo, se hicieron entonces de uso común y aún después de la Transición los historiadores los utilizaban de modo habitual. Con ellos aludían específicamente a una relación informal, asimétrica y vertical, entre políticos y ciudadanos, en la que se produce un intercambio de apoyo, en las democracias traducido a votos, por favores.
El fenómeno moldeó la visión que tenemos de España en el cambio de siglo anterior, pero no es una particularidad de nuestro país ni de una época. Los antropólogos han estudiado el vínculo entre los mismos actores, a los que denominan, respectivamente, patronos y clientes, en las sociedades tradicionales. En la actualidad se ocupan de él preferentemente los politólogos, que lo llaman clientelismo y lo encuentran activo hasta en las sociedades más avanzadas, si bien bajo un aspecto diferente y con mayor discreción. El papel del cacique lo desempeñan ahora los partidos, que reparten a conveniencia el botín electoral, cargos y los recursos públicos que administran, entre los votantes, debidamente segmentados. El caciquismo ha evolucionado y cambiado de nombre en los sistemas políticos más competitivos, pero su esencia perdura. Mario Caciagli sostiene que el clientelismo es una cultura política y que allí donde arraiga la democracia se manifiesta imperfecta y débil, como si a partir de un punto la progresión de uno implicara el retroceso de la otra, y viceversa.
La historia del caciquismo en España desvela lo difícil que ha sido para la sociedad española adoptar, por fin, la democracia. Carmelo Romero relata con precisión cómo se dosificó el impulso democrático mediante la manipulación de las leyes electorales para que la política fuera en nuestro país durante mucho tiempo un coto cerrado. Su exposición es detallada y diáfana. El libro está lleno de datos, fechas y nombres propios. Explica por qué algunos apellidos, militares, abogados y periodistas han ocupado tantos escaños en el parlamento y describe el trasiego constante de gobiernos y diputados, que divide entre “cangrejos ermitaños” y “aves de paso”. El autor destaca la continuidad básica de nuestra política, por encima de las evidentes rupturas habidas en ella. Aunque decae en los dos últimos capítulos, que abordan el período democrático inaugurado en 1977, más conocido, la obra tiene el indiscutible mérito de ofrecer mucha información, esbozar hipótesis sugerentes, como la que apunta sobre la reacción provocada por las municipales de 1931, y nos incita a plantear cuestiones que todavía no han sido aclaradas definitivamente.
Caciques y caciquismo en España (1834-2020)
Carmelo Romero Salvador
Catarata, 206 páginas, 17 euros
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