Constantino Bértolo, uno de los mejores críticos y editores que ha dado este país, publica ¿Quiénes somos? ( 55 libros de la literatura española del siglo XX). Un recorrido lúcido y apasionante por el territorio de las letras, entre ellas algunas asturianas.

-¿Por qué 55?

-Fue una condición que propuso Julián, el editor de Periférica, y que no solo acepté si no me pareció muy atractiva por lo que tenía de reto. Ese número evitaba que el libro derivase hacia una mera y predecible recopilación y obligaba a construir a una selección difícil de hacer.

-55 libros, sin adjetivo que los presente, del tipo esenciales, clave, fundamentales...

-Bueno, se trataba de huir de las listas periodísticas al uso que no suelen ir más allá del gusto personal de quien las elabora y que suelen ser bastante obvias. Con el título de ¿Quienes somos? se dejaba ya claro el criterio desde el que se realizaba la propuesta: libros que hablen de y con nosotros.

–¿Es un libro contra el olvido?

–Con el olvido, al menos en el espacio cultural o literario, pasa lo mismo que con la memoria: son el resultado de una serie de decisiones que cada sociedad va tomando a través de aquellos agentes sociales y culturales –medios de comunicación, sistema educativo, institución de la crítica, presencia de la publicidad- al que se les encarga esa tarea. Ahora bien, ¿quién o quiénes encargan esa tarea?: los poderes dominantes que son en definitiva los que escriben la Historia, y deciden, a su conveniencia, qué hay que olvidar y qué hay que recordar. Se habla mucho de que el tiempo pone a cada uno en su sitio pero se recuerda poco que el tiempo también tiene sus dueños, capataces y escribientes, porque haberlos haylos Y si uno lee cualquier historia de la literatura española no es demasiado difícil ponerles nombre e ideología.

–Usted puso en el mapa a gente como Loriga, Magrinyà o Sanz. ¿Hoy sería posible encontrar autores así?

–Creo que hoy el sistema editorial presta más atención hacia los nuevos nombres de escritoras y escritores y en consecuencia sería esperable que vayan apareciendo nombres con peso literario como los citados o como Ángeles Valdés-Bango, Ramón Luís Bande, Pablo Martín Aranda o Xuan Bello, por recordar la nómina de asturianos que tuve la suerte de encontrarme en mi camino como editor. Lo que ya es un poco más dudoso es que el sistema editorial sea capaz de seguir apostando por los nuevos nombres aunque sus primeras obras no resulten económicamente rentables, algo que por mis especiales circunstancias como editor en Caballo de Troya yo sí podía llevar a cabo.

–¿Se fue de las redes sociales o le echaron?

–Me fui por mi cuenta porque me iba dando cuenta de que las redes propician más el uso del ingenio que el de la inteligencia, además, supongo que por un problema de edad o generación, se me hacía un poco insoportable ver como las redes legitiman ya no el narcisismo sino el irreprimible e indecoroso deseo de convertirse uno mismo en mercancía. La proliferación del hablar bien de uno mismo, tan abundante en las redes, es algo que me resulta bastante inaudito.

–¿La pandemia ayuda a saber quiénes somos o más bien nos confunde más?

–Creo que la presencia de la muerte, como hecho o como amenaza palpable, al menos para los que disfrutamos de esa patología previa como ahora llaman a la edad avanzada, nos ha venido a recordar que el presente, e incluso el pasado, dependen siempre de nuestro sentimiento de futuro. La puesta en duda de su existencia supongo que a unos los ha vuelto más cuidadosos y sabios, en el sentido moral del término, y a otros más cínicos cuando no más depredadores.

–¿Hay vacuna contra la ignorancia y la velocidad estéril?

-Para eso sería necesario crear unas condiciones materiales y sociales donde cada uno pudiera ser dueño y responsable de su destino, pero mientras unos cuantos sigan siendo quienes deciden sobre la vida de los otros parece un tanto imposible. Porque los dueños de los medios de producción de la ignorancia y de la velocidad rentable también existen. Acaso sería bueno expropiarles o nacionalizar esos dominios.

–La España vaciada, ¿también mentalmente?

–Como soy un optimista laico y el pesimismo me parece un lugar demasiado confortable quiero animarme pensando que la naturaleza y la historia sufre de horror vacui así que algo vendrá que lo llene. Eso sí: convendría trabajar para que no sean Vox y sus parientes.

–¿Qué pinta la literatura en 2021?

