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El jardín como metáfora

Pia Pera halló en su lugar más amado el espacio para escribir la conmovedora crónica de la vida que se marchita

En julio se cumplirán cinco años de la muerte de Pia Pera, traductora y autora de una aclamada revisión (“Diario de Lo”) del mito de Lolita. Enferma durante un largo tiempo, luchó contra la ELA con espíritu combativo, tratando de seguir haciendo las cosas que amaba, por ejemplo, cuidar de la naturaleza y las plantas. “Aún no se lo he dicho a mi jardín”, que acaba de publicar Errata naturae, es la conmovedora crónica de un cuerpo que se marchita obedeciendo las leyes naturales. El suyo propio. Se trata de un diálogo imaginario en el que la escritora confiesa a su jardín la enfermedad que le impide progresivamente moverse y cuidar sus plantas como siempre lo había hecho. Pia tenía 60 años, vivía en la pequeña ciudad toscana de Lucca, una de las más bellas que existen, en una casa a las afueras, extramuros. “Las cosas cambian, hay una gran belleza incluso en la flor marchita o en la hierba seca”, escribió.

La historia de su enfermedad se entrelaza con el amor indisoluble por el jardín, un espacio que hasta ese momento Pia había cuidado con pasión y dedicación, el único entorno en el que se sentía libre y feliz, cuando ya no podía ocuparse de él personalmente. Pero sus plantas y flores también representan la metáfora de la vida que nace, crece y se seca. Durante la enfermedad el vínculo se vuelve aún más íntimo y profundo. El jardín es un compañero de viaje amado y acaba convirtiéndose en la medida del mal que avanza. Pronto surge la oportunidad de emprender otro tipo de viaje dentro de sí misma, el último de todos, un camino de conciencia auténtico y magistralmente contado. En él se juntan el desánimo y la rabia, las contradicciones y la esperanza, pese a que está fuera de lugar mantenerla. Es el momento en que la enferma recurre a curas casi mágicas y sin fundamento; un viaje violentamente redimensionado por un cuerpo que ya no responde.

Pia Pera aprende también a aceptar su nueva condición, primero atormentándose al pensar en todo lo que nunca podrá volver a experimentar, y más tarde dándose cuenta con claridad de que no tiene sentido juzgar atractivo lo que nunca podrá serlo. De esta nueva aceptación nace un amor por el presente, el aquí y ahora, que significa no desperdiciar energías en el vano anhelo de cambiar lo que es imposible, y sí en abrazar el alma frágil que teme haberse equivocado. La historia está contada con una claridad meridiana y una escritura eficaz y elegante, donde casi nunca sobran las palabras que expresan el amor por la vida que fluye como quiere hasta desembocar en la muerte.

En esta crónica terminal hay amigos que desaparecen y otros que se vuelven más cariñosos. Se percibe de modo entrañable la generosidad, a veces algo torpe, del asistente cingalés Giulio, cocinero, jardinero, hombre de confianza y enfermero; está el cinismo del mecánico de Piombino que cuando se percata de la discapacidad de la autora, responde: “¿Y qué puedo hacer?”. También se dejan notar la fuerte presencia de la madre que se queda en un segundo plano, y el recuerdo del padre exigente e intolerante. Las comidas, las descripciones, las lecturas, pero sobre todo está esa hectárea y media de tierra que Pia Pera ha cultivado durante años sola, cavando, cavando, podando y cortando con sus propias manos, que sigue dándole alegría incluso cuando ya no puede caminar. “Quizá, cuando se trata de morir, el jardinero deja de ser jardinero. El escritor deja de ser escritor. Quizá, cuando se trata de morir, tomamos conciencia de que somos indefinidos. Esa indefinición que, meditando, se aprende a aceptar. Indefinido, inmerso en el infinito, parte del infinito. ¿Cómo era? ¿La gota que vuelve a unirse con el océano? Una gota harto reacia a perder su envoltorio”, escribe Pia Pera inmediatamente antes de citar a Leopardi en su poema “El infinito”.

Cubierta del libro

Aún no se lo he dicho a mi jardín

Pia Pera

Traducción de Miguel Ros González 

Errata naturae, 256 páginas, 20 euros

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