La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

carta de wisconsin

El falsificador de billetes

El valor de la imagen, de Mineápolis a Ceuta, y la elección a que nos obliga: gesto o sentido

El icónico abrazo de Luna a un migrante llegado el lunes a Ceuta. | Reuters

Imagina un hombre. Alto, muy alto, corpulento, sonriente. Ese hombre entra en Cup Foods, una tienda de ultramarinos al sur de Mineápolis. Lleva para pagar su compra un reluciente billete verde de 20 dólares. Sonríe al joven que le atiende. Sale del establecimiento. Unos minutos más tarde el joven dependiente sale también de la tienda con el dinero en la mano y se acerca al hombre, que está aun en su coche. Ninguno de los dos sabe el camino por el que serán llevados a causa de un pequeño detalle: ese billete de 20 dólares.

Un hombre se arrodilla. Estamos en 2016, a poco de que comience la temporada de la NFL (National Football League). Colin Kaepernick se convierte en un icono del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, un país que en 2016 no está tan lejos del asesinato de Martin Luther King, de los linchamientos públicos, de gritar “I can’t breathe” y que tu último aliento se gaste en el asfalto ardiente de Nueva York, Mineápolis, Mankato, Cleveland, Louisville.

La carrera deportiva de Kaepernick llegó a su final después de arrodillarse mientras sonaba el himno nacional antes de un partido en octubre de 2016, cuando jugaba como “quarterback” para los 49 de San Francisco. Quién le iba a decir a Kaepernick que en 2020 un hombre llamado George Floyd moriría asfixiado tras aguantar ocho largos minutos bajo las rodillas de otro hombre, un agente de policía de la ciudad de Mineápolis, por la supuesta falsificación de un billete de 20 dólares.

Las palabras del teórico Georges Didi-Huberman en “Ante la imagen” nos sitúan ante un dilema central a la importancia de ese billete, pues cada imagen amenaza con una elección: el cuadro completo o el detalle; y en esta elección, la imagen se pierde y permanece ante nosotros, simultáneamente. Para ver la imagen hay que aceptar el valor de la mentira, hay que sobrevivir en la ficción.

Al final de su famoso film-ensayo “Fraude [F for fake]”, Orson Welles nos plantea un juego similar a los espectadores. En escena aparece Oja Kodar, quien, nos cuenta, posó para Picasso en una veintena de pinturas. De acuerdo con Kodar, Picasso descubre que habrá una exhibición de su trabajo que anuncia esas hasta ahora desconocidas piezas, sólo para revelarnos que en realidad eran falsificaciones realizadas nada menos que por el abuelo de la misma Kodar. En este acto de ficciones superpuestas, se nos ofrece de nuevo la tensa elección entre la imagen y los detalles que desenmascaran el error. Welles se dirige finalmente al espectador y se disculpa: él, al otro lado de la cámara, es el falsificador final. Ni Kodar fue modelo de Picasso, ni existen las misteriosas pinturas picassianas, ni existió el mítico falsificador. La promesa, el espejismo, así como el falso billete de 20 dólares, se han roto. La mentira es la verdad y la verdad es la mentira.

Y es así como un billete falsificado muestra una imagen verdadera, completa, a la par que la vuelve invisible para centrarnos en el penetrante detalle: el valor de la vida de un hombre.

“Siempre, ante la imagen, estamos ante el tiempo” dice Didi-Huberman en “Ante el tiempo”. La tecnología fotográfica otorga a las imágenes el poder de la ubicuidad. Viajan, retoman significados antiguos, abren puertas a la interpretación. Gracias a su doble presencia, su constante ser y no estar, establecen poderosos espacios de ficción.

Ahora imagina otro hombre. Está en una playa. Puede ver la arena, sentir, todavía, el agua en los pies. Tiene hambre, sed, dolores musculares. Una joven con chaleco rojo le espera. Se apoya en ella. La abraza. Hace un año las calles temblaban por el asesinato de George Floyd en Mineápolis y hoy el insuperable espacio de ficción que son las redes sociales queda sacudido por la imagen del abrazo de Luna, la joven voluntaria de Cruz Roja, y del hombre cuyo nombre se queda perdido, una vez más, en el mar y en las páginas de la historia. Tras el accidente falso de la perspectiva, del ángulo de la cámara, se nos revela con fuerza un detalle que nos traspasa a través de la imagen verdadera: la frágil vida de una persona que se sostiene con ternura entre las manos.

Compartir el artículo

stats