–Por dentro nos pinta la vida interior de distinción y autosatisfacción; por fuera ofrece entretenimiento y conversación. En ocasiones, pocas, nos hace preguntarnos por qué llevamos estas vidas tan agobiados detrás del llegar a fin de mes, de que nuestros hijos hablen inglés o les podamos pagar un master y la imposible hipoteca para que se libren de tener que vivir con nosotros, nuestras manías, achaques y dependencias.

–¿Contra Franco se escribía mejor?

-Durante la oscura, larga, cruel y fea noche del franquismo se escribieron libros que hicieron buena lectura de sus mierdas profundas y superficiales. Entiendo que durante la transición también hubo una literatura que supo narrar sus miserias y traiciones y cabe suponer que alguien estará escribiendo ahora sobre esa descarada mezquindad como ideología que caracteriza a la actual derecha española.

–¿Qué criterios sigue para elegir uno u otro título?

–Que fueran significativos a la hora de entrar en conversación dialéctica, crítica o ilustrativa, con el relato sobre la historia del siglo XX de la que somos herederos. La literatura como espejo a lo largo de la historia y al tiempo como reflejo de los cambios que se producen en la propia conformación de ese espejo.

–¿Qué trajo el año 2008?

–Creo que la inesperada e hipócrita sorpresa de darse cuenta que el estado del bienestar en el que muchos creían vivir era un bluff. Darse cuenta, es decir, caer del cuento, echar cuentas, contar.

–¿Influyen sus gustos en la selección o el espejo usado no le pertenece?

–He procurado mantenerme alejado de él. Siempre he sospechado de mi gusto. A mi me cuentan una historia de infancia que transcurra en la Galicia rural y me dejo llevar por el encanto. El gusto personal lo utilizo sobre todo para leer por la noche en busca del necesario descanso o reposo mental. Como crítico o editor nunca me he fiado de él. Entiendo que hay quien edita lo que le gusta pero yo nunca he sido tan rico como para poder hacerlo, afortunadamente, diría.

–¿Qué aportó, y aporta, "Nosotros los Rivero"?

–Una novela, al leerla, deviene en experiencia compartida, nos lleva y mete dentro de lo que narra. La novela de Dolores Medio aporta lo que suelen aportar las novelas que hablan del nosotros: la materialidad y el intangible tacto ideológico sobre los que crecen y levantan los deseos y los miedos, la sutil pero fatal relación entre el dinero y los horizontes de expectativas, la aventura del ser y estar entre los otros. Transcurre en Oviedo pero podía ser Lugo o Ávila o Toledo. Una España bajo palio llena de mediocridad y rutina, no muy lejos en el tiempo de la Vetusta de la Regenta. Y luego está ese personaje femenino, Lena, que no se conforma con lo dado, que no se resigna ni adapta.

–¿Qué le fascina de Antonio Gamoneda, por qué le considera un maestro?

–Me fascina la elegancia estética con que, de manera casi inadvertida ha ido levantando su propio tabernáculo poético atemporal. En ese pasar de la tierra y los surcos al altar de lo inefable lo considero un maestro, lo que ya no estoy tan seguro es si es maestro a seguir o no. Depende, supongo, de lo que uno quiera que el poeta enuncie.          

–¿Cómo es la conversación con Olvido García Valdés? ¿Qué destaca de su escritura?

 –Sin ninguna duda fue uno de los momentos felices durante la elaboración del libro. Su poesía a mi entender contiene unos niveles de enigma muy poderosos sin que paradójicamente sean oscuros, furtivos o “escondidos”. Lamentablemente, por problemas de extensión, no pude reproducir en el libro toda la conversación pero creo que lo ya publicado es muestra clara de su fuerte entendimiento de la poesía como “enunciación de realidad” que es un concepto sumamente revelador y clarividente porque fusiona lo enunciado y el sujeto enunciativo, lo que a los lectores nos permite interpelar al poema y, esto es lo decisivo, confiando en que este nos responda, es decir, se responsabilice.

–¿Por qué el realismo social ha sufrido tantos desprecios?

- Bueno, hay un momento histórico, ya en la década de los sesenta, coincidiendo con los primeros planes de desarrollo del franquismo, en el que la revolución como horizonte deja de ser expectativa vital para una buena parte de los protagonistas de un campo cultural que se ha venido formando alrededor de la resistencia antifranquista, y el realismo, que ha surgido ligado estética e ideológicamente a la España derrotada, empieza a ser visto como cosa de pobres, de estéticamente pobres. Es evidente que la sociedad española encara su futuro desde condiciones económicas que están modificando la mirada y el espejo que la realidad devuelve. Parte del realismo trata de mostrar estos cambios – pienso en los Documentos secretos de Isaac Monteros, en La señorita B de Ramón Nieto, en Blanco Spirituals de Félix Grande o Cinco variaciones de Martínez Menchén –pero otra parte, renuncia a “ser derrota”, procura quitarse el olor a comunismo y mira hacia los nuevos horizontes que Europa viene planteando. Un cambio de paradigma estético que puede documentarse observando por ejemplo las transformaciones en el catálogo de una editorial emblemática como Seix&Barral. Más que el abandono del realismo lo que tiene lugar en mi opinión es un cuestionamiento del foco narrativo sobre el que el realismo social había fijado su atención. Desde Tiempo de silencio de Martín Santos, el protagonismo en las novelas ya no descansará sobre la clase trabajadora sino sobre personajes de clase media que darán cuenta y recuento de su decepción ideológica, de su pesimismo social, de sus muy europeas contradicciones de clase, del yo como proyecto y de la escritura como única revolución posible. Es la llegada de la olla a presión que vuelve desagradable aquellos antiguos olores a berza. No creo que sea mera casualidad que la caída en desgracia del realismo social coincida con la salida del Partido Comunista de Jorge Semprún, quien al fin y al cabo había sido uno de sus principales impulsores.

-¿Ha habido mucha berza entre la crítica?

-También por entonces la crítica literaria cae –se baja sería más adecuado decir- del caballo del realismo. A tal efecto cobra dimensión como crítico la figura de Rafael Conte quien si desde la revista falangista Acento había venido apoyando el realismo poco después, desde las páginas del Suplemento de las Artes y las Letras del diario Informaciones llevará a cabo lo que no dudaría en llamar la Transición Literaria desde el realismo social hacia ese realismo socialdemócrata en el que la presencia de lo político es sentida como “un disparo en medio del concierto”, aunque bien es verdad que ese disparo solo se oye o molesta cuando se hace con pólvora revolucionaria. La crítica primero, dentro del realismo, distingue y salva el “realismo crítico” de Ferlosio, Martín Gaite, o García Hortelano y luego, ya sin tapujos y con la inestimable llegada del boom latinoamericano, se bendice a Benet, la poesía de los nueve novísimos, la conflictividad burguesa de Miguel Espinosa y los nuevos aires de la novela experimental. Conte fue sin duda el crítico más relevante y significativo del último tercio del siglo XX en España. Y si en algún libro hubiera dado cuenta de su corpus teórico sin ninguna duda lo hubiera recogido en la propuesta.

–Tras "La verdad sobre el caso Savolta", Mendoza estuvo a su altura?

–En mi texto trato de reflejar es la oleada de admiración que provocó en tirios y troyanos por su habilidad para llevar a cabo, me cito: “la disolución de la política y de lo político mediante su cegadora inmersión en las aguas de la literatura”. Ciertamente anunciaba con éxito el fin del enfrentamiento entre realistas y experimentalistas inclinando la balanza hacia una literatura entendida como juego y virtuosismo formal, como campo de complicidades entre el lector y el autor sin otras intenciones por el medio. He opinado que la obra de Juan Benet ocupa un papel básico porque desocupa la cuestión de la guerra civil de su espacio ideológico para resituarlo en el de la antropología cainita y bien cabría decir que en esta novela Mendoza, al literaturizar el anarquismo, manda a la revolución a la sala de juegos. El Mendoza posterior me resulta menos interesante aunque en La ciudad de los prodigios o en Una Comedia ligera se encuentran aportaciones, en relación con lo épico y lo satírico, muy significativas respecto a la marcha de la narrativa española.

–¿Las fajas que califican de obras maestras a tantas novedades nos están ahogando?

-Sí, al parecer la contaminación de los océanos se debe a ellas más que a los tampones y toallitas de papel

–¿Se le ha enfadado algún autor al no verse en el libro?

-Es de suponer que los o las posibles enfadada, si los hubiere, procurarían no darse por afectados. De todas formas es una selección de libros y no de autores así que deberían ser libros concretos los que se enfaden o reclamen un lugar ya de forma directa ya a través de los voceros que les parezcan oportunos y convenientes.

–Conocedor a fondo del mundo editorial, ¿esto tiene futuro?

–Sí, la literatura sigue siendo un interlocutor cómodo que siempre nos da la razón y cumple el papel de hacernos sentir que somos un yo que merece la pena cuidar y defender. Es algo en lo que intervienen las palabras y eso nos trasmite la seductora sensación de que el mundo está al alcance de nuestras intenciones

–¿Cuál es la ultima obra maestra que he leído?

–El termino me asfixia y aplasta con el peso de su incertidumbre. "La casa de la alegría", de Edith Warton y "Mujeres singulares" de Gissing son dos de las últimas lecturas que más interés me han despertado.