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Dibujar la arquitectura, habitar un dibujo

Una exposición muestra el archivo de Miguel Díaz y Negrete

Cafetería Rívoli. Dibujos con diseños para murales interiores de Rubio Camín.

Fue la colección “Artistas Asturianos” de Hércules Astur de Ediciones la primera en tratar a los arquitectos asturianos como lo que son: artistas, con su trayectoria más o menos coherente, su personalidad definida, sus rasgos diferenciadores, su evolución a través de las décadas. Entre ellos destacan, por su fuerte presencia, el modernista Julio Galán Carvajal (1876-1939) o el modernista, regionalista, art-decó y racionalista Manuel del Busto Delgado (1874-1948), que además formaron sagas con sus hijos Julio Galán Gómez (1908-1975) y Juan Manuel del Busto (1904-1967). Con este último trabajó durante veinte años Miguel Díaz y Negrete (1920-2011), hijo a su vez del también relevante José Avelino Díaz y Fernández-Omaña (1889-1964), a cuyo archivo está dedicada una bien montada exposición en el Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias en Oviedo, que anteriormente había pasado por el Museo Casa Natal de Jovellanos de Gijón.

Durante las seis décadas en las que ejerció como arquitecto, Miguel Díaz y Negrete intervino en casi 4.000 proyectos elaborados entre 1947 y 2010, de los que guardó un bien ordenado e inventariado archivo documental que se conserva con ayuda del citado museo y que explora con su habitual buen hacer el historiador Héctor Blanco, especializado en arquitectura gijonesa. Además de con Juan Manuel del Busto, Díaz y Negrete colaboró sucesivamente con Alfredo Álvarez, Rufo Fernández, Mauro Castro, Ricardo Batalla y Pablo Martín Hevia, sin que faltara alguna colaboración ocasional con su padre o su compañero de generación Joaquín Cores Uría (1927-2011). También realizó algunas (pocas) obras propias, en un momento especialmente penoso para la arquitectura, afectado por un desarrollismo franquista que trastocó definitivamente la mayoría de las ciudades y los pueblos españoles, dañados para siempre.

Con una sinceridad apabullante, Díaz y Negrete reconoció que “hicimos una arquitectura mala en aquellos años, porque la ola nos arrastró y en la construcción se metieron hasta vendedores de zapatos. Hubo mala arquitectura y mala ejecución, y aquello no era proyectar, sino tirar proyectos”. Como testimonio quedan “las 1.500 viviendas” del barrio de Pumarín de Gijón, proyectadas en 1956 por iniciativa pública, que marcaron el final de la infravivienda obrera en la ciudad. Aunque, por supuesto, también hubo tiempo para hacer algo decente y ahí están edificios privados como el Garmoré, de 1957, que muestra sus fachadas a las calles Marqués de San Esteban y Zamora y al Muelle de Fomento, en Gijón.

Pero una cosa es la arquitectura mal proyectada y peor ejecutada y construida y otra muy diferente su plasmación en un papel. No apetece nada vivir en una colmena en la que la funcionalidad y el aprovechamiento priman sobre cualquier otra consideración artística, estilística o estética, pero siempre resulta atractiva dibujada o pintada, expresada como idea. ¿Es posible habitar un dibujo? Miguel Díaz y Negrete conservó todos los bocetos y planos, hechos no se sabe si de su mano o de la de otros, de los edificios en los que intervino, realizados la mayoría de ellos a la antigua usanza, con lápiz, tinta china, acuarela o témpera.

Como explica Héctor Blanco, el dibujo arquitectónico permite disfrutar del proceso completo de levantamiento de una construcción, de los croquis y anteproyectos a los proyectos definitivos, con su estructura tectónica, su organización interna, su aspecto propuesto y final, desde todos los puntos de vista: ubicación, plantas, alzados, detalles, perspectivas. De todos los dibujos y planos que se muestran resaltan los de la sede central de la Caja de Ahorros de Asturias en Gijón, hechos con Del Busto y único vestigio gráfico de su interior original, lamentablemente demolido. También otros dibujos a color, como una hermosa perspectiva de las deprimentes 1.500 viviendas, hoy asimiladas en su entorno urbano, o por supuesto algunos de los proyectos no realizados, que duermen el sueño de los justos en los límites exactos de un papel, como elegante boceto de algo que si hubiera sido materializado como arquitectura hubiera sido para echarse las manos a la cabeza, probablemente. El arte no es la mera representación de una cosa bella, sino la bella representación de una cosa, aunque sea fea, como bien decía Kant, y en la sala del Colegio de Arquitectos se ven buenos ejemplos de todas estas dicotomías.

Muchos de los arquitectos de aquella época estuvieron preocupados por lo que se denominó “la integración de las artes” y en la exposición se muestra la colaboración con el escultor gijonés Joaquín Rubio Camín (1929-2007), que intervino en varios de los edificios presentados, tanto el de la Caja de Ahorros de Asturias en Gijón como la fachada lateral de las viviendas del Garmoré o la decoración interior y exterior de cafeterías como Marathon de Gijón o Rívoli de Oviedo, así como en el mural cerámico exterior de la residencia sanitaria Virgen Blanca de Altos de Nava, León. Son maquetas y dibujos que enriquecen el conjunto, al darle una vertiente artística menos técnica y especializada, y que al contemplarlos permiten divagaciones sobre la funcionalidad creativa, la utilidad arquitectónica, la fruición desinteresada, el habitar amable o la enseñanza de un desarrollo urbanístico que fue nefasto y del que quizá no se ha aprendido lo suficiente.

Miguel Díaz y Negrete

Archivo de arquitectura (1947-2010)  

Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias, calle Marqués de Gastañaga 3, Oviedo. Hasta el 30 de junio.

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