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ENTREVISTA

Douglas Stuart: “Mi madre, como Elizabeth Taylor, era glamurosa, sin control y alcohólica”

“He escrito este libro porque sentía que existía un malentendido en mí como persona, que no se me comprendía al completo”, dice el autor de "Historia de Shuggie Bain"

Douglas Stuart. | MAITE CRUZ

La madre de Douglas Stuart (Glasgow, 1976) se parecía a Elizabeth Taylor, pero no tenía ni su dinero ni su suerte. Arrastró una existencia oscura y depresiva en el Glasgow golpeado por la política thatcheriana y crio sola a sus hijos, que huyeron del nido en cuanto pudieron. El menor, el propio Stuart, que la adoraba, permaneció con ella y sus borracheras intentando salvarla. El escritor reside en Nueva York hace más de veinte años.

–Sorprende el salto abismal entre el hombre que es usted ahora, un diseñador de éxito de la gran manzana, y ese niño pobre y gay de barrio miserable en Glasgow que también fue usted.

–Por eso quería escribir este libro. Porque la gente me percibía como una persona privilegiada que ha triunfado en Nueva York. Y no era así. “Historia de Shuggie Bain” me ha permitido aclararme como ser humano. Mi marido conoce a lo que queda de mi familia, ellos siguen viviendo en las calles que aparecen en el libro, pero incluso así no acababa de entender el contexto de mi infancia. Yo era consciente de que era un malentendido como persona, que no se me comprendía al completo.

–¿Había una necesidad de explicar esa existencia compleja?

–Sí, me preguntan si el libro ha sido una catarsis para mí, y no es eso. Solo quería comprender cómo un niño como yo, que creció en la Escocia depauperada y socialista de la década de los 80, pudo llegar a estudiar y lograr, años después de la muerte de mi madre, huir de allí.

–¿Y resituar la imagen de su madre?

–Yo la quería con locura, pero en realidad no pude comprenderla de verdad hasta que la llevé a la ficción. Tuve que preguntarme qué significaba haber tenido que abandonar el colegio para casarse y criar hijos.

–¿Cree que este relato la hubiera complacido?

–Más que a nada en el mundo. Una madre siempre está orgullosa de todo lo que hacen sus hijos.

–Pero no todos son capaces de dedicarle una carta de amor así.

–No se lo niego. Ella era una mujer muy parecida al personaje de Agnes, la madre en la novela, era inteligente, brillante, llena de recursos y preciosa, pero las circunstancias y los hombres le robaron esos dones. Cuando mi madre se dejaba arrastrar por el dolor, lo único que necesitaba es que la escucharan y ahí estaba yo.

–¿Se podría decir que ahí está el germen de su vocación como escritor?

–Bueno, entonces no sabía que iba a dedicarme a esto, pero sí, ella solía contarme su vida, no como una madre se la cuenta a su hijo, sino como una mujer frente a un amigo. Yo tenía siete años y esa era mi forma de mantenerla en el mundo. Siempre empezaba todos los capítulos con el latiguillo: “A Elizabeth Taylor que no sabe nada del amor”. Y es que ella se identificaba con la actriz. Ambas eran difíciles, exigentes, sin control, glamurosas, alcohólicas y habían quemado un hombre tras otro. En esas historias celebrábamos todas las cosas que no tienen las mujeres ordinarias.

–Además de esas historias también hacían calceta juntos. ¿No es así?

–(Ríe) Síííí. Me enseñó a hacerlo para mantenerme ocupado. Nos encantaba ver culebrones televisivos, “Dallas” y cosas así, y ponernos hasta arriba de chocolatinas.

–¿La calceta también le marcó a la hora de plantearse ser diseñador?

–No fui consciente de ello entonces. Pero sí es verdad que mi especialidad siempre han sido los tejidos de punto. En la actualidad, ya no me dedico al mundo de la moda, pero sí he integrado en mi escritura una mirada muy visual y muy cinemática.

–¿Ve esta novela adaptada al cine por Ken Loach?

–Sería fantástico que se interesara por ella. Le admiro mucho

Los escoceses son capaces de reírse de ellos mismos en los momentos más terribles

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–¿Cómo ha conseguido poner luz en un contexto tan oscuro en su libro?

–Porque una sin la otra no se entienden. Glasgow es una ciudad de contradicciones, la gente tiene que aceptar la vida tal y como viene, no importa lo dura que sea. De ahí que mi historia esté llena de compasión y humanidad, pero también de violencia. Y tampoco podía olvidar el tremendo humor que gastan los escoceses capaces de reírse en los momentos más terribles.

–Su visión de la Escocia bajo el mandato Thatcher es todavía más terrible que la Inglaterra pintada por Hanif Kureishi.

–Kureishi cuenta la década de los 80 desde una perspectiva londinense y de clase media. Pero muy poca gente ha hablado de la clase trabajadora, la vida homosexual y las mujeres. Yo quería, precisamente, apartar a los hombres y darles todo el protagonismo a ellas.

–¿Que un niño como usted pudiera llegar a la universidad fue un triunfo del sistema? Porque a Thatcher que los pobres se educaran parece que se la traía al pairo.

–Ahora no podemos entrar en el debate de si estuvo bien cerrar el sector del carbón y el acero y que el desempleo se disparara al 26% de los hombres. Redujo la esperanza de vida de estos hombres unos 11 años y esto es un crimen. Pero hubo una enorme falta de compasión y los hijos de estos parados no tuvieron muchas oportunidades, como fue el caso de mi hermano. A mí me fue mejor, fui la excepción no la regla.

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