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Fotosíntesis

Páginas de Espuma publica un nuevo libro de Pilar Adón, ilustrado por Kike de la Rubia

Cultura - Libros

Venía yo de releer “El barón rampante” de Italo Calvino cuando me puse con “Eterno amor” de Pilar Adón. Poco tiene que ver un libro con otro, lo sé. Salvo por algo que el escritor Vicente Luis Mora echa de menos en su ensayo “La huida de la imaginación”: ante la sobredosis de autoficción y la exhibición de intimidades, un regreso a la ficción pura, esa que es capaz de tratar cualquier asunto humano, pero a través del curso ancho de la fabulación. Pilar Adón siempre ha sido fiel a ese itinerario en su narrativa: “El mes más cruel”, “Las hijas de Sara” son ejemplos de lo dicho, de cómo la imaginación se aleja de la realidad para tratar sobre ella. “Eterno amor”, acompañadas sus páginas por las sugerentes ilustraciones de Kike de la Rubia, no es una excepción. La autora de “La hija del cazador” presenta un relato en el que los enigmas y las insinuaciones se convierten en el matorral desde el que crece el resto de especies que dan frondosidad al libro. Algo en “Eterno amor” me lleva a leerlo de un modo tal vez caprichoso y, por supuesto, personal, pero que facilita la lectura en clave de fábula. Suele recurrir Adón a la sugestión y a la narración velada de la naturaleza, logrando con ello un diálogo silencioso entre personajes y entorno. En “Eterno amor” nos encontramos con un ecosistema cerrado: una residencia remota en la que un grupo de mujeres, bajo estrictas reglas, se consagra a la rehabilitación de unos chicos. En esa comunidad aparecen dos personajes, uno es la narradora, el otro es un preceptor, que se muestran como una especie con capacidad de adaptación, en el caso de ella, y como una especie invasora, en el caso del segundo. La alteración que supone la novedad en un grupo cerrado que se asienta en la rutina y en una rigurosa jerarquía es de por sí un fructífero material narrativo que Pilar Adón aprovecha a la perfección sometiéndolo a su propio estilo: un surco cosechado de enigmas que nos conecta con más de un asunto vigente en la sociedad actual. En cada narración de la autora madrileña hay una reivindicación de lo imaginario: el camino indirecto para que los temas de un libro perduren en el tiempo.

En “Eterno amor” se ven las caras dos maneras de entender los afectos y las relaciones. Y en este cara a cara se pone de manifiesto uno de los conflictos más propios de la época que nos está tocando vivir.

Acostumbrada a lo poético como seña de identidad, Adón forja su historia de misterios y puntos de fuga, algo muy propio de su escritura y que la acerca a un recurso que, por razones obvias, tiene más que ver con lo plástico que con lo literario. Lo cierto es que la impresión de escribir sobre un lienzo es algo que se tiene a menudo al leer sus libros.

En esta ocasión el punto de fuga se ubica al final del relato. No voy a describirlo ni a detallarlo, como es obvio. Solamente diré que es una manera poética de interpretar ese fenómeno extraordinario de la naturaleza que es la fotosíntesis: la capacidad en las plantas de convertir materia inorgánica en orgánica gracias a la energía que aporta la luz del sol. Como también sucede en la obra de Pilar Adón.

Cubierta del libro

Cubierta del libro

Eterno amor

Pilar Adón 

Ilustraciones de Kike de la Rubia 

Páginas de Espuma, 96 pág., 17 euros

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