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Tinta fresca

La gran guerra de las ideas

Fernando J. Múñez narra un crimen medieval y un amor prohibido en “Los diez escalones”

Fernando J. Múñez se planteó con “Los diez escalones” no solo “hacer un homenaje a la grandiosa obra ‘El nombre de la rosa’, de Eco, sino que, al igual que en ‘La cocinera de Castamar’ creé un armazón de aventuras, intrigas y una polifonía de historias de amor para ahondar en problemas sociales como el racismo, el clasismo, el machismo..., ahora he viajado al medievo para profundizar en estas ideas más allá de una simple historia de detectives”. Por eso, la novela no es un cambio de registro respecto de la anterior para su autor, sino “un peldaño más, una extensión de aquella”.

La construcción narrativa tiene dos niveles, y por ellos nos guía Múñez: “Por un lado está la historia de Alvar, un cardenal de la curia papal que se ve obligado a regresar a petición de su antiguo mentor a la abadía donde pasó su adolescencia y parte de su juventud. Este es el lugar más doloroso de la tierra para él, donde los recuerdos se hacen llagas, pues no pudo evitar que el amor de su vida se casara con otro. Sabe que tarde o temprano se encontrará con Isabel y esto podría romperle la quietud que ha conseguido tras todos estos años. Poco puede sospechar que su llegada a la abadía desencadenará la tragedia”.

Con este comienzo, “Los diez escalones” se construye como un “thriller” que sumerge al lector en una historia de supervivencia y, sobre todo, “en una historia de amor desgarrado cuyas heridas fueron forjadas en el pasado. Mi intención es envolver al lector de la atmósfera del medievo, que sienta la religión como el filtro por el que se regía aquella sociedad medieval, el motor que impulsaba toda la vida sacra. Quiero que se vea atrapado en este mundo de misterios, de simbolismos, de silencios, de enigmas que conducen a más enigmas cuya solución siempre es Dios y Cristo y donde la sociedad se encontraba sometida a la superstición y a la ceguera de la razón”.

Por otra parte, “bajo la aventura non stop, se sitúa la carga de profundidad que ya estaba en ‘La cocinera de Castamar’; esa exploración de ver cómo los sesgos que no identificamos se adueñan de nuestros relatos y terminan por condicionar nuestras ideas. Sin embargo, ‘Los diez escalones’ va más allá. No solo refleja esta situación para suscitar la reflexión o un posible debate, sino que pone en valor los dos instrumentos esenciales para combatir el dogmatismo y los prejuicios: el pensamiento crítico y la empatía. Así, Alvar, en su complejidad, es un ideal del pensador crítico, empático y confiado en la Lógica, que analiza la realidad conforme a lo que investiga y que suspende el juicio ante lo desconocido. He tratado de suscitar, pues, la reflexión de que existe una guerra de ideas que lleva librándose desde el origen de nuestras sociedades, una en la que seguimos envueltos y de la que solo saldremos victoriosos si aprendemos a pensar bien y a empatizar con las vivencias de otros, como sociedad y como individuos”.

Los diez escalones

Fernando J. Múñez

Planeta, 592 páginas, 21,90 euros

